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La diferencia entre un ministro de Defensa de verdad y una ridícula modistilla disfrazada de ‘abeja Maya’ que juega a los soldaditos

Serguei Shoigú y Margarita Robles

AD.- Comparación tan patética resulta difícil. A la izquierda el ministro ruso de Defensa, Serguei Shoigú, de aspecto duro, gesto adusto, y mirada severa, rasgos distintivos de cualquier mando militar que se precie. Se trata del principal responsable de uno de los ejércitos más poderosos y mejor equipados del mundo, celoso guardián de la soberanía rusa. A la derecha, con hechuras de ‘abeja Maya’, su homóloga española, Margarita Robles.

Sabíamos desde hace tiempo que las funciones discrecionales del ejército español difieren bastante del cometido asignado a sus uniformados por cualquier sociedad celosa de su dignidad nacional. Viendo a la ministra de Defensa entendemos por qué.

Con la ex magistrada al frente de Defensa se sigue la tradición socialista de purgar a los mejores mandos, los más patriotas, los más honorables. Viendo el patético pose de la ministra, al lado del imponente porte castrense del ruso, entendemos por qué nuestro ejército ha pasado a convertirse en una ONG, con activa presencia internacional, casi siempre para apuntalar los intereses geoestratégicos del mundialismo. Como consecuencia, se gesta una inquietante paradoja. Lo central (compromiso con la defensa nacional y fidelidad del soldado a lo que España, pese a esta democracia entreguista, representa y es), es lo menos y lo marginal (el toque distintivo de declararse globalista), es lo de más. Sólo en ese correlato de afinidades marcado por la ideología progre pudo darse el caso de que un tipo tan incalificable como Julio Rodríguez estuviese al frente del JEMAD.

La ridiculez de la indumentaria de la ministra retrata lo poco o nada que cabe esperar de nuestros soldados en la salvaguarda de los intereses nacionales. Por contra, la uniformidad indumentaria del ministro Serguei Shoigú es reflejo externo de la pertenencia a un colectivo, que en el caso de las Fuerzas Armadas rusas, adquiere una singular importancia dentro y fuera de Rusia.

Se infiere por ambas imágenes la sideral distancia entre un soldado de verdad y una funcionaria progre, ridículamente uniformada, que juega a los soldaditos.

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