Inicio Opinión La ciudad estéril, por Carles Cols

La ciudad estéril, por Carles Cols

Es uno de los titulares de la semana. En España ya mueren claramente más personas de las que nacen. En el argot técnico de los demógrafos, esto es el saldo vegetativo. Si fuera la cuenta corriente de un banco, los números aparecerían en rojo. En cifras absolutas, 31.245 decesos más que partos hubo en el 2017. El primer aviso, más tímido, fue en el 2015. Aunque la cifra entonces fue muy comedida (-1.976), ya fue todo un notición, por lo inesperado. En el 2016 se corrigió la tendencia. Los nacimientos superaron a los fallecimientos en 503 personas.. Pero las cifras del 2017 recién salidas del horno del Instituto Nacional de Estadística (INE) presentan el peor saldo desde 1941. Los titulares del día calificaron las cifras, y con razón, de crisis demográfica. Lo es. Lo que a veces se olvida es que en esta liga de los despropósitos sociales a Barcelona no hay quien le tosa. El saldo vegetativo de la capital de Catalunya es negativo desde 1985. Lenta, silenciosa e inexorablemente, Barcelona está demográficamente enferma desde hace 33 años.

Con la gripe de 1918 creció la mortalidad, con la guerra civil, cayó la natalidad. La crisis demográfica actual es la insólita herencia de la generación del ‘baby boom’

Un saldo vegetativo negativo es siempre un síntoma de una anomalía. La serie histórica de Barcelona lo demuestra. Antes de 1985, solo en dos ocasiones sucedió algo así a lo largo del siglo XX. La primera vez fue en 1918 y por culpa de la gripe española, una pandemia terrible. No cayó la natalidad. Creció la mortalidad. La segunda ocasión fue, obviamente, como consecuencia de la guerra civil. Moría más gente, claro, era un contienda civil, pero también descendió la natalidad a un mínimo jamás repetido. Los barceloneses no estaban para el fornicio en los últimos nueve meses de la guerra civil. Solo nacieron 8.922 bebés en 1939. Un año más tarde, se alumbraban ya 18.377 criaturas.

El icono de la decadencia

Esos dos episodios, gripe y guerra, fueron pasajeros. No se puede decir lo mismo de esta crisis demográfica mayúscula que acumula la ciudad desde 1985, disimulada parcialmente por la llegada de inmigrantes. No hay una única respuesta para esta brutal anomalía, pero en busca de una respuesta merece la pena ir hasta el número 477 de la Gran Via. Allí permanece en pie la Casa de la Lactancia, la antigua maternidad municipal de Barcelona, una obra menor del modernimo local, pero que cuenta en el frontis de la fachada que con un conjunto de figuras esculpidas nada menos que por Eusebi Arnau. Los árboles y la distancia no permiten ver suficientemente bien lo que en lo alto de ese edificio sucede. La figura central representa a Barcelona, que amamanta con un biberón a un bebé. Nada de pecho, biberón. Otros padres y madres aguardan su turno con la criatura en brazos. En segundo plano se asoma un lechero de hercúleos brazos con un cesto de botellas.

En la edad de oro de la fertilidad barcelonesa, nacían dos bebés por cada persona que moría. Fue así durante 15 años. La fiesta se torció en 1985

El conjunto no tiene la fuerza icónica de la loba romana amamantando a Rómulo y Remo, pero cumple su función. En los años del baby boom, aquello era la feria de los partos. En un solo día, el equipo de comadronas podía traer 12 niños al mundo, no todos allí mismo. En un circense más difícil todavía, las comadronas de la Lactancia atendían a veces a domicilio. Cogían un taxi y le daban al chófer un vale que después canjeaba en el ayuntamiento. Cuanto más fácil, mejor. Sin voluntad de ofender, aquello era la industria de la natalidad. Estaba estupendamente equipada, con salas de dilatación, quirófanos, habitaciones para el reposo e incluso unas incubadoras que nada tenían que envidiar de las clínicas privadas de la zona alta. Tanto era así que cuando Copito tuvo uno hijo prematuro, a finales de los 70, para allá que lo mandaron. Fue toda una sensación en un lugar en el que ya de forma cotidiana lo común eran las sorpresas.

La Casa de la Lactancia, finalmente, cerró sus puertas en 1980, justo antes de que Barcelona entrara en número rojos (de crecimiento vegetativo, se sobreentiende). Hoy es una residencia de ancianos. ¿Hay algún edificio más representativo de lo que demográficamente aqueja a esta ciudad?

La cosecha de 1964

La Casa de la Lactancia fue una pieza fundamental de los anos en que la natalidad era efervescente y, sobre todo, no se intuían la catástrofe que se avecinaba. En España, por ejemplo, el pico más alto de nacimientos tuvo lugar en 1964. Nacieron aquel año 697.697 bebés, con una población total de poco más de 30 millones de habitantes. En el 2017, en el que las alarmas del INE se han disparado, nacieron 391.930 niños y niñas, pese a que el volumen de población es muy superior, casi 47 millones.

En Barcelona, ese Everest de la fecundidad se holló unos años más tarde, en 1973, cuando nacieron 31.689 bebés, el doble que en la actualidad. Aquella generación, la del 64 y años posteriores, a la temperatura adecuada y bajo una condiciones de luz y presión muy especiales, resultó ser socialmente explosiva, en el mal sentido de la palabra, por supuesto.

Lo avisó la ONU en el 2004. España será en el 2050 el país más envejecido del mundo. Con ciudades como Barcelona es fácil

De otras añadas se dice que tal fue la generación de la guerra, la otra la de la emigración, aquella de más acá la del mayo del 68… La característica esencial de la cosecha del baby boom es básicamente su número y, en consecuencia, su incuestionable capacidad de ser el ombligo del mercado. La noche de Barcelona fue una constelación de bares de moda cuando alcanzaron la mayoría de edad y a la que ganaron sus primeros sueldos comenzaron surgir como champiñones restaurantes de diseño. Después se aferraron a una suerte de falsa eterna juventud, como ya predijo Frank Schirrmacher en su superventas del 2004, El complot de MatusalemLos revivals cinematográficos de series y personajes de cómic de los 70 no se comprenden en todo su preocupante signifcado si no es por la nostalgia naif de esa generación, a la que le gusta revisitar a Mortadelo y a Starsky y Hutch en el cine.

Cuando hace 14 años Schirrmacher publicó aquel análisis profético, la ONU también hacía sus predicciones. Avisó de que, cifras en mano, España amenazaba con ser el país más envejecido del mundo en el año 2050. Claro, se podría añadir, con ciudades como Barcelona se juega con ventaja en esa indeseada competición. Es preocupante. El filósofo Claude Lévi-Strauss, en una ocasión, dejó escrito cuánto lo será. “La caída del comunismo será algo insignificante en comparación con la catástrofe demográfica”. Las personas tienen la natural tendencia a preocuparse solo de su propio envejecimiento, de esa incipiente coronilla, de ese deterioro general de la salud…, pero igual que envejecen las personas, envejecen también las sociedades, y en Barcelona hace 33 años que el crecimiento vegetativo es negativo.