Inicio Actualidad La guerra de depósitos bancarios y sus objetores de conciencia 

La guerra de depósitos bancarios y sus objetores de conciencia 

La falta de solvencia de una entidad financiera dictamina su certificado de defunción, pero lo que produce la muerte societaria es la falta de liquidez. Un banco puede sobrevivir incluso con una metástasis de capital a poco que disponga del beneplácito del regulador para dilatar sus medidas paliativas en el tiempo. Pero como el pánico cunda entre los clientes dando lugar a una retirada masiva de depósitos el infarto de miocardio tendrá consecuencias letales. Los últimos sucesos acaecidos en el mercado bancario han puesto otra vez de relieve la primera y más elemental enseñanza que debe incluirse en el vademécum de cualquier entidad de crédito que se precie.

El colapso del Silicon Valley Bank (SVB) se extendió hace unos días como un reguero de pólvora dentro de un proceso que anunciaba una nueva crisis de confianza en el sistema financiero internacional. Las exquisitas autoridades que velan por el correcto funcionamiento del sector se han confabulado para lanzar un mensaje de tranquilidad, pero todas saben que una vez descontrolado el virus nadie está libre de padecer un episodio de tensión que termine por alterar peligrosamente el ritmo cardiaco de liquidez. A partir de ahí lo que está en juego es la capacidad del sistema inmunológico de cada entidad para asegurar el grado de solvencia exigido y mantener intactas sus constantes vitales. 

Al Credit Suisse la epidemia procedente de Estados Unidos le ha pillado con las defensas muy bajas después de un largo periplo de tribulaciones que afectaron a su reputación en el mercado y atentaron gravemente contra sus estándares de gobernanza interna. El Estado federal no ha vacilado ni un instante en saltarse a la torera la ortodoxia regulatoria haciendo añicos el modelo convencional de reestructuraciones bancarias adoptado en Europa a raíz de la crisis de 2008. El Gobierno y el Banco Nacional de Suiza salieron al quite con toda su artillería institucional para forzar la venta a UBS del gigante sistémico venido a menos en una operación exprés, adobada además con una garantía de ayudas públicas por valor de 9.000 millones de euros.

El BCE mantiene en cartera tres subidas de tipos para 2023

El rescate o como se quiera llamar a la solución doméstica impuesta en Credit Suisse evoca odiosas concomitancias con la solución final ejecutada en España con el Banco Popular. Los accionistas de la mítica entidad traspasada por un euro al Banco Santander han reforzado ahora su derecho legítimo a sentirse discriminados en el tratamiento dispensado por la Junta de Resolución Europea (JUR). Si es verdad que el tiempo termina colocando a cada cuál en su lugar, los damnificados del Banco Popular han tenido que esperar seis años para resarcirse, al menos moralmente, de lo que en términos comparativos sólo puede considerarse como un expolio. No en vano, los antiguos dueños del banco español se quedaron a cero pelotero, mientras que los del suizo han obtenido un 40% en relación a su último valor en bolsa.

Los enterradores del Popular podrán decir que lo pasado, pasado está, pero la huella que ha dejado el ‘affaire’ de Credit Suisse tiene consecuencias trascendentales para todo el sistema bancario en el Viejo Continente. Los reguladores locales del país helvético han salvado parcialmente los muebles de los accionistas en detrimento de los bonistas con una sentencia inopinada y si se apura incluso algo salomónica, dado que estos últimos acreedores eran inversores profesionales en tanto que la masa social incorporaba a buena parte de ahorradores particulares. Pero el mundo del dinero es especialmente cobarde y cualquier decisión valiente se percibe como un gesto de temeridad con el consiguiente rechazo por parte de la comunidad financiera internacional. 

«La venta de Credit Suisse a UBS otorga a los accionistas del Banco Popular un legítimo derecho a sentirse expoliados»

Los grandes fondos están con la mosca tras la oreja porque temen que el ejemplo de Suiza cale en el resto de Europa. Entidades de la talla del Deutsche Bank, Barclays y Société Generale padecieron acto seguido los efectos de la incertidumbre con un incremento brusco de sus seguros de deuda y la espiral de espanto no se desvanecerá del todo hasta que el Banco Central Europeo (BCE) oficialice el cambio de sentido de su actual y más restrictiva política monetaria. No se olvide que los reguladores de Fráncfort tienen aun en cartera tres subidas de un cuarto de punto este mismo año, lo que situaría el precio oficial del dinero en el 4,25%, dejando la facilidad de depósito con el que se remunera a los bancos en el 3,75%

Cierto es que la agresividad de los banqueros centrales resulta ahora más estética que real a la luz de los acontecimientos y no parece que Christine Lagarde y compañía vayan a llevar tan lejos la hoja de ruta prevista. Pero sea como fuere, el sistema financiero caminará en los próximos meses por la cuerda floja debido al ejercicio de funambulismo al que está abocado el BCE en su lucha contra la inflación y la desconfianza de los mercados encarecerá la base de capital como preámbulo de una crisis de liquidez que tarde o temprano se traducirá en una carrera por los depósitos. Ahí es donde le puede doler especialmente a la industria bancaria española que viene  arrastrando los pies de manera irredenta a fin de ralentizar lo más posible la remuneración a sus clientes minoristas.

La gran banca no quiere pagar por lo que ya tiene

Los gigantes financieros, con el Banco Santander, BBVA y CaixaBank a la cabeza, se han declarado hasta ahora firmes objetores de conciencia amparados bajo la garantía que brinda su envidiable ratio de liquidez, muy por encima de los umbrales mínimos requeridos por las instituciones supervisoras de Basilea III. La gran banca se niega a pagar por unos recursos que ya posee, aunque pronto tendrá que hacerlo si no quieren perderlos en la escaramuza silenciosa que se está perpetrando estos últimos días dentro del sector. Los más avezados han empezado a llamar a sus clientes para ofrecer productos alternativos, muy parecidos a los depósitos a plazo fijo, con rentabilidades que hasta hace unos días parecían impensables en el actual estado de confort que estaban disfrutando los más importantes prestamistas del país. 

El Banco España está esperando ahora que alguno de los cinco grandes, incluyendo Sabadell y Unicaja, rompa definitivamente el hielo a la vuelta de Semana Santa, lo que también contribuirá a mejorar la manida y cacareada responsabilidad social corporativa de la banca española. Teniendo en cuenta que nuestras entidades disponen de una capacidad de resistencia plenamente consolidada habrá que admitir que las nuevas turbulencias financieras pueden ofrecer una cara también positiva si finalmente se produce la ansiada guerra de depósitos. Una vez más se demuestra que no hay mal que por bien no venga.