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La derecha española no cambiará nunca

Disipen ya toda esperanza de una victoria electoral de la derecha. La derechoide española ya no es alternativa de nada, ni a nada. Urge un partido de derecha racialista e identitario, que ponga fin al tancredismo de Abascal y Casado, dos mierdecillas que han renunciado a cualquier doctrina ideológica capaz de hacer frente a la hegemonía cultural y electoral de la izquierda.

No nos engañemos. Las elecciones catalanas han sido un desastre para los ideales que aquí defendemos. El mejor parado del patético trío de la derechoide española ha sido Vox, cuyos cuadros se mostraban eufóricos por sacar un cuatro, lejos del aprobado, con tal de que el primo pepero obtuviese un dos. Mientras, socialistas e independentistas volvieron a sacar la máxima anota, con Illa, el ministro de la pandemia, siendo el primero de la clase.

Son los abstencionistas quienes más motivos tienen de atribuirse el éxito de las elecciones catalanas. Casi la mitad de los electores con derecho a votar prefirió fustigar con el látigo de la indiferencia a todos los partidos intervinientes en el proceso electoral.

La credibilidad de los sistemas democráticos se mide sobre todo por la aceptación social o no de la ritualización máxima del voto. La mayor crítica que puede recibir un sistema de participación electoral es que la mitad de los ciudadanos con derecho a votar haya decidido no ejercer ese derecho a considerar, que salga quien salga elegido, no habrá modificaciones que mejoren sus vidas; algo que deberían meditar muy en serio si tuvieran dignidad y vergüenza.

Triste y oscuro papel el de Pablo Casado en estos comicios. O es un completo inútil o es un traidor a su propio partido. La campaña de los populares ha sido literalmente infame, lejos del contacto con la calle, con apelaciones a conceptos vagos que su cantera natural de votantes no entendía. Mientras a los de Vox les llovían tomates y muy tibiamente plantaban cara a los separatistas, la derechoide del PP se ha pasado la campaña de hotel en hotel, hablando de europeísmo y de concordia a los cuatro gatos que iban a sus actos. No busque el PP los enemigos fuera; los tiene dentro, prestos a implosionar el partido, suponemos que por recomendación de alguien de arriba.

Han pasado ya algunas horas desde el fiasco, y no percibimos en el PP la necesaria autocrítica. El PP es un partido a la deriva, con un líder destrozado y con un severísimo lío de identidad. Casado no ha hecho más que hacer apuestas inútiles, como pasar de la derecha al centro en un fin de semana, y ahora suponemos que tocará cambiar otra vez de acera ideológica.

El único futuro para el PP pasa por definir su posición ideológica y cambiar de líder con urgencia; un desastre semejante al de ayer debería suponer la amortización política de su principal responsable. Pero nos tememos que todo seguirá igual. Los responsables del fracaso seguían esta mañana tan inoperantes como antes de las elecciones.

Respecto a Vox, nada bueno nos barruntamos cuando vemos cómo los propagandistas del sistema se han volcado con ellos en la campaña. Vox ha logrado once diputados gracias a los restos carroñeros arrancados al cadáver de Ciudadanos. Ni un solo voto detraído a la izquierda ni a los separatistas, ni uno. El partido de Abascal, ni es alternativa al sistema, ni es un partido crítico, ni representa otra cosa que más dosis de lo mismo. El papel de Vox nunca fue otro que evitar que las desafecciones al sistema salgan fuera de casa. Que la gente esté defraudada con el sistema no significa que esté dispuesta a dejarse engañar por el primer trilero que le ofrezca duros por pesetas.

AD nunca ha ocultado su apuesta por el identitarismo como base nuclear de cualquier proyecto patriótico. El identitarismo es, sobre todo, la firme creencia en una herencia biológica y en un problema cultural común. No tiene sentido reducir la lucha contra el globalismo a la exhibición de símbolos nacionales, mientras se ignora nuestra progresiva dependencia económica de otras naciones. No se puede izar la bandera de la lucha contra el globalismo si si acepta que nuestras principales marcas empresariales hayan pasado a depender de corporaciones financieras internacionales. Es imposible conjugar la apuesta identitaria si se tiene al frente de una lista electoral a un oriundo de Guinea Ecuatorial. Vox nos ha lanzado otra vez el mensaje de que el origen genético y el origen cultural son cuestiones relativas.

La derechoide española seguirá sumergida en un pozo de frustración y derrotismo mientras no surja un verdadero partido de derecha radicalmente antisistema, que en el actual contexto de crisis terminal habría arrasado en las elecciones catalanas con la fuerza de un tsunami.

Es hora de un verdadero proyecto nacional e identitario, que dé voz a los millones de españoles a los que les ha sido arrebatada.

La opción patriótica, robustecida por un liderazgo mesiánico, no puede estar representada por un partido que relativiza tanto el factor antropológico; ni por unos dirigentes que vitorean a los Borbones en actitud de cortesano rastrerismo. No puede ser un líder de derecha quien no se atreve a alzar la voz y decirle a los españoles que esta democracia es un timo; que dentro de este sistema solo hay futuro para unos pocos; que sin soberanía económica no puede haber independencia nacional; que votemos a quien votemos, siguen manejando los hilos las mismas élites de siempre.

Debemos asumir también la realidad de que, tras varias décadas de perversión del sistema educativo, el español medio de hoy es un potencial imbécil que conforma una masa mayoritariamente brutalizada, sin más objetivos vitales que el resarcimiento de sus instintos animales y aparentar que vive mejor que el vecino.

Los españoles de hoy no se diferencian mucho de los monos alienados. Los españoles de hoy carecen de pensamiento profundo, de cualquier inquietud intelectual auténtica. Cuando nos hayamos extinguido los últimos que empezamos a estudiar antes de la Constitución de 1978, la transformación se habrá completado y ya solo quedarán en España clanes de brutos reducidos a la tarea de consumir drogas y telebasura.

Es casi imposible hacer peor las cosas que la derechoide española. Es por tanto imperativo que surja un proyecto político que se adapte a los desafíos de la España actual, que transforme en operativos los discursos edulcorados de la derecha pastelera de siempre, que someta al sistema al correctivo más severo en nombre del más estricto sentido de la dignidad de millones de españoles.

Es la hora de un verdadero movimiento nacional alejado de esa derechoide cortesana y embaucadora, rentista y apesebrada, de caviar en pan de ajo. Es la hora de un nuevo liderazgo. Es la hora de reconstruir el edificio del patriotismo identitario con unos pilares y una argamasa humana diametralmente distinta de las actuales.

Es la hora de una derecha fuerte y vertebrada en torno al interés de los españoles de cualquier condición. Es la hora de echar doble cerrojo a la actual derechoide, ideológicamente yerma y políticamente inofensiva, siempre a expensas de los restos que van dejando proyectos fracasados como el de Ciudadanos.