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La conexión entre las enfermedades contagiosas y el autoritarismo

Instituto Cato.- “Si no estás vacunado, no eres ni remotamente tan inteligente como pensaba que eras”, dijo el presidente Joe Biden a unos reporteros a fines de julio en la oficina del director de Inteligencia Nacional, y, por supuesto, estaba en lo correcto. No es imposible que cada dosis de la vacuna contenga un microchip invisible ubicado allí por Bill Gates que, al ser activado por un láser espacial judío operado por una serie de pedófilos que trabajan desde una pizzería en Washington, DC, rastrearán cada movimiento suyo, pero la probabilidad es baja.

Curiosamente, no obstante, un comentario más empático fue realizado por el presidente Donald Trump tan solo días antes, cuando le dijo a sus partidarios en Arizona que “les recomiendo que se vacunen, pero creo en sus libertades un 100 por ciento”. Esto es así considerando que hay toda una literatura científica acerca de cómo las enfermedades infecciosas promueven el autoritarismo.

El campo fue lanzado en 2008 por un grupo de académicos de las universidades de Nuevo México y British Columbia. Ellos notaron que, alrededor del mundo, mientras mas incidencia había de enfermedades contagiosas (incluyendo la malaria, el dengue, la lepra, el tifus y la tuberculosis) más colectivista era la cultura. Y por colectivista ellos se referían a autoritaria, intolerante de los desacuerdos, de los derechos de las mujeres, partidaria de un gobierno fuerte, del nepotismo, hostil frente a los extraños, intolerante de la innovación y proclive a una creencia en la religión.

En cambio, esas partes del globo que eran relativamente libres de enfermedades infecciosas solían ser individualistas en su cultura. Por individualista nos referimos a democrática y liberal (en el sentido clásico de la palabra), amante de la libertad, respetuosa de los derechos de las mujeres, abierta a los extraños y a las ideas nuevas. La historia está delineada en el libro de 2014 The Parasite-Stress Theory of Values and Sociality, escrito por Randy Thornhill y Corey Fincher.

El problema con la teoría es la causalidad: ¿cómo sabemos que el autoritarismo, siendo aparentemente mal adaptado, no es la causa de los parásitos? ¿Tal vez las sociedades rígidas producen enfermedad? Tristemente, el surgimiento del COVID-19 ha confirmado la dirección de la causalidad, porque las medidas autoritarias se han impuesto en casi todas partes como reacción al virus.

Nadie podía describir a Australia y Nueva Zelanda como sociedades rígidas, pero el cierre de sus fronteras a casi todos los viajes y las severas cuarentenas nacionales en respuesta a incluso casos aislados de COVID muestran cuán rápidamente las medidas autoritarias se pueden normalizar. De igual forma, el presidente Biden ha anunciado que más de 2 millones de empleados federales deben mostrar prueba de que han recibido una vacuna contra el coronavirus o estarán sujetos a pruebas regulares, distanciamiento social estricto, uso de mascarilla y restricciones de viajes. Eso es un tanto coercitivo.

Por esta razón, como Thornhill y Fincher explican en su libro, es que las enfermedades infecciosas promueven el autoritarismo, porque las sociedades evitarán las enfermedades solo si son altamente disciplinadas: se necesita que solo una persona defeque en la dirección contraria para infectar a toda una aldea, así que todos deben obedecer las reglas en todo momento. Una vez, por lo tanto, una comunidad, sin importar cuán primitiva sea, ha determinado mediante prueba y error cómo sobrevivir de mejor manera un ambiente perreado de una enfermedad infecciosa, la desviación de las normas debe ser peligrosa. Entonces, ¡no debe haber experimentación! ¡Ni hablar de innovación! Esos valores luego penetran tanto los individuos como la cultura. Y dentro de una generación o dos, esa es la cultura.

Joel Kotkin y Hugo Kruger recientemente juntaron algunos de los desarrollos infelices a nivel global. Considere las cuarentenas. En Sudáfrica ahora es una ofensa criminal resistirse a la cuarentena, mientras que en Angola, Kenya, y Uganda le han disparado a personas por ejercer dicha resistencia. En Brasil, Jair Bolsonaro ha amenazado con usar las fuerzas armadas para hacer cumplir la cuarentena, y Andrés Manuel López Obrador en México ha cambiado la constitución para permitir que las fuerzas armadas hagan precisamente eso.

El liderazgo de Irán ha promovido una teoría de conspiración de que los estadounidenses han desarrollado una variante especial del virus par atacar especialmente a los iraníes, mientras que en Turquía, Recep Erdogan ha censurado los reportajes de noticias acerca del COVID-19. En Tunisia, el presidente ha dado un golpe de estado diciendo que él podía manejar el virus mejor que lo que lo podía hacer un gobierno democráticamente electo.

La negativa a vacunarse ha surgido en EE. UU. y no sorprende que está relacionada con otros fenómenos que tienen que ver con un individualismo firme incluyendo la negación del cambio climático y la resistencia al control de armas. Por supuesto, el presidente Biden está en lo correcto: negarse a recibir la vacuna no es algo inteligente. Aún así, luego de un año y medio de cuarentenas y mandatos entre otras libertades coartadas, tampoco es que sea totalmente sorprendente.

*Terence Kealey es un profesor de bioquímica clínica en la Universidad de Buckingham en el Reino Unido, donde sirvió como vice-canciller hasta 2014. La Universidad de Buckingham es la única universidad privada en el Reino Unido.