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La Hipólita de Galapagar incendia el Congreso

Contaba Umbral, no recuerdo en qué libro, el follón que montó con Raúl del Pozo para asistir al entierro de Ruano. Terminado el cotarro, el de Cuenca le dijo, más o menos: «Y pensar que no nos divertiremos tanto hasta que se muera Azorín«. La sesión de control de este miércoles en el Congreso ha sido un placer culpable –otro más–, un chiste terrible y corrosivo, sí, pero del que uno se ríe con remordimiento, tapándose la boca. Como un reality de Telecinco, vulgar y soez, pero mucho mejor decorado. En este escenario, caben tres opciones: la primera, que pasa por adherirse a la(s) causa(s), convertirse en pajes de, en Waylon Smithers; la segunda, que consiste en indignarse, rasgarse las vestiduras y clamar al cielo –casi siempre, en vano–, y la tercera, que va sobre contemplar y contar cómo el mundo arde, disfrutando del espectáculo a la vez y asumiendo que, tarde o temprano, las llamas llegarán a tu casa. Porque acabarán llegando. Estoy convencido.

El punto álgido del aquelarre parlamentario último llegó casi al final, cuando la diputada del PP Belén Hoyo preguntó a la ministra de Igualdad si «es consciente de la gravedad de lo que está pasando», si «se ha puesto en la piel de las verdaderas víctimas», por eso de que ya son cuarenta, y subiendo, los violadores, abusadores, etcétera, que se han beneficiado de la reducción de penas de la ley del sólo sí es sí. Irene Montero la escuchaba supurando dramatismo, exhibiendo un rostro como de Virgen barroca, y le respondía tildándola de cínica. La popular le rogaba que dejara «de apropiarse del feminismo y de dividir a la sociedad», defendía a los jueces y, sin mencionarlo, a Pablo Motos, y pedía su dimisión.

Entonces, al día siguiente de que el vicepresidente primero de la Mesa, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, expulsara de la tribuna a la voxera Patricia Rueda por usar el término «filoetarra», la Hipólita de Galapagar acusaba al PP de promover «la cultura de la violación». Hilando fino, ea. Los genoveses escenificaron su enfado y Batet, oh, sorpresa, más gaseosa que su colega bético con la diputada por Málaga, se limitó a pedir «silencio», a reprochar a los populares que «no se interrumpe una pregunta» y a afearle a Montero que «la expresión que ha utilizado no es adecuada». Cuca Gamarra pidió la palabra y, sobreactuada como un quinceañero en la función de Navidad de su colegio, dijo que su partido «va a seguir luchando por la igualdad de este país» y que «lo que tiene que hacer la ministra es asumir sus responsabilidades y ser un poquito más responsable». Al menos, no añadió un «responsablemente». Un compañero de bancada, creo que Alberto Casero –el del voto equivocado, ya saben–, se desgañitaba con un sonoro «¡sinvergüenza!». Algunos se dieron el piro.

Acto seguido, Inés Cañizares indicaba que los delitos sexuales aumentaban por, entre otros factores, las «manadas importadas». Montero torcía el gesto y, en su respuesta, tiró de estribillo: «A pesar de sus estrategias de violencia política», blablablá. La de Vox: «Su ley ejerce la violencia institucional contra las mujeres». Y la ministra: «Reconozca de una vez que la violencia tiene género». No sé qué vamos a hacer, por ejemplo, con la asesina de la niña Olivia.

Por lo demás, Cuca, inaugurando la jornada, le explicó a Pedro Sánchez que pasará a la Historia «por ser el presidente del Gobierno que rebajó las penas a los delincuentes sexuales», «que otorgó impunidad derogando el delito de sedición» y por presidir «un Gobierno que se nombró a sí mismo magistrado del TC». Arrancó un «muy bien» bramante y bovino a uno de sus compiyoguis. El presidente del Ejecutivo, ¿cansado de hacer sangre? –los abusones también se aburren–, se despachó desganado, lamentando que «lo que no es democrático y constitucional es bloquear la renovación la renovación del CGPJ, la del TC y estar fuera de la Constitución, como llevan ustedes cuatro años».

Más electricidad le puso Abascal, que también comenzó su intervención criticando la sobredosis de vanidad histórica del presidente de la Internacional Socialista: «¿No sé siente ridículo? ¿Se imagina a otro dirigente hablando de sí mismo en esos términos? Quizá a Nerón o a Calígula«. El líder de Vox, que gana en la sobriedad dialéctica, le espetó a Sánchez que «pasará a la Historia, pero no por desenterrar muertos e impedir su descanso, por muy grave que esto sea, sino por ceder a todas las pretensiones de comunistas, de separatistas, de malversadores, de sediciosos, por tanto, de golpistas».

Quieto parao: ¿se ha ahorrado un «filoetarras»? ¿Después de los despueses? ¿Se ha acobardado? Como dice mi amigo Paquillo: «Tranquilo, Conan». Segundos después, Abascal agrega: «Será recordado como el presidente que incorporó a partidos que defienden a condenados por terrorismo, es decir, a filoterroristas». E insiste: «¿Cómo se llama a los socios de los filoterroristas en esta cámara?». Mejor así.

Por lo demás, mencionar que Calviño ha naturalizado a Espinosa de los Monteros como su rival parlamentario, desechando al pepero Rojas, que se fue por los cerros de uno de los pueblos más bonitos de Jaén refiriéndose a la ley del sólo sí es sí. El portavoz de Vox le preguntó «cuál es su previsión de crecimiento en el primer trimestre del año que viene», la vicepresidenta primera no le dio el dato, y éste, cachondón, se lo afeó: «No me lo da. ¿Y sabe por qué no me lo da? Porque no acierta nunca».

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