Inicio Actualidad La chavista Luisa Ortega busca perdón y olvido en España

La chavista Luisa Ortega busca perdón y olvido en España

Luisa Ortega Díaz, quien recientemente ha solicitado asilo político en España, fue pieza fundamental dentro de la estructura criminal creada por el chavismo para reprimir a la disidencia en Venezuela.

Después de ser designada como Fiscal General por una Asamblea Nacional dominada casi exclusivamente por los partidarios de Hugo Chávez  -allá por 2007- se encargó de ser uno de los alfiles predilectos de la revolución para cargar contra los opositores al régimen socialista.

Así la vimos montando expedientes, fabricando casos, forjando investigaciones, suscribiendo la tortura, justificando a Chávez y, a fin de cuentas, siendo el mascarón de proa para aparentar que en el país caribeño existe separación de poderes y estado de derecho, cuando lo que en realidad opera desde hace años es la sumisión de todos los entes del Estado a la voluntad central del aparato criminal chavista.

Bajo la oscura gestión de Ortega -que se extendió por 10 largos años- fueron puestos presos líderes opositores como Antonio Ledezma, Leopoldo López y Lorent Saleh; de mismo modo que se mantuvieron en los calabozos del régimen a hombres como Iván Simonovis y los funcionarios de la extinta Policía Metropolitana de Caracas, los hermanos Guevara, el recientemente fallecido General Raúl Baduel, entre otros cientos de disidentes que sería imposible nombrar, a quienes de manera premeditada se les fabricaron casos para ponerlos tras las rejas.

Sin embargo, la flamante fiscal se encargó una y otra vez de negar ante medios internacionales que en Venezuela existiese algo parecido a prisioneros por razones políticas. Así, en medio de las protestas capitaneadas por los propios Leopoldo López, Antonio Ledezma y Maria Corina Machado en 2014, Ortega le dijo a la CNN que el gobierno de Venezuela no se perseguía a nadie por pensar distinto, que la Constitución garantizaba una amplia gama de derechos y que, por consiguiente, en el país no había presos políticos.   

Frente a las narices de la fiscal se erigieron centros ad hoc para la tortura sistemática. Así, por ejemplo, aparecieron en el radar sitios oprobiosos como El Helicoide, Ramo Verde y La Tumba. Dentro de ellos verdaderos verdugos ejecutaron todo tipo de técnicas para inducir declaraciones en los encarcelados: desde la aplicación de corriente eléctrica en los genitales; la inmersión de la cara de las personas en bolsas impregnadas con pesticida; el obligar a ingerir comida con gusanos o heces fecales; hasta los sofisticados modos totalitarios de la llamada “tortura blanca”, consistente en someter al prisionero a jornadas interminables de exposición a un calabozo de paredes y luz blanca, buscando así derrumbar su psique.

Durante todo este tiempo Venezuela se convirtió en el laboratorio perfecto para poner en práctica el know how de los peores métodos ensayados por las tiranías de todo el mundo: desde lo practicado por las fuerzas represivas de socialismo soviético, pasando por los modos despiadados de la Cuba Castrista, hasta los métodos de la “inteligencia” y la policía secreta de la Alemania comunista.     

Luisa Ortega Díaz pertenece a esa extraña estirpe de chavistas reconvertidos. Esos que, como quien topa con una revelación mística repentina, terminaron reparando en el hecho de que estaban “obrando mal” y, súbitamente, despertaron del engaño para trocarse en furibundos opositores al proyecto político que un día acompañaron con tanto entusiasmo.

En el caso concreto de Ortega el divorcio con el poder rojo se materializó formalmente en 2017. Asomó en esa ocasión que el chavismo le tenía los pasos medidos desde hace rato, pero sobre todo desde que, en 2016, tomó la iniciativa de investigar las presuntas vinculaciones del régimen de Maduro con el escándalo de corrupción que hizo caer a tirios y troyanos en la región: la trama del Lava Jato, propiciada por la constructora brasileña Odebrecht.

Dicho caso, por cierto, ha producido encarcelamientos a lo largo y ancho de Hispanoamérica, e incluso ha derribado a presidentes y expresidentes en la región (como ocurrió con PPK en el Perú o Martinelli en Panamá). Venezuela es quizá el único país en el que no ha sido procesado nadie de significación por la trama de Odebrecht.

Una Ortega escandalizada y tornada en cándida caperucita roja, le dijo a Orlando Avendaño en una entrevista para el Panampost que incluso el chavismo –a través del hoy presidente del parlamento, Jorge Rodríguez– llegó a ofrecerle 43 millones de Euros por renunciar a su cargo, dejar sus investigaciones, e irse del país. La hoy exfiscal afirma que cuando oyó aquello quedó estupefacta y horrorizada debido, claro está, a la indecorosa proposición.

Se supone entonces que Ortega tuvo su encuentro cercano del tercer tipo con la corrupción ese día, obviando todos los escándalos de corruptelas que se habían cometido en el país sudamericano hasta ese entonces. Por ejemplo, las derivadas del uso que Chávez y Maduro dieron del patrimonio público de los venezolanos para imponerse fraudulentamente una y otra vez en elecciones amañadas; o las que se enmarcaron en las famosas denuncias de Jorge Giordani -un exministro de planificación económica de Chávez también tornado en caperucita conversa- quien llegó a decir que solamente por concepto de control cambiario que opera en la nación caribeña desde principios de siglo, el chavismo se había birlado unos 258mil millones de Euros de los recursos públicos.

Todo eso pasó frente a Luisa Ortega, sin que se hiciera ni una sola investigación seria, sin un solo responsable de peso.

Hoy doña Luisa Ortega se viste de cordero, aprovechando que lleva al menos 4 años en campaña de victimización internacional. Dice que el chavismo la ha perseguido inclementemente y también afirma temer por la vida de los suyos. Es el mismo temor que seguramente en 10 largos años ella colaboró en infligir en la carne y en los huesos de tantas familias que ayudó a perseguir a instancias de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro. Familias que navegaron un mar de tragedias en gran medida debido a los procederes de la principal sicaria judicial que ha tenido el chavismo en toda su historia.

Sería el colmo que España, tan solidaria con la Venezuela decente en otros tiempos –y viceversa–, le abra las puertas de par en par a una Ortega que ni es caperucita ni es cordero, sino todo lo contrario.