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La guerra que quiere Sánchez

En la lógica monclovita, yo ahora tendría que escribir una encendida columna sobre José Antonio, el Valle de los Caídos y la Guerra Civil y participar en un largo, y sin duda emocionante, debate con la otra media España, para terminar arrojándonos los muertos a la cara como de costumbre. En realidad, me encantaría. Pura testosterona y eso. Y me fastidia, de corazón, estropearle los planes a Sánchez de esta manera tan vil. Pero no lo haré. Nací en 1981, ni siquiera soy capaz de recordar con soltura el PIN de mi móvil, y he bebido demasiada cerveza en los últimos 40 años como para acordarme de lo que ocurrió la semana pasada, como para pensar en 1936. Además, con la primera dosis de la vacuna, me han crecido las tetas, y me he vuelto un poco más tolili, que diría el gran Florentino. Así que no me esperen hoy para discutir de Franco en el bar.

Sin embargo, lo que es la vida, Pedro, me acuerdo perfectamente de ayer. Sí. Ayer mismo. Cuando el peor Gobierno de la historia de la democracia española dio nuevas muestras de brillante incompetencia. Cuando los socialistas convirtieron la luz en un producto de lujo. Y cuando los ministros volvieron a competir por el premio a la propuesta más estúpida, para mantener a la gente narcotizada entre matrias, violencia machista contra los gatitos, y puñeteras hamburguesas sintéticas. Qué bien lo resumió, con la mano alzada frente al televisor, el albañil, ya entrado de años, encorvado, y bien cubierto de polvo, que con los dedos hinchados como chorizos apuraba un cafelito y una copita de orujo a mi lado en la cafetería del barrio. En el telediario, Yolanda Díaz, con todo su pijerío de reciente implantación, y su célebre disertación en defensa de la matria: “Señora, váyase a la mierda”. 

Sin Redondo, Sánchez sigue siendo lo más parecido a una agencia de publicidad

Pocos días hemos necesitado para comprobar que el cambio de ministros no era más que la llegada de savia nueva para alimentar el árbol de la propaganda y la estupidez. Sin Redondo, Sánchez sigue siendo lo más parecido a una agencia de publicidad. La única diferencia es que a menudo las agencias tratan de vender un producto más o menos aparente, mientras que Sánchez siempre busca ofrecer algo lo bastante estúpido como para que salte a primera plana. Diría que el gran experto en la materia del producto-tonto es Garzón, sino fuera porque la ministra de Trabajo se ha tomado muy en serio la motivación sanchista y está haciendo sonoros méritos para arrebatarle el título, en obvia competencia con la chica de Iglesias.

Detrás de esto, como detrás de la absurda crisis de gobierno, no hay nada: se equivocan una vez más quienes piensan que Sánchez tiene una milimetrada agenda ideológica para cambiar España. No es que Sánchez quiera reabrir las heridas de la guerra civil. Es mucho peor: es que le da igual reabrir las heridas de la guerra civil, las de la pandemia, las del terrorismo de ETA o las de la guerra mundial. El único proyecto de Sánchez no es político, ni ideológico; es de poder. De poder a toda costa.

El presidente utiliza una agenda ideológica, bastante esquizofrénica, para permanecer al mando, y, en el camino, está dispuesto a cambiar España todo lo que sea necesario para seguir en el Falcon grabando TikToks disfrazado de JFK. Pero Sánchez, en realidad, podría ser mañana del PP, o defender las causas de los yanomamis de Brasil, o convertirse en un acérrimo nacionalista riojano. A Sánchez le preocupa tanto el socialismo como el futuro de su inquebrantable amistad con José Luis Ábalos. Por cierto, un consejo al presidente: mucha precaución en las noches de luna llena, que es cuando salen a pasear los muertos vivientes. 

Sánchez es, en fin, un traidor a propios y ajenos. Un traidor a la nación. Tras él, todo el PSOE será un páramo. Y nadie podrá decirnos que no lo advertimos ya en 2016

Quizá por eso me asombra escuchar a tantos comentaristas hablando del “sanchismo”. Ni existe, ni ha existido nunca. Eso que llaman “sanchismo” es solamente lo peor de la condición humana, la ambición, la avaricia, la venganza, el poder, la mentira, y la tiranía. Considerar eso una corriente política dentro del PSOE es como si en la derecha, sin estar bajo los efectos de las setas que le gustan a Sánchez Dragó, nos pusiéramos a departir sobre la importancia del “hernandezmanchismo” en la configuración política de la España de hoy.

Sánchez es, en fin, un traidor a propios y ajenos. Un traidor a la nación. Tras él, todo el PSOE será un páramo. Y nadie podrá decirnos que no lo advertimos ya en 2016, que venía a servirse del partido, como se está sirviendo de España. Aunque a mí, confieso, me parecía mucho más divertido cuando lo hacía solo con el dinero de los socialistas y no con el de todos los españoles