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La crisis de Syriza certifica el fin de la larga década de la izquierda indignada

A finales de 2014, cuando Podemos, liderado por Pablo Iglesias, crecía como la espuma, Alexis Tsipras, el líder del partido de izquierda griega Syriza viajó a Madrid. Los dos dirigentes se abrazaron y cenaron juntos en un restaurante del barrio de Vallecas. Era la demostración de una entente política de la izquierda alternativa europea que, aprovechando los efectos de la crisis financiera de 2008, buscaban reformular la lucha por la hegemonía que el comunismo europeo había perdido frente a la socialdemocracia en los años ochenta. Y la expresión de la venganza de una generación crecida al albur de la crítica a la izquierda socialista y eurocomunista, inspirada por líderes a los que le gustaba el apodo de «indignados».

Syriza fue el antesala del nacimiento de Podemos. Nació como confluencia de los colectivos de izquierda alternativos al Pasok, la formación socialista de gobierno, que prometían nuevas recetas y fórmulas para atajar la crisis y reformular conceptos como los de ciudadanía y poder. Iglesias estudió y celebró el éxito de Syriza en las elecciones griegas de 2015. Hasta viajó a Atenas para participar en el principal mitin de campaña de Tsipras, acompañado por un equipo todavía marcadamente errejonista.

Iglesias creyó que la ola de triunfo de la izquierda alternativa y radical de Grecia podía expandirse a España. Años antes, en 2012, cuando había acudido a Galicia para asesorar a su amiga Yolanda Díaz en las autonómicas, la había definido la «Syriza gallega». «El efecto Syriza es una anomalía político-electoral que amenaza a los regímenes políticos europeo», celebraba Iglesias.

Iglesias quería ser el Tsipras español. Aspiró a emular la idea de pasokización del PSOE. Es decir, el sorpasso electoral al histórico partido socialista. En 2015, Syriza se imponía con el 35% de votos, frente al 28% del centro-derecha y el 6% del Pasok. El giro político inaugurado años atrás había cuajado. Los equilibrios en la izquierda griega habían cambiado para siempre, y Podemos pensó en asaltar en España al PSOE, después de acusar a Izquierda Unida de ofrecer una propuesta política anacrónica.

Syriza, del 35% al 20% de votos

Tsipras llegó al Gobierno, pero tuvo que modular sus propuestas políticas e incumplir algunas de sus promesas más radicales. Hasta hubo protestas estudiantiles contra los dirigentes del partido. Sufrió la escisión del exministro de Economía Yanis Varoufakis, y en las elecciones de 2019, el centro-derecha ya volvió a convertirse en el partido más votado de Grecia. Ahora, tras las elecciones del pasado domingo, la caída de Syriza es ya incuestionable y permite hablar de fin de ciclo de una izquierda que hizo de la indignación su bandera y se erigió en intérprete de una generación de votantes y dirigentes renovadores. Algo que ya ha ocurrido en Italia, con la caída del Movimiento 5 Estrellas, y que de momento solo diferencia a Jean-Luc Melenchon, quien en cambio sí ha mejorado sus resultados en los últimos años.

El centro-derecha griego, Nueva Democracia, cosechó el domingo el 40% de sufragios, mientras que Syriza logró un 20%. Las crónicas de los corresponsables extranjeros recogen con unanimidad la decepción que se vivió en la noche electoral en la sede nacional de Syriza, con un Tsipras derrotado y abatido. La derecha griega no tiene los números para gobernar en solitario, y podría apoyarse en el Pasok, que va recuperando fuelle y alcanza el 11% de votos, aunque sus dirigentes ya han rechazado esa opción. Será suficiente volver a votar dentro de 20 días para que Nueva Democracia, si revalida el resultado del domingo, tenga acceso a la mayoría que le permitiría ganar en solitario.

En Syriza, mientras tanto, se abre un debate sobre el presente y futuro. La formación que inspiró la esperanza renovadora de una izquierda que había rechazado recetas neoliberales, o a lo Tony Blair, experimenta mientras tanto el sabor de un fin de ciclo. Y al igual que ocurre en Grecia, también en España la formación morada de Podemos ha logrado el objetivo histórico de formar parte del Gobierno de la nación, pero ahora se interroga sobre el futuro. Con la diferencia de que la caída de Podemos es mayor que la de Syriza, y que en ese mismo espacio ahora hay una opción, la de Yolanda Díaz, que intenta devolver la idea de que una nueva primavera, un nuevo amanecer, sobre las cenizas de una década de izquierda indignada que busca reinventarse.