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La encuesta de enero – La Gaceta de la Iberosfera

Han leído ustedes bien… La encuesta, digo, y no la cuesta, como suele decirse en referencia al abrupto viacrucis económico de quienes acusan en su bolsillo la resaca de los alegres gastos navideños, aunque mejor sería decir las encuestas, en plural, pues llevamos ya no sé cuántas y todavía faltan dos semanas para que acabe el mes.

Hoy, lunes 17, me he topado con varias nada más abrir el ordenador y desplegar las casillas digitales reservadas en él a lo que otrora fuesen periódicos de letra impresa. La dudosa ciencia de la encuestología y el agresivo virus de la encuestitis hacen estragos entre los chicos de la canallesca ‒así llamábamos a la prensa en los dulces años del antifranquismo quienes practicábamos el deporte de riesgo de correr delante de los grises‒ y no digamos entre los santones de la politología y los raperos de las tertulias audiovisuales. No hay cabecera que no disponga de sus propias encuestas, o paneles, o sondeos, o como quieran llamarlos, ni editorialistas que no recurran a ellas para acatar las órdenes de los rabadanes de sus rebaños y servir a los intereses de los dueños de sus pesebres. El batiburrillo de las encuestas es similar al de los futurólogos, los videntes, las quinielas y los pimientos de Padrón: a veces aciertan y a veces non.

Mucho más de fiar, aunque tampoco sea siempre fidedigno, es el pronóstico de la lógica deductiva en la que fuese magister Aristóteles y maestro Sherlock Holmes, que siempre acertaba con la idiosincrasia, los motivos y la identidad del autor del crimen.

Todo lo dicho vale sólo en el supuesto de que los españoles no hayan enloquecido […] Confío en que la psiquiatría y la evolución del virus no la confirmen

Permitan pues que, escéptico yo por mi naturaleza en todo lo concerniente al frufrú de las encuestas y a la mecánica de los algoritmos, elabore mi propia quiniela y me arriesgue a hacer público el resultado de mis cábalas, condicionadas, quizá, lo reconozco, por lo que desearía que sucediese. Mis vaticinios valen para las elecciones de Castilla y León, para las de Andalucía, para las de Valencia y, puesto ya a jugarme el plato, para las generales, que tras ese triple envite no tardarán, a mi falible juicio, en llegar. 

La lógica me dice que es casi imposible, visto lo visto y vivido o padecido lo padecido y vivido en los dos últimos años, que mis compatriotas vuelvan a votar a Sánchez, al partido, por él deshecho, que encabeza y a los restantes cómplices en el desencadenamiento de la pesadilla política, económica, sanitaria, cultural y moral en la que aún estamos sumergidos. 

Ésta es la primera premisa.

La segunda es que a Ciudadanos ni está ni se le espera, que el Partido Popular, con la excepción de Ayuso, ha hecho todo lo posible para parecer o incluso para ser una especie de marca blanca del PSOE y que sólo VOX ha encarnado la sensatez en sus propuestas.

Sensatez, digo…

Corolarios: va a gobernar la derecha en Castilla y León, en Andalucía, en Valencia y en España; VOX alcanzará o incluso superará el veinte por ciento de los votos en todas partes y las huestes de Yolanda se quedarán con un palmo de narices: las que a su jefa no le faltan.

En cuanto a los partidos secesionistas… ¡Bah! Lo suyo es una foto fija. Seguirán como están por los siglos de los siglos. Paciencia. Nos ha tocado esa china.

Todo lo dicho vale sólo en el supuesto de que los españoles no hayan enloquecido. Eso, a la luz del aumento de las enfermedades mentales originado, según la ciencia médica asegura, por las secuelas de la pandemia, es, de momento, una hipótesis. Confío en que la psiquiatría y la evolución del virus no la confirmen. 

Elemental, querido Watson… A otra cosa.