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Hoy empieza todo

Con corbata morada —quizá como guiño a un republicanismo zafio—, la misma que en la anterior ocasión, y de igual manera, sin ganar las elecciones pero con el apoyo de los peores ismos. Así prometió el presidente Pedro Sánchez:

Prometo por mi conciencia y honor cumplir fielmente las obligaciones del cargo de presidente del Gobierno con lealtad al Rey y guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado…

Ciertos protocolos deberían ser vinculantes de verdad y conllevar castigo efectivo en caso de incumplimiento. Al menos no debería permitirse mentir en todos los términos de una fórmula tan breve. Claro que la premisa es su conciencia y su honor, y quizá eso anule lo demás. Jurar por tus hijos sin tener descendencia no tiene efectos para el perjuro.

Sea como fuere, ya tenemos presidente del Gobierno. A partir de ahora comprobaremos qué significa para España y sus ciudadanos que Pedro Sánchez gobierne con la Ley de Amnistía, y no con la Constitución Española, como «norma fundamental del Estado». Porque es una ley impuesta —aunque sin resistencia por parte del candidato— la que forma gobierno. Una ley aún sin aprobar pero que figura como acuerdo de gobierno entre partidos. El Poder Judicial ha denunciado de forma unánime que dicha ley contraviene frontalmente nuestro Estado de Derecho pero el contrapoder político del Tribunal Constitucional, constituido como paso previo y necesario para el golpe, la avala desde la propia exposición de motivos. En vulgar: un vigilante sobornado en el puesto fronterizo abre la barrera al traficante.

Francina Armengol, representante de otro de los poderes del Estado, no permitió a Santiago Abascal hablar de un golpe de Estado durante el debate de investidura. Lo pudo decir pero no constará en las actas del Congreso como sí constan las amenazas de muerte —cumplidas— de la izquierda a la derecha antes de la Guerra Civil. Para la presidenta, y para muchas personas que ya se dejan llevar sin resistencia intelectual alguna, un golpe de Estado sólo es tal si deja orificios de bala, como los que señaló, en el techo del hemiciclo.

Alberto Núñez Feijóo, en el mejor discurso de su carrera, señaló todos los riesgos del régimen que empieza. Y dijo algo, ya fuera de atril y de micrófono, cuando estrechó la mano del recién investido: «Esto es una equivocación y eres el responsable de lo que acabas de hacer». Parece una simple frase, pero es muy importante que el líder de la oposición no cayera en el formalismo de la felicitación como si se tratara de una investidura más. No es el mal perder sino la constatación de una deriva a la que nos ha arrastrado una persona que tendrá nombre y apellidos cuando haya que rendir cuentas, esperemos que pronto.

Para las palmaditas, desgraciadamente, ya está la Conferencia Episcopal Española que, una vez más, tropieza con su propia casulla, la misma que visten para defender la independencia en Cataluña y hasta para contar votos en un altar durante la comunión. La que negó la entrada de féretros por la puerta principal de las iglesias vascas. Ellos sabrán. Quizá también sean «responsables» de lo que acaba de hacer Sánchez.

Nuestras vergüenzas se han visto —afortunadamente— en todo el mundo. En Europa, después de mucha presión y tras la alarma pulsada por jueces, fiscales y abogados españoles, saben que esta investidura no traerá problemas internos a un país miembro sino a toda la Unión. Habrá que hacerse oír cada día para que, entre siesta y siesta, Europa sirva para algo más que para fabricar burocracia contra las personas y cobrar cada vez más por hacerlo.

También se nos ha visto gracias a la reunión que protagonizó Núñez Feijóo con la prensa extranjera bajo el nada exagerado lema «HelpSpain». No es que merezca demasiada confianza la mayoritariamente izquierdista profesión pero cuando se les habla de lawfare y de Catalonia parece que prestan atención y alguno hasta puede sentir la necesidad de conocer las atrocidades socialistas aunque no las denuncie Pedro Almodóvar.

La reacción de El País a la internacionalización del desastre español fue para sus huestes de Puebla: los militares otra vez. No son los jueces, fiscales, abogados del Estado y colegios de abogados, el Tribunal Supremo y varios Tribunales Superiores de Justicia, los letrados, inspectores de Hacienda, Trabajo y Seguridad Social, funcionarios del Tribunal de Cuentas, secretarios, interventores y tesoreros de la Administración local, empresarios, asociaciones policiales y de la Guardia Civil, diplomáticos… No es nada de eso. Sólo es ese «medio centenar militares franquistas retirados» que destacó a todo trapo en su portada electrónica del viernes. El País, el cotizado, siempre a la altura de las circunstancias y a favor de la libertad. Por eso lo de Cuelgamuros, lo de la Memoria… Por eso, la persecución.

Hoy es siempre todavía

Los políticos deben leer mucho más y citar bastante menos. O citar sólo lo que uno mismo haya leído. Arrojarse versos fallidos no estuvo a la altura del momento y si Feijóo erró al enmendar una cita de Sánchez a Antonio Machado sirviéndose de Google, peor fue que el presidente usara como argumento de autoridad el mensaje de un cantautor y no su propio conocimiento. En fin, gracias a ello Feijóo pudo al menos recordar lo de la tesis cum fraude del presidente mentiroso.

La maltratada literatura no iba a salvar a España en ese momento pero el abuso machadiano que suele asomar de cuando en cuando en el Congreso vendría al caso para ilustrar que España parece avanzar de una sola forma. Golpe a golpe. El PSOE tiene su historia perfectamente documentada y bajo esas mismas siglas que nunca ha dejado de reivindicar ha subvertido la legalidad, ocultado su culpa y hasta derramado sangre ajena. Si los socialistas no renuncian a un solo año de su historia, conviene que se conozca con detalle la evidencia de que no son ajenos al golpismo.

Lo que está claro es que hoy, sin remedio, empieza todo. Lo malo y lo bueno. Nadie puede alegar desconocimiento para opinar, para elegir. Hoy empieza, escondida en un término inglés, la persecución a jueces y fiscales que guardaron e hicieron guardar la ley. Hoy empieza a callarse la voz de diputados como hizo y hará Armengol. Hoy empieza —más bien sigue pero cobra vigor— la intoxicación periodística como suele hacer, entre otros, El País.

Quedan por llegar las peores provocaciones de los firmantes del pacto de impunidad que ha posibilitado un gobierno. Veremos las maniobras contra el rey Felipe VI y lamentaremos que cobren adeptos entre algunos de los que deben defender la legalidad y parar el golpe sin estrellarlo contra la monarquía, que no es ahora la cuestión.

Pero también asistiremos al desmoronamiento del golpismo. La izquierda ya afila sus cuchillos en el asalto al poder revolucionario que ansían comunistas y socialistas. Como siempre. Y dentro de cada facción habrá otras dos. También como siempre. No ahorrarán crueldad en el desprecio, la persecución y en lo que sea menester. Lo hicieron, no hace tanto, hasta la eliminación.

Otro tanto sucederá con los separatismos vasco y catalán, arietes del golpe. En ambos se enfrentan la derecha católica y el marxismo revolucionario. Ninguno hace ascos a lo que acaban llamando «conflicto». Se conocen bien y han pactado muchas veces por conveniencia, pero saben que sólo puede quedar uno y aprovecharán el paréntesis legal para ajustar cuentas.

Y lo que es incuestionable es que hoy empieza la resistencia. Nadie esperaba una reacción como la que hemos contado con entusiasmo en estas páginas y en las numerosas entrevistas que ha emitido esRadio. Hay oposición judicial y gremial. Hay oposición política con instrumentos para hacer frente al golpe en comunidades autónomas y en el Senado. Y hay oposición civil que está inequívocamente del lado de la Ley y quiere hacerse escuchar.

Hoy, por el bien de todos, no puede ser un todavía para Sánchez sino el primer día del fin. Hoy empieza todo, no sólo lo malo. Así que es una buena noticia.

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PS. Escribo estas líneas antes de la manifestación de Madrid. De todos nosotros depende que sea masiva, sin precedentes y pacífica pero contundente. Que se vea con claridad cuántas personas no se dejarán perseguir.

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