Inicio Actualidad La Iglesia frente a los genocidas del Tercer Reich. ¿Quién nos defiende...

La Iglesia frente a los genocidas del Tercer Reich. ¿Quién nos defiende hoy del nazismo-comunismo del siglo XXI?

Recorrido de Francisco por Auschwitch.

Por Magdalena del Amo.- La Iglesia, que desde sus inicios se opuso a los programas eugenésicos y eutanásicos, cuando en las tres primeras décadas del siglo pasado muchos países avanzados llevaban a cabo estas prácticas, el papa Pío XI se erigió en baluarte defensor de la vida. En su encíclica Casti Connubii, de 1939, sobre el matrimonio cristiano, amonesta duramente a quienes se arrogan el derecho de decidir quién puede tener hijos y cuántos: “Hay algunos, en efecto, que, demasiado solícitos de los fines eugenésicos, no se contentan con dar ciertos consejos saludables para mirar con más seguridad por la salud y vigor de la prole— lo cual, desde luego, no es contrario a la recta razón—, sino que anteponen el fin eugenésico a todo otro fin, aun de orden más elevado, y quisieran que se prohibiese por la autoridad pública contraer matrimonio a todos los que, según las normas y conjeturas de su ciencia, juzgan que habían de engendrar hijos defectuosos por razón de la transmisión hereditaria, aun cuando sean de suyo aptos para contraer matrimonio. Más aún: quieren privarlos por la ley, hasta contra su voluntad, de esa facultad natural que poseen, mediante intervención médica […] atribuyendo a los gobernantes civiles una facultad que nunca tuvieron ni pueden legítimamente tener.

”Cuantos obran de este modo –continúa la encíclica—, perversamente se olvidan de que es más santa la familia que el Estado. […]. De ninguna manera se puede permitir que a hombres, de suyo, capaces de matrimonio, se les considere gravemente culpables si lo contraen, porque se conjetura que, aun empleando el mayor cuidado y diligencia, no han de engendrar más que hijos defectuosos. […]. Además de que los gobernantes no tienen potestad alguna directa en los miembros de sus súbditos; así, pues, jamás pueden dañar ni aun tocar directamente la integridad corporal donde no medie culpa alguna o causa de pena cruenta, y esto ni por causas eugenésicas ni por otras causas cualesquiera…”.

Es un alegato claro no solo contra el nazismo y sus leyes de sangre y hereditarias, sino contra todos los países que, solapadamente, con menos publicidad que Alemania estaban practicando la eugenesia, el aborto y la eutanasia en personas mayores y niños y jóvenes con defectos, así como la esterilización forzosa de mujeres. Las legislación nazi se basó en leyes promulgadas en estos países y no al revés.

La encíclica fue prácticamente una prédica en el desierto. Los estados hicieron caso omiso y continuaron con sus investigaciones y prácticas contrarias al derecho natural, al tiempo que los nazis potenciaban las medidas de exterminio.

Lo que ocurría en Alemania no era secreto. Porque, aunque las universidades y los periódicos guardaban absoluto silencio, las homilías del entonces obispo de Münster, cardenal después, y hoy beato, Clemens August von Galen, tenían difusión mundial y en ellas denunciaba el genocidio que se estaba perpetrando. El 3 de agosto de 1941se dirigió al mundo con estas palabras:

“Desde hace algunos meses, vemos que, por disposición de Berlín, son cogidos a la fuerza de los hospitales, residencias y manicomios, personas enfermas desde hace tiempo y que podrían parecer incurables. Regularmente, los familiares al poco tiempo son informados de que los restos mortales han sido incinerados y que las cenizas de sus difuntos pueden serles enviadas. Generalmente, se tiene la sospecha, casi la certeza, de que estos numerosos casos de inesperados fallecimientos de enfermos mentales no se producen espontáneamente, sino que son causados intencionalmente, que se sigue en estos casos la doctrina que afirma que se pueden destruir las llamadas “vidas inútiles”, es decir, matar seres inocentes, si se juzga que su vida no posee valor alguno para el pueblo ni para el Estado. Doctrina horrible que quiere justificar el asesinato de inocentes y permite, por principio, la muerte violenta de inválidos para el trabajo, de mutilados, de enfermos incurables, de personas decrépitas.

”Por fuentes atendibles sé que ahora en las residencias y en los manicomios de la provincia de Westfalia se redactan listas de esos enfermos, que los llamados “compatriotas improductivos” en breve plazo deben ser cogidos y eliminados. Durante esta semana ha partido el primer transporte desde la casa de cura de Marienthal cerca de Münster.

”¡Hombres y mujeres alemanes! Hasta este momento sigue en vigor el artículo 211 del Código Penal del Reich que reza: ‘Quien mata premeditadamente a una persona, será por ese asesinato castigado con la muerte’. Ciertamente, para evitar el justo castigo a quienes matan premeditadamente a estos pobres seres, miembros de nuestras familias, estos enfermos elegidos para la muerte, son llevados fuera de su tierra a un instituto lejano. Después, como causa de su muerte se indica cualquier enfermedad. Debido a que los restos mortales son incinerados enseguida, ni los familiares ni la policía criminal están en condiciones de verificar si ha sido una enfermedad la verdadera causa de la muerte. Pero se me ha asegurado que en el Ministerio de Asuntos Internos del Reich, en las oficinas del Jefe de los Médicos del Reich, doctor Conti, no se hace ningún misterio del hecho de que, en realidad, se ha matado ya premeditadamente a un gran número de enfermos mentales en Alemania y que lo mismo sucederá en el futuro. […] Así, debemos tener en cuenta el hecho de que los pobres e indefensos enfermos antes o después serán asesinados. ¿Por qué? No porque sean culpables de un crimen que merezca la muerte, no porque quizá han agredido a su enfermera o guardián, de modo que este, para salvar la propia vida, no haya tenido más elección que reducir por la fuerza, por legítima defensa, al agresor. […] No, no es por estos motivos que estos infelices enfermos deben morir, sino porque, según el juicio de un órgano administrativo, según el parecer de una comisión cualquiera, se han hecho ‘indignos de vivir’, por el hecho de que, de acuerdo con ese diagnóstico, son parte de los ‘connacionales improductivos’. Se juzga que ya no pueden producir, son como una máquina vieja que ya no funciona, como un viejo caballo que se ha quedado cojo sin curación posible. Son como una vaca que ya no da leche. […]. Se trata de seres humanos, de nuestros semejantes, hermanas y hermanos nuestros. […]. ¿Tienes tú, tengo yo el derecho a la vida solo mientras seamos productivos, mientras seamos considerados productivos por otros? ¡Si se admite el principio, ahora aplicado, de que se puede matar al hombre ‘improductivo’, entonces la desgracia caerá sobre todos nosotros cuando seamos viejos y decrépitos! […]. Según esto, es suficiente que cualquier decreto secreto ordene que el procedimiento experimentado con los deficientes mentales se extienda también a los ‘improductivos’, para que se aplique también a los tísicos incurables, los decrépitos, los inválidos de trabajo, los soldados gravemente mutilados. Entonces ya nadie está seguro de la propia vida. Una comisión cualquiera le puede incluir en una lista de ‘improductivos’ que, de acuerdo con su parecer, se han convertido en ‘vidas inútiles’. Ninguna policía les protegerá, ningún tribunal castigará su asesinato y castigará al asesino a la pena que se merece. ¿Quién podrá tener confianza en el propio médico? Puede darse que declare al enfermo como ‘improductivo’ y se le ordene matarlo. Resulta inimaginable la barbarie de costumbres y la desconfianza general que se introducirá dentro de las familias si esta doctrina es tolerada, aceptada y seguida. ¡Qué desgracia para los hombres!” [1].

Sí, ¡qué desgracia para los hombres! ¡Qué desgracia para la sociedad!

Einstein reconoce la firmeza de la Iglesia

Albert Einstein reconoce en un reportaje publicado en 1940 en la revista Time, la labor de denuncia de la Iglesia en esos años: “Solamente la Iglesia católica salió decididamente al paso a la campaña de Hitler por suprimir la verdad. Nunca había experimentado ningún interés especial por la Iglesia, pero ahora siento gran afecto y admiración, porque solamente ella ha tenido valor y persistencia para mantenerse firme en la verdad intelectual y en la libertad moral. Me siento obligado a confesar que lo que en otro tiempo desprecié, ahora lo alabo sin reservas”.

Para contrarrestar la voz de la Conferencia Episcopal alemana, propiciaron la divulgación de las ideas en pro de la esterilización, de la mano de profesores universitarios partidarios. Tanto el sistema educativo en todos los niveles, como los medios de comunicación, estaban controlados por el Tercer Reich. Los disidentes que ocupaban algún cargo eran destituidos por considerarlos “poco fiables”. Así, los judíos fueron apartados de las universidades, los centros de investigación científica, los hospitales y la medicina pública. Asimismo, se les confiscaron las propiedades, se les deportó, se les metió en campos de concentración y se los quemó en horribles hornos. El pueblo había interiorizado que era lo mejor para Alemania. Se acostumbró a la sinrazón y empezó a considerar lo atroz como normal.

Los programas nazis de eugenesia, esterilización y eutanasia hacían babear a biólogos, psiquiatras y políticos, tanto de Estados Unidos como de algunas naciones europeas, porque los alemanes habían conseguido en poco tiempo y a gran escala lo que ellos estudiaban desde hacía años [2].

Lothrop Stoddard, antijudío acérrimo, declaró a propósito de los crímenes que se estaban perpetrando en Alemania: “El problema de los judíos ya está definido en principio, y pronto se establecerá la solución en hecho, a través de la eliminación física de los mismos en el Tercer Reich” [3]. Su libro The Rising Tide of Color Against White-World-Supremacy (La ascendente marea de color en contra de la supremacía del mundo blanco), escrito en 1920, se utilizó como libro de texto en las “ikastolas” nazis. A pesar de ello, el autor no fue juzgado en Núremberg, como tampoco tantos otros que continuaron en sus puestos académicos, negando incluso su pasado.

El presidente de la “Asociación Americana de Investigación Eugenésica”, Matias Goethe, le escribió una carta a Eugene Grosney, presidente de la “Fundación para el Mejoramiento Humano” felicitándole por el largo alcance de sus ideas, con estas alabanzas: “Seguramente le interesará saber que su trabajo ha formado una parte muy importante en la conformación de las opiniones del grupo de los intelectuales que están apoyando a Hitler en este programa que hace época. Percibí en todos lados que sus opiniones han sido tremendamente estimuladas por el pensamiento americano, y particularmente por el trabajo de la Fundación para el Mejoramiento Humano. Quiero, querido amigo, que tenga presente este pensamiento el resto de su vida, que usted realmente ha puesto en movimiento a un gran gobierno de sesenta millones de personas” [4]. Ibid.

¡Qué miedo nos dan estas palabras! Dan miedo porque, lejos de pertenecer a un pasado que no volverá a repetirse, es presente rabioso si tenemos en cuenta las modernas leyes de los países avanzados. El aborto es legal en casi todo el mundo, y donde no lo es, se aborta burlando la ley. La eutanasia, revestida de compasión con el sufriente, se está haciendo de uso común y lo mismo el suicidio asistido, amparándose en el deseo de morir del enfermo deprimido.

El secretario de la “Sociedad Eugenésica Americana”, León Whitney, hizo esta declaración en 1934: “Muchos hombres y mujeres visionarios, tanto en Inglaterra como en los Estados Unidos, han estado trabajando asiduamente desde tiempo atrás para lograr algo muy parecido a lo que ahora Hitler ha hecho obligatorio” [4].

Un representante del “Comité Americano para la Salud Materna” visitó Alemania en 1935. En su informe dice: “Los líderes del movimiento alemán de esterilización declaran repetidamente que su legislación pudo ser formulada solo después de un estudio cuidadoso del experimento de California. […] Dicen que hubiera sido imposible emprender una tarea que involucraba a alrededor de un millón de personas sin haber revisado atentamente experiencias previas de otras partes del mundo” [5]. Ibid.

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, el escándalo nazi se desbordó. Tras celebrarse los juicios de Núremberg, en la sociedad se extendió la idea de que los responsables de tan atroces crímenes habían sido condenados. Sin embargo, no fue así. Muchos de los médicos que habían trabajado voluntariamente para el Reich en los programas de exterminio, así como los ideólogos que los habían inspirado, ni siquiera fueron imputados.

He aquí un extracto de la declaración del doctor Brandt, médico personal de Hitler, en el juicio de Núremberg: “El motivo era el deseo de ayudar a individuos que no podían ayudarse y podrían estar prolongando sus vidas así en tormento. […] Citar a Hipócrates hoy es proclamar que nunca debe darse veneno a los inválidos y a las personas con gran dolor. Pero cualquier médico moderno que hace esa declaración tan retórica es un mentiroso o un hipócrita. […] Yo nunca pensé que estaba haciendo algo mal, sino que estaba abreviando la existencia torturada de tales criaturas infelices”.

Durante un par de décadas nadie se atrevió a hablar de eugenesia y eutanasia. No era ni política ni socialmente correcto porque se corría el riesgo de sacar del archivo el asunto nazi. Pero el atanor del mal seguía trabajando y a finales de los años sesenta, una suerte de inmundicia empezó a desparramarse, y los grupos mal llamados progresistas pusieron en marcha el agitprop para reivindicar la eugenesia, el aborto y la eutanasia. Era el renacer del nazismo –que nunca se había erradicado ideológicamente— y que empezaba a pisar fuerte, en esta ocasión con el apoyo de los Estados, bajo denominaciones políticamente correctas como planificación familiar, control de población, control de natalidad, biología social o genética terapéutica.

De celebrarse hoy los juicios de Núremberg, los pocos médicos asesinos y amorales que fueron condenados, me atrevo a decir que saldrían absueltos, en virtud de la pérdida de sacralidad de la vida humana y la ambigüedad de nuestros códigos de justicia.

(Extracto de mi libro La dignidad de la vida humana. Eugenesia y eutanasia, un análisis político y social, Magdalena del Amo, La Regla de Oro Ediciones, Madrid, 2012).

NOTAS:

[1] Citado en Stefania Falasca, Un obispo contra Hitler, Ed. Palabra, Madrid, 2008.

[2] “Los eugenésicos norteamericanos sintieron envidia porque los alemanes habían pasado a encabezar el movimiento. […] Establecieron casas de aspecto corriente donde se llevaba e interrogaba uno por uno a los ´deficientes mentales`, antes de conducirlos a una habitación trasera, que era, de hecho, una cámara de gas. Allí los gaseaban con monóxido de carbono y sus cadáveres se eliminaban en un crematorio situado en la finca”. Michael Crichton, Estado de miedo, DeBolsillo, Madrid, 2007.

[3] Ibid. Citado en Stefan Kuhl, The Nazi Connection, p. 62.

[4] Ibid.

[5] Ibid.

Si algún youtuber desea reproducir este texto o parte de él para la locución de su vídeo, debe pedir autorización y citar la fuente al principio de la narración.
[email protected]