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La limpieza de sangre y de raza, una seña de identidad de la Tradición española

Expulsiòn de los moriscos.

Por Sigfrido (R).- El presente artículo, que pasaremos a desarrollar a continuación, supone un mentís a ciertas tesis muy divulgadas en diversos círculos hispanistas durante el último siglo y medio, según las cuales, conceptos como “mestizaje” o “crisol de razas” serían inherentes al marco conceptual de la Hispanidad, constituyendo por consiguiente cualquier tipo de defensa del diferencialismo racial una suerte de “herejía” ajena a la tradición española, e importada de tierras extrañas, muy especialmente de los ámbitos anglosajón y alemán. No obstante, como veremos a continuación, somos los defensores de las tesis diferencialistas, etnicistas y “casticistas”, los que realmente estamos defendiendo la preservación de la Tradición española. Una Tradición en el sentido evoliano, atemporal, inmutable y perenne, que extrae su vigor de la Divinidad misma, y que aglutina tanto a las generaciones presentes, como a las pasadas como a las futuras en un mismo Ser, y que es independiente de las distintas “tradiciones” que pueden formar parte del acervo costumbrista de una nación, pero cuya pervivencia o no no afecta en lo más mínimo a la preservación del Ser Nacional, del que dimana directamente la Tradición.

Honderos íberos

Honderos íberos

Esta concepción de la Tradición en lo que a las señas de identidad de los componentes de una nación se refiere, se opone diametralmente a las tesis contractualistas surgidas de esa miasma que fue la Revolución francesa de 1789, en virtud de las cuales toda nación, y por lo tanto toda Identidad, así como el concepto legal de “nacionalidad”, son el simple producto de un pacto entre las generaciones presentes, al que uno se adhiere de manera voluntaria. Esta cosmovisión tiene una concepción puramente administrativa y burocrática de conceptos tan egregios como son la identidad, la ciudadanía o la nacionalidad. La nacionalidad ya no es el resultado del llamado “Ius sanguinis”, sino del llamado “Ius soli”, y por consiguiente, cualquier persona que nazca o resida en un determinado país pasa a ser un “nacional” del mismo, independientemente de cuáles sean sus orígenes. Tal tesis deviene ineluctablemente en una suerte de “pensamiento mágico”, a resultas del cual, un negro del Congo, por el mero hecho de jurar o prometer nuestras leyes, y renunciar a su nacionalidad de origen, se convierte por arte de magia, o por lo que es lo mismo, por una “ficción jurídica”, en un “español de origen”.

Grabado de la expulsión de los judíos.

Grabado de la expulsión de los judíos.

Esto, según la visión de un liberal o de un izquierdista; para un hispanista defensor del tan manido “crisol de razas”, si el congoleño, además de cumplir con los requisitos que acabamos de mencionar se convierte sinceramente a la religión católica, entonces ya será un español “de origen”. Es a todas luces evidente que tal errado juicio acerca de lo que realmente significa la identidad y la pertenencia una nación, está adquiriendo una naturaleza cada vez más expansiva y comprensiva dirigida a la final supresión de la dicotomía “nacional-extranjero”, y a la creación de un Estado y un Gobierno mundiales. Este es el objetivo secreto y a veces no tan secreto de liberales e izquierdistas. Los hispanistas que de buena fe creen en las “bondades” del mestizaje y de la exaltación del tan cacareado “crisol de razas” no persiguen la creación de un Estado mundial, pero por desgracia, han caído cual pardillos en la trampa de la hidra mundialista, aliándose de facto con ellos, a pesar de que su intención sea la contraria, y desvirtuando de esta manera nuestra secular Tradición de la limpieza de sangre, gracias a la cual España llegó a forjar uno de los mayores Imperios de la historia de la humanidad.

Boabdil entrega las llaves de Granada

Boabdil entrega las llaves de Granada

La etnogénesis española, es el resultado de la mezcla de elementos íberos, celtas, romanos y germanos. Los integrantes de estos pueblos, todos ellos de raza blanca, y con la excepción de los iberos indoeuropeos o arios, fueron los que constituyeron el substrato poblacional español, desempeñando los romanos un papel fundamental de liderazgo durante la Edad Antigüa, y asumiendo este testigo los visigodos germánicos durante la Edad Media. Empresas como la Reconquista o la división estamental son impensables sin el elemento gótico.

En lo que a los elementos árabe y judaico respecta, es ostensible que no forman parte de la identidad española, ni desde un punto de vista cultural, ni desde una perspectiva etno-racial. Como bien dice el antropólogo e historiador austriaco Andreas Vonderach, en su libro Anthropologie Europas, “El dominio arábigo-islámico posterior al año 711, que en el sur de España duró más de 600 años, parece haber dejado tan sólo unos pocos vestigios antropológicos. El número de ocupantes árabes en el año 711 se estima en 25.000, menos del 1% de la población de entonces. Entre ellos, los bereberes fueron más numerosos que los genuinos árabes, que en todo caso se erigieron en la clase dominante”.

La genetista Elena Bosch, también citada por Vonderach en su obra, realizó un estudio genético de España, que daba unos resultados muy claros. La influencia genética norafricana en España no sobrepasa el 7% de los haplotipos del cromosoma Y, mientras que en el caso del ADN mitocondrial (el que se transmite por línea materna), estos porcentajes eran de un 8,5%. La doctora Bosch, en las conclusiones de su trabajo asevera entre otras cosas, que el Estrecho de Gibraltar actuó como una verdadera barrera genética entre España y el norte de África.

Reconquista española.

Reconquista española.

El arquetipo configurador y estructurador de la identidad española, es la Reconquista. Una Reconquista que los reinos cristianos de España, en ocasiones con la colaboración de otros reinos cristianos de Europa, emprendieron contra el moro, quien al igual que el judío, era concebido como un elemento hostil y extraño. Así, José Antonio Primo de Rivera, señala en su escrito Germanos contra bereberes que “La Reconquista es una empresa europea, es decir, en aquella sazón, germánica. Muchas veces acuden de hecho, para guerrear contra los moros, señores libres de Francia y de Alemania. Los reinos que se forman tienen una planta germánica innegable. Acaso no haya Estados en Europa que tengan mejor impreso el sello europeo de la germanidad que el condado de Barcelona y el reino de León”.

Por ende, no cabe duda alguna de que la aseveración según la cual “España es un país mestizo” es una verdadera majadería sin el menor viso de realidad, al ser España no el resultado de una armónica convivencia entre cristianos, judíos y moros, como de manera totalmente errónea defendió Américo Castro, sino el resultado de una confrontación continuada en el tiempo entre estos elementos poblacionales contrapuestos, que se resolvió con la victoria de los europeos cristianos, esto es, de los genuinos españoles o “cristianos viejos”.

El año 1492 posee una triple y fundamental significación para España. Es en esa fecha cuando los Reyes Católicos acaban con el último bastión norafricano en España, el reino nazarí de Granada, decretando poco después la expulsión de los judíos que deciden no convertirse al Cristianismo. Por último, como todo el mundo sabe, es en 1492 cuando Cristóbal Colón descubre las Américas. Puede decirse que es a partir de ese momento cuando comienza la Edad Moderna en Europa.

Como dice José Antonio en Germanos contra bereberes, “La unidad nacional bajo los Reyes Católicos es, pues, la edificación del estado unitario español con el sentido europeo, católico, germánico, de toda la Reconquista, y la culminación de la obra de germanización social y económica de España.”

Isabel y Fernando, los Reyes Católicos (óleo de Francis De Blas)

Isabel y Fernando, los Reyes Católicos (óleo de Francis De Blas)

La decisión adoptada por Sus católicas Majestades de expulsar a los judíos obedeció básicamente a la necesidad de crear un Estado Nación homogéneo en el que las distintas creencias no fueran motivo de confrontaciones civiles. No debe olvidarse tampoco, como bien señala Claudio Sánchez Albornoz, que la condición de usureros de un altísimo porcentaje de los judíos residentes en España, también fue determinante para que los Reyes Católicos adoptaran tal decisión. Si a ello sumamos el episodio del Santo niño de La Guardia, un asesinato ritual perpetrado por judíos y conversos en la localidad toledana de La Guardia en 1480, es evidente que la expulsión de los judíos era inevitable, sobre todo si se tiene en cuenta que en la práctica totalidad de los reinos cristianos de Europa los judíos ya habían sido expulsados con anterioridad por idénticos motivos. De hecho, la primera gran expulsión de judíos fue llevada a cabo en Inglaterra, a instancias de Eduardo I, en el año 1290. De los 5.000 judíos que aproximadamente residían en Inglaterra, sólo pudieron permanecer apenas 80, que decidieron convertirse al Cristianismo y que en todo caso, tuvieron que vivir en una zona reservada para ellos. Los judíos no volverían a Inglaterra hasta el triunfo de la revolución puritana acaudillada por Oliver Cromwell, durante la segunda mitad del Siglo XVII.

En la España de 1492, cuya población ascendía aproximadamente a los 5.500.000 habitantes, vivían aproximadamente unos 400.000 judíos, y se calcula que fueron expulsados de manera efectiva unos 150.000, con lo que como vemos, la medida adoptada por los Reyes Católicos fue harto insuficiente. El hecho de que se hubiera permitido permanecer en España a los conversos, podría ser un argumento para los defensores del carácter “mestizo” de la Hispanidad, puesto que se habrían tomado en cuenta motivos religiosos y no raciales para ordenar esta expulsión. Y, efectivamente, el motivo de los Reyes católicos para adoptar esta decisión fue religioso y no racial. No obstante, no puede pasarse por alto que el tribunal de la Santa Inquisición, implantado en la Corona de Castilla en 1478, por mor de una bula de Sixto IV, y extendido a los reinos de la Corona de Aragón en 1483, tenía como principal misión no la de hostigar a los judíos, sino a los “marranos” o conversos, que “judaizaban” en secreto, pese a haber adoptado formalmente las creencias cristianas. Ese converso o cristiano nuevo, al igual que sucederá con el morisco, se convierte en un cuerpo extraño enquistado en el seno de la sociedad española. Veamos lo que sobre ellos dice Fray Prudencio de Sandoval, que fue obispo de Tuy de Pamplona, en su biografía sobre el emperador Carlos V, escrita en el año 1604:

Juan II de Castilla.

Juan II de Castilla.

“No condeno la piedad cristiana que abraza a todos; que erraría mortalmente, y sé que en el acatamiento divino, no hay distinción del gentil al judío; porque uno solo es el Señor de todos. ¿Mas quién podrá negar que en los descendientes de judíos permanece y dura la mala inclinación de su antigua ingratitud y mal conocimiento, como en los negros el accidente inseparable de su negrura?. Que si bien mil veces se juntan con mujeres blancas, los hijos nacen con el color moreno de sus padres. Así al judío no le basta ser por tres partes hidalgo, o cristiano viejo, que sola una raza lo inficiona y daña”.

Pocas definiciones más omnicomprensivas del concepto de limpieza de sangre han sido dadas de una manera tan completa como la plasmada por Fray Prudencio de Sandoval. Es manifiesto que la limpieza de sangre no tiene únicamente unas connotaciones religiosas, sino también raciales.

En la España del siglo XVI, los llamados Estatutos de limpieza de sangre fueron adoptados si no universalmente, sí por diversas instituciones públicas y privadas, religiosas y seculares.

En el siglo XV, ya mucho antes de la expulsión de los judíos, hubo numerosas conversiones, reales o fingidas. Un ejemplo de aplicación de los llamados estatutos de limpieza de sangre lo encontramos en Villena, localidad valenciana esta que en el año 1446 obtuvo un privilegio del rey Juan II de Castilla de acuerdo con el cual, a los conversos no les sería permitido vivir en el término municipal. Más demostrativa si cabe, de la aplicación de estos estatutos de limpieza de sangre, es la sentencia-estatuto adoptada durante la revuelta anti-conversa acaudillada por Pedro Sarmiento, en el Toledo de 1449, que juzgaba a los conversos como indignos de ocupar cargos, privados o públicos, en la ciudad de Toledo y en todo el territorio de su jurisdicción.

“Curiosamente”, los grandes detractores de esta sentencia-estatuto fueron el cardenal dominico Juan de Torquemada, de origen converso y tío del famoso Tomás de Torquemada, así como el secretario del rey Juan II de Castilla, Fernán Díaz de Toledo, también converso de origen, y por consiguiente de ascendencia semítica.

Ignacio de Loyola.

Ignacio de Loyola.

Quizá los detractores más significados de los estatutos de limpieza de sangre, fueron San Ignacio de Loyola y Juan de Mariana. El fundador de la Compañía de Jesús, dijo en una ocasión que “le habría gustado descender de los judíos porque así podría ser pariente de Cristo Nuestro Señor y de Nuestra Señora la gloriosa Virgen María”. Desde luego, si el fundador de la Compañía de Jesús no era de ascendencia judía, su fenotipo racial indica claramente su pertenencia a la raza armenoide, también conocida como pre-asiática, que es a la que pertenecen buena parte de los judíos. Curiosamente, esta reflexión de Ignacio de Loyola fue prácticamente “calcada” por José María Escrivá de Balaguer, un descendiente de conversos cuyo apellido real era “Escriba”, y fundador del Opus Dei, una prelatura o más bien una secta católica célebre por su connivencia con el judaísmo internacional. Quizá no fue casualidad que muerto San Ignacio, fuera nombrado general de la Compañía de Jesús Diego Laínez, un judío convertido al Cristianismo.

De sobra conocido es el papel disolvente que la Compañía de Jesús ha desempeñado durante la segunda mitad del siglo XX, muy especialmente en la América hispana, apoyando activamente herejías como la marxista teología “de la liberación”. Alfred Rosenberg, comparaba a la “Compañía” en “El Mito del Siglo XX” con las cofradías morisco-sufíes del Norte de África, a tenor de la naturaleza de precepetos instituidos por San Ignacio como el de la “Obediencia de cadáver”que debían mostrar sus miembros o adeptos.

En cuanto a las críticas del Padre Juan de Mariana a estos estatutos de limpieza de sangre no dejan de ser lógicas, teniendo en cuenta que este personaje, muy admirado entre los círculos liberales españoles contemporáneos, es un precursor de estas doctrinas en España. Doctrinas estas que no nacieron con John Locke, como algunos creen, sino en la Escuela de Salamanca, de la cual Juan de Mariana era líder.

Raimundo de Fitero. Fundador de la Orden Calatrava.

Raimundo de Fitero. Fundador de la Orden Calatrava.

La “probanza de sangre” estaba muy arraigada en España, especialmente en los estamentos nobiliarios, tanto entre los nobles titulados como entre los hidalgos. Era costumbre entre los nobles hispánicos jactarse de su “sangre goda”, así como desnudar el brazo de la espada a fin de mostrar que las venas se podían ver claramente bajo la piel, es decir, que ellos provenían de familias hispanas puras, sin mezcla con gente de piel oscura. He ahí el origen de la famosa expresión “sangre azul”, que no sólo existe en España sino en muchos otros países del Occidente europeo.

Cuando en 1591, el Papa Gregorio XIV decidió que había que considerar a los niños expósitos como legítimos y de sangre pura, la Inquisición española negó la validez de esta decisión papal alegando que “la incertidumbre misma respecto a la identidad de sus padres hacía imposible que estas personas dieran una prueba positiva de su limpieza de sangre”.

En el año 1555, la Orden militar de Santiago, fue la última en adoptar los estatutos de limpieza de sangre, como ya antes habían hecho las órdenes de Calatrava y Alcántara. De acuerdo con el tenor de estos estatutos, no podía acceder a estas órdenes ningún descendiente de judíos ni de moriscos.

Los Estatutos de la cofradía del Espíritu Santo de Jerez de los Caballeros prohibía a sus miembros el casamiento con personas “de sangre contaminada”. Felipe II exigió tal prohibición de contraer matrimonios con personas de sangre impura a los Monteros de Espinosa. Por su parte, el Estatuto de limpieza de sangre del Colegio Mayor de Cuenca, contenía la cláusula siguiente. “Si saben, que el pretendiente es christiano viejo, que no desciende de linaje de judíos, ni moros, por ninguna vía, y que nunca hubo rumor o fama de lo contrario”.

La cuestión morisca, una vez conquistado el reino de Granada supuso una afilada espina para la estabilidad de la Corona española y para la seguridad del reino. Pese a que los moriscos se habían convertido al cristianismo después de la toma de Granada, buena parte de ellos seguían practicando en secreto la religión islámica, si bien de una manera cada vez más desdibujada. Podría decirse que estos moriscos, al menos en un alto porcentaje, operaban a modo de quinta columna de los turcos y de los piratas berberiscos que asolaban nuestras costas destruyendo pueblos y secuestrando a sus habitantes para esclavizarlos, especialmente en el Levante español. El ejemplo más palpable de esta amenaza morisca fue la rebelión de las Alpujarras, iniciada por los moriscos granadinos en 1568, y sofocada finalmente en 1571 por Don Juan de Austria, quién ese mismo año, alcanzaría la gloria en Lepanto abatiendo al Gran turco, pese a que las fuerzas navales turcas superaban considerablemente a las fuerzas cristianas, acaudilladas por España y secundadas por los Estados Pontificios, la Orden soberana de Malta y las repúblicas de Venecia y de Génova.

Retratos de Felipe III y el Duque de Lerma realizados en la época en la que la Corte se encontraba en Valladolid

Retratos de Felipe III y el Duque de Lerma realizados en la época en la que la Corte se encontraba en Valladolid

Finalmente, en 1609, a instancias del duque de Lerma, Felipe III ordenó la expulsión de los moriscos. La España de entonces contaba con más de 8 millones de habitantes, de los cuales 350.000 eran moriscos. De esos 350.000 moriscos que vivían en España, fueron expulsados 300.000.

Es evidente que la aplicación de los estatutos de limpieza de sangre fue decayendo conforme transcurrían los siglos. No obstante, la razón de esto no fue que los “Estatutos” fueran ajenos a la tradición española, sino algo tan sencillo como que los conversos que vivían en España, conforme se sucedían las generaciones, tenían menos sangre judía o morisca, al casarse en muchas ocasiones con cristianos viejos. Apenas había comunidades judeo-conversas endogámicas y concentradas en España, siendo una de las pocas excepciones a esta norma la de la célebre comunidad chueta de Palma de mallorca, que llegó a contar con casi 9.000 miembros. Estos chuetas, aunque oficalmente eran católicos, mantenían no pocas de las costumbres hebraicas de sus ancestros, y por lo general, sí conservaban su acervo racial judaico. Hasta bien entrado el siglo XX fueron discriminados por el resto de los mallorquines, de tal manera que los sacerdotes de origen chueta, siempre eran destinados a la península.

Así las cosas, no fue sino durante la segunda revolución liberal radical española, propiciada por los masones, cuando en 1835 una Real Orden abolió los Estatutos de limpieza de sangre, si bien, para acceder a la oficialidad en el ejército todavía fueron mantenidos hasta 1859. En 1870, la pureza de sangre dejó de funcionar como criterio para la admisión a cargos de profesor o de funcionario de la Administración Pública.

Pese a lo que hasta ahora hemos relatado, alguien podría continuar obcecándose en mantener que las causas últimas de estas leyes, decretos y costumbres estribaban en motivos religiosos, y no raciales. Es evidente que los motivos raciales desempeñaron un papel determinante en este tipo de prácticas, pues el mero hecho de ser un converso, privaba a una persona del derecho a ingresar en órdenes militares o en numerosos cabildos catedralicios, de residir en determinados municipios, de ingresar en cargos públicos o incluso de acceder a la institución del mayorazgo, independientemente de cuál fuera su conducta. Era una cuestión de sangre. El hecho de que en bastantes ocasiones se hubieran comprado “probanzas de limpieza” para eludir estas prohibiciones no oculta la realidad de que la Institución de la limpieza de sangre, estaba profundamente arraigada en nuestro ser nacional. Pero para sacar definitivamente de dudas a aquellos que insisten en el factor religioso, vamos a enumerar algún ejemplo en el que no sólo se hace mención a judíos conversos o a moriscos, sino también a otras razas extrañas tanto a nuestro “ethnos” como a nuestro “ethos”.

 Libro Fueros de Guipúzcoa de 1696.

Libro Fueros de Guipúzcoa de 1696.

La Nueva Recopilación de los Fueros de Guipúzcoa del año 1696, establece en su capítulo I, Título 41:

“Porque la limpieza de los caballeros hijosdalgo de esta muy noble y muy leal provincia de Guipúzcoa no sea ensuciada con alguna mixtura de judíos o moros o de alguna raza de ellos, ni su valor y esfuerzo ingénito y natural, tan necesario para el servicio de su rey y señor y defensa de estos reinos y señoríos de ESPAÑA , se venga a enflaquecer y disminuir con mixtura de linaje de gente naturalmente tímida y de poco valor”.Un

Acuerdo de las Juntas Generales de Álava de 1654, dispone que “de poco tiempo a esta parte

algunos vecinos y naturales de esta provincia han traído algunos esclavos, para su servicio, de diferentes naciones, y que asimismo han venido a habitar algunas personas no conocidas que si moran en ella pueden envolverse con los naturales de esta provincia, y causar mucho daño en la limpieza y nobleza de ellos. Se ha de poner el mayor esfuerzo y la mayor atención en conservar tesoros tan inestimables como la pureza de sangre, nobleza y las demás dotes heredadas desde su primera población”. Se ordena “que de aquí en adelante no se pueda admitir ni para morada ni para vecino ninguna persona sospechosa de raíz infecta, ni esclavo indio, turco, moro o mulato, gitanos ni gente alguna de esta calidad, que mezclándose por matrimonio o en otra manera manche los nativos, y cunda como acontece e infeccione familia alguna de esta provincia”.

Estos ejemplos que acabamos de dar son harto ilustrativos. No estamos hablando de afirmaciones vertidas por Sabino Arana en pleno siglo XIX, sino de normas municipales y provinciales aprobadas en las entonces españolísimas provincias de Guipúzcoa y Álava, cuna de tantos de los que fueron integrantes de los Tercios de Flandes. No sólo se habla en ellos de exluir a judíos conversos y a moriscos, sino también de excluir a indios de América, a mulatos, negros y gitanos.

Los gitanos, un pueblo originario del Rajastán y el Punjab indostaníes, y que tanto serológica como genéticamente están estrechamente emparentados con los pueblos de la India, pese a que tras la emigración que en dirección occidente emprendieron durante el siglo XI, se mezclaron con otros pueblos del Oriente medio y del Norte de África, llegaron a España allá por el siglo XV. El término “calé”, por el cual se conoce a los gitanos españoles, y que deriva del indostaní “kalá”, significa “negro”.

Gitanos en el siglo XV.

Gitanos en el siglo XV.

La Pragmática de Medina del Campo, fechada en 1499, conminaba a los gitanos a abandonar sus hábitos nómadas así como sus primitivas costumbres, so pena de expulsión, azotes o esclavitud. En tiempos de Carlos I y Felipe II fueron dictadas diversas pragmáticas que iban en esa misma línea, hasta que finalmente, en 1749, el Marqués de la Ensenada, a la sazón secretario de guerra y marina de Fernando VI, ordenó que fuera acometida la celebérrima “Gran Redada”, que fue una operación consistente en arrestar y deportar a aproximadamente a 9.000 gitanos con el propósito de que, una vez separados por sexos, desempeñaran trabajos forzados al servicio de los arsenales de la Armada española, toda vez que los gitanos eran tachados de “vagos, maleantes y pordioseros”.

El sentimiento casticista o “racista” español, es plasmado perfectamente por Lope de Vega en “El príncipe despeñado”:

“Caballeros bien nacidos,
generosos hijosdalgo,
reliquias de aquellos godos,
por el mundo celebrados”.

En “Peribáñez y el Comendador de Ocaña”, pone Lope en boca de Peribáñez las siguientes palabras:

“Yo soy hombre
aunque de villana casta
limpio de sangre, y jamás
de hebrea o mora manchada”.

Ha llegado el momento de analizar sucintamente cuál era la realidad de la América hispánica, antes de que los territorios que la conformaban hubieran accedido a la independencia. ¿Era la América Hispana un paradigma del “Crisol de razas”, del “mestizaje”, o por usar la terminología del autor mexicano Vasconcelos, una especie de canto a la “raza cósmica” que este preconizaba, o por el contrario, desempeñaba la raza un papel crucial a la hora de determinar el puesto de una persona en la sociedad, así como la identidad de la misma?. Por lo que ahora mostraremos, está claro que la respuesta correcta a nuestra pregunta cuasi-retórica es la segunda.

Conquista del Nuevo Mundo.

Conquista del Nuevo Mundo.

Si bien es cierto que en 1500, los Reyes Católicos publicaron una Real Cédula prohibiendo la esclavitud de los indios, contra el criterio de Cristóbal Colón, que en 1514 fue publicada otra Real Cédula a instancias de Fernando el Católico en la que se fomentaban los matrimonios mixtos entre blancos e indias para así fomentar las conversiones al cristianismo de los indios, así como que en 1512 fueron aprobadas en Burgos las conocidas como Leyes de Indias, para evitar el maltrato a los indios denunciado por cierto dominico fanático e histérico llamado Fray Bartolomé de las Casas, un fraile éste que por cierto no tuvo el menor reparo en recomendar la importación de esclavos negros para que estos desempeñaran en las Indias trabajos físicos que resultaban demasiado fatigosos para los indios, la realidad es que en la América hispana el “estatus” de blancos españoles e indios en absoluto era el mismo, por no hablar del de los negros, muchos de los cuales siguieron siendo esclavos hasta 1880, cuando fue abolida la esclavitud en la Cuba española.

La Real Cédula de Fernando el Católico tiene lugar en un contexto que es el siguiente; apenas había mujeres blancas en la América hispana (al contrario de lo que sucedería más tarde en la América anglosajona), con lo cual, los amancebamientos entre los conquistadores españoles y las indias eran práctica habitual, siendo también muy habitual la poligamia “de facto”. Por consiguiente, esta real cédula no posee in se una finalidad de “promoción” del mestizaje, sino de regularización de una situación nada recomendable en lo que a las buenas costumbres se refiere. Conforme avanza la Conquista, y conforme crece la población mestiza, la situación comienza a cambiar, sobre todo tras la llegada de mujeres españolas a las Américas, cuya finalidad es desposarse con los españoles allí establecidos. Como bien dice el autor Magnus Mörner, de acuerdo con su condición legal, en la América hispánica los españoles ocupaban el primer puesto, seguidos por los indios , y en tercer lugar por las llamadas “castas de mezcla” así como por los negros.

Así, en 1567, el licenciado Castro envía una carta a Felipe II desde la ciudad de Lima, en la que alerta al rey español acerca del peligro que supone el incremento de la población mestiza para el buen orden del virreinato del Perú. “Hay tantos mestizos en estos reinos, y nacen cada hora, que es menester que Vuestra Majestad mande enviar cédula que ningún mestizo ni mulato pueda traer arma alguna ni tener arcabuz en su poder, so pena de muerte, porque esta es una gente que andando el tiempo ha de ser muy peligrosa y muy perniciosa en esta tierra”.

Fray Bartolomé de las Casas.

Fray Bartolomé de las Casas.

Si bien las leyes de Burgos de 1512 o “Leyes de Indias” protegían efectivamente a los indios de los abusos que pudieran sufrir por parte de los conquistadores españoles, es ilustrativo a la par que llamativo que en el texto de las mismas se contenga la siguiente previsión: “Se ordena que ni persona ni personas algunas sean osados de dar palo ni azotes ni llamen perro ni otro nombre a ningún indio sino el suyo propio”. Esto es, si bien se protege al indio, en modo alguno se concibe a éste como un igual al español.

Por otro lado, una cédula real de Carlos I fechada el 26 de junio de 1523, dice literalmente que Porque es cosa justa, y razonable que los Indios, que se pacificaren, y reduxeren a nuestra obediencia y vasallaje, nos sirvan, y den tributo en reconocimiento del señorío, y servicio que como nuestros subditos y vasallos deben, pues ellos también entre sí tenían costumbre de tributar a sus Tecles, y Principales

En una carta enviada al rey Felipe II por el gobernador del Yucatán, en 1575, se dice que la prole de las uniones entre negros e indias representa “lo peor de sus dos principios”. En 1543, el emperador Carlos V prohibió la importación de esclavos mulatos a las Indias.

Es lógico que esta nueva realidad, terminara desembocando en la estructuración de la conocida como “sociedad de castas”, en la que la cúspide estaba formada por los blancos (peninsulares y en segundo término criollos), mientras que el último eslabón estaba integrado por los negros. Es una realidad incontrovertida que salvo raras excepciones, eran los españoles blancos los que conformaban las capas dirigentes de la sociedad hispano-americana. La existencia de un rígido sistema de segregación racial basado en las castas se constata al observarse los rasgos y el aspecto de los personajes más prominentes y de sus familias. En el caso mexicano, no es hasta la revolución mexicana iniciada en 1811 por el blanco renegado Hidalgo, y por el mestizo Morelos, cuando los no blancos empiezan a desempeñar un papel principal en la gobernanza, con los resultados que hoy podemos apreciar. El primer presidente no blanco de México, fue el indio Benito Juárez.

Los “pardos”, eran todos aquellos mestizos, zambos (producto de la mezcla entre negros e indias) y mulatos que habitaban en la América hispánica. Hasta 1760, no pudieron ser miembros de las milicias ni convertirse en oficiales. Una ley de 1795 les garantizó el derecho a comprar legalmente certificados de blancura que los protegían de la discriminación y les permitían acceder a la educación, casarse con personas blancas, ejercer cargos públicos y ordenarse sacerdotes. La reacción criolla contra esta última ley fue de profundo rechazo. El argumento dado por los blancos criollos contra esta ley, nos recuerda mucho al argumento que más de un siglo después, darían los blancos sureños de los EE.UU, cuando los “progresistas” del norte comenzaron a imponer sus famosas leyes de integración racial. Decían los criollos que estas concesiones a los pardos “eran una desgracia que viene precisamente de la falta de conocimiento con que los más de los empleados europeos arriban a la América prevenidos contra el carácter de los vecinos y naturales blancos y preocupados de falsas y contrarias ideas de lo que en realidad es el país”.

Es evidente que esos blancos que pretendían igualar a los pardos con los blancos que habitaban en las Américas, estaban influidos por las doctrinas igualitaristas preconizadas por los liberales y los masones; los mismos liberales y masones que en 1789 desencadenaron la revolución francesa.

De hecho, en Venezuela, los criollos eran una población que vivía asustada, temiendo la posibilidad de una guerra de castas enardecida por las doctrinas de la Revolución francesa y el contagioso ejemplo de la violenta rebelión de la isla de Santo Domingo, la futura Haití.

En el siglo XVIII, los altos funcionarios de la Audiencia de México se lamentaban de la escasez de inmigrantes europeos, ya que entendían que estos hubieran podido mejorar la raza de los indios, y afirmaban que los negros habían afeado y empeorado en todos los sentidos a la casta de los indios, siendo las mezclas habidas entre las distintas castas el origen de la aparición de “ tantas nuevas castas deformes como se ven en estos reinos”.

Los términos “mestizo”, “mulato” y “zambo”, así como otros términos correspondientes al complejo sistema de castas vigente en la América hispana atendiendo al grado de mezcla como “morisco” (producto de la mezcla de español y mulata, o lo que es lo mismo, “cuarterón”), “lobo”, equiparable a zambo, “chamizo” (producto del cruce entre una mestiza y un individuo con 3/4 partes de sangre blanca y 1/4 de sangre india), etcétera, tienen siempre una connotación negativa, y jamás positiva, puesto que en la América hispana, al igual que en el resto del mundo occidental y civilizado de la Época, se juzgaba como anti-natural toda mezcla interracial. El hecho de que hubiera habido algún mestizo prominente como el inca Garcilaso de la Vega, en nada invalida nuestra tesis, pues el inca Garcilaso, no es sino una de las pocas excepciones que hubo.

El inca Garcilaso.

El inca Garcilaso.

Además, en este caso concreto del “inca Garcilaso” deben tenerse en cuenta dos factores. En primer lugar, que éste era hijo de un noble extremeño y de una princesa inca, nacido en el año 1539, muy pocos años después de la conquista del Perú. En estos primeros años de la conquista, como ya dijimos anteriormente, las reticencias a este tipo de uniones, sobre todo cuando la consorte era una princesa india, eran mucho menores que en los años posteriores, cuando los mestizos comenzaron a proliferar exponencialmente. Por otro lado, cualquiera que haya leído los interesantísimos trabajos del profesor Jacques de Mahieu, así como la crónica de la conquista del Perú escrita por Pedro Cieza de León, sabrá que entre los nobles incas había individuos de raza blanca, descendientes de antiguos colonizadores blancos establecidos siglos atrás en las Américas, y que fueron el origen de civilizaciones como la inca o la azteca entre otras. Así, Cieza de León, describe a alguno de los nobles incas como blanco, incluso a alguno de ellos como rubio, diciendo que son de la misma raza que los españoles y muy diferentes al resto de los indios. En concreto, los retratos del inca Garcilaso apenas muestran que éste apenas tenía rasgos indios. Los incas adoraban entre otros Dioses a Virakocha, un Dios blanco. Como blanco era Quetzalcoal, el Dios azteca que según la leyenda local los abandonó cuando estos comenzaron a practicar sacrificios humanos.

Retrato de Hernán Cortés

Retrato de Hernán Cortés

Hernán Cortés en Tenochtitlan

Hernán Cortés en Tenochtitlan

Hernán Cortés fue tomado por una reencarnación del Dios blanco cuando piso tierras mexicanas. Fueron Cortés y sus hombres quienes llevaron la civilización a México cuando asqueados por lo que vieron, acabaron con las salvajes prácticas de los sacrificios humanos y del canibalismo. Y es que, ha sido el hombre blanco, y en este caso concreto el español, quién ha llevado o ha intentado llevar la civilización a las Américas. Cuando hoy en día uno observa de manera fría y analítica cuáles son los países más desarrollados y civilizados del Centro y del Sur de América, constata inequívocamente que son aquellos países en los que elemento poblacional blanco es mayor. Así, Uruguay, pese a ser una república con fuerte influencia ideológica masónica, y pese a que su “libertador” fue un indeseable comunistoide como Artigas, es a todas luces el país en el que se palpa más “civilización”. Le siguen Argentina y Chile. Cualquiera que compare a estos tres países con Perú, Ecuador, Colombia, Paraguay o Bolivia, observará la diferencia. Lo mismo sucede en Centroamérica. Hasta hace poco tiempo, Costa Rica era un ejemplo de país próspero y civilizado. La mayoría de su población era blanca, dado que el país había recibido un fuerte contingente migratorio español durante el siglo XIX. Los países vecinos, como Nicaragua, Honduras, Guatemala y El Salvador eran y siguen siendo focos de subdesarollo, miseria y delincuencia. Costa Rica está en grave peligro, puesto que durante las últimas décadas ha recibido grandes oleadas de inmigrantes procedentes de los países vecinos. En México, las zonas más desarrolladas han sido siempre ciudades como Guadalajara, zonas como los Altos de Jalisco, o las partes más españolizadas de Ciudad de México. Esto es, aquellas áreas y territorios donde el componente poblacional blanco y español es más numeroso. Y es que allá donde el blanco está ausente, el orden se convierte en caos y salvajismo. El indio, por naturaleza, es comunista, no en el sentido marxista, evidentemente, sino en un sentido gregario, telúrico y matriarcal, refractario y desconocedor de cualquier tipo de propiedad individual o de empresa que entrañe una significación de Trascendencia o verticalidad. La Bolivia de Evo Morales es un buen ejemplo de esto.

Los brutales y crueles asesinatos que se perpetran en Ciudad Juárez y otras partes de México en las que el crimen organizado campa a sus anchas, recuerdan a los crueles asesinatos rituales que los ancestros de estos criminales indo-mestizos cometían antes de la llegada de las huestes del gran Cortés. Es como si una memoria ancestral, una memoria de la sangre volviera a despertar sus instintos dormidos forzosamente cuando el español y sus descedientes mantenían el orden. Dado que el orden y la civilización fueron obra de los españoles no fue casual que en la América hispánica, las posiciones de mayor rango y prestigio fueran ocupadas por españoles, mientras que los eslabones más inferiores fueran ocupados por integrantes de otras castas o razas. Esta relación directamente proporcional entre blancura e influencia y poder sigue estando vigente incluso hoy día, en Hispanoamérica. Así, no es casual que antaño y en la actualidad, las clases altas y medias-altas hayan estado y estén compuestas en su casi totalidad por blancos, sucediendo lo contrario con la mayor parte de los componentes de los estractos sociales medio-bajo y bajo. Decir que las diferencias raciales en Hispanoamérica son el resultado de las revoluciones masónico-liberales desencadenadas durante las dos primeras décadas del siglo XIX es absolutamente inexacto y ridículo, no sólo por lo que hemos expuesto, sino porque estos nuevos gobiernos masónico-liberales, proclamaron en las constituciones de los nuevos países la igualdad de todos los hombres con independencia de su raza y clase social, aglutinando dentro de las nuevas nacionalidades “chilena”, “argentina”, “peruana”, etc a todos los individuos cualquiera que fuera su origen y condición. Es evidente que el antiguo sistema de estratificación racial siguió estando vigente, si bien, de manera hipócrita, los nuevos oligarcas hablaban de “clase” en lugar de hablar de “raza”. Como prueba de lo que afirmo, voy a citar literalmente el contenido del decreto fechado el 3 de junio de 1818 en Santiago de Chile, promulgado por Bernardo O´Higgins, padre de la independencia chilena.

Bernardo O'Higgins

Bernardo O’Higgins

“Después de la gloriosa proclamación de nuestra independencia, sostenida con la sangre de sus defensores, sería vergonzoso permitir el uso de fórmulas inventadas por el sistema colonial. Una de ellas es denominar españoles a los que por su calidad no están mezclados con otras razas, que antiguamente se llamaban malas. Supuesto que ya no dependemos de España, no debemos llamarnos españoles, sino chilenos. En consecuencia, mando que en toda clase de informaciones judiciales, sean por vía de pruebas en causas criminales, de limpieza de sangre, en proclama de casamientos, en las partidas de bautismo, confirmaciones, matrimonios y entierros, en lugar de la cláusula: español natural de tal parte que hasta hoy se ha usado, se sustituya por la de chileno natural de tal parte, observándose en los demás la fórmula que distingue las clases: entendiéndose que respecto de los indios no debe hacerse diferencia alguna, sino denominarlos chilenos, según lo prevenido arriba.

Transcríbase este derecho al Señor Gobernador del Obispado, para que lo circule a las Curias de esta Diócesis, encargándoles su observancia y circúlese a las referidas corporaciones y jueces de Estado; teniendo todo entendido que su infracción dará una idea de poca adhesión al sistema de la América y será un suficiente mérito para formar un juicio infamatorio sobre la conducta política del desobediente para aplicarle las penas a que se hiciere digno”.

El masón O´Higgins, deja bien claro con este decreto que el concepto de segregación racial le es repugnante, y que su concepto de nacionalidad, contractualista y afrancesado, es amorfo y desprovisto de cualquier significación étnica. Por eso condena tan contundentemente los conceptos identitarios establecidos por el antiguo régimen. En este sentido, el discurso de OHiggins está en plena sintonía con el de los actuales mundialistas. El hecho de que posteriormente se atemperaran considerablemente estos principios “iluministas” en la nueva Iberoamérica independiente, y que el antiguo sistema de castas se hubiera transmutado en un sistema de estratificación clasista que obedecía en la práctica a los mismos criterios raciales, no significa sino que la realidad natural se impuso sobre las abstracciones ideadas por los traidores liberales que se rebelaron contra España, tal y como sucedió en Francia cuando Napoleón acabó con las delirantes políticas igualitarias y sanguinarias implementadas por los revolucionarios jacobinos y sus afines.

La estratificación de una sociedad siguiendo criterios raciales, es tan “anticatólica” o “anticristiana” como la estratificación de una sociedad atendiendo a criterios de “clase” o “posición”. Es decir, en absoluto es una aberración anticristiana. Como tampoco es anticristiano diferenciar entre “nacional” y “extranjero”. Es anticristiano maltratar a una persona por el mero hecho de pertenecer a otra raza, clase o nacionalidad, pero no lo es establecer diferencias que atiendan a a la configuración y al mantenimiento de un orden natural. Decir que uno no cree en las diferencias raciales porque hay personas de otras razas que son mejores que personas que pertenecen a la misma raza del que realiza la afirmación, es lo mismo que decir que las diferencias nacionales son superfluas porque hay franceses que son muy buenas personas y tienen los mismos valores que uno, mientras que hay españoles abominables en todos los sentidos. Es evidente que esto se da en la realidad, pero no por ello vamos a negar las diferencias entre un francés y un español, como no vamos a negar las diferencias entre un negro y un blanco. Hacer esto sería un sofisma. Como sería un sofisma y una falsedad afirmar que por el mero hecho de que hubo muchos indios combatiendo al lado de los lealistas españoles durante la guerra de la independencia de América, los indios eran “españoles”. Sí, eran tan “españoles” como eran “británicos” los “sikhs”, musulmanes hindúes y otros integrantes de las tropas cipayas que se mostraban leales con la corona británica durante las guerras de la frontera del Noroeste, tan frecuentes durante la etapa del “Raj” británico en la India. Y si bien es verdad que hubo muchos indios leales a la corona española, también es verdad que en el Virreinato del Perú, durante el siglo XVIII hubo nada menos que tres rebeliones indígenas contra la corona española, siendo la más célebre la última de ellas, acaudillada por Túpac Amaru. También hubo casos de rebeliones negras en la América hispana. Es por ello que criminalizar al criollo como elemento subversivo mientras se exculpa al negro y al indio es completamente injusto e incorrecto, puesto que ni mucho menos todos los criollos eran masones. Es más, los actuales movimientos identitarios criollos y por tanto blancos existentes en Iberoamérica, son tradicionalistas, y enarbolan como bandera la egregia y tradicional bandera con la cruz de Borgoña

Estatua a Blas de Lezo en Madrid.

Estatua a Blas de Lezo en Madrid.

Grandes patriotas y pensadores como Marcelino Menéndez Pelayo, que hablaba de las “brumas del norte” en contraposición a la “luminosidad latina”, o como Ramiro de Maeztu, que en su “Defensa de la hispanidad” exalta el mestizaje con las razas de color como uno de los rasgos más loables de la Hispanidad, de manera paradójica, sostuvieron tesis que entraban en una flagrante contradicción con la secular tradición española, y que hicieron creer a muchos patriotas actuales que la tradición española no tenía nada que ver con la sangre o lo “globular”, como escribiera Maeztu. Nada más lejos de la realidad.Un excesivo espiritualismo, desligado de todo concepto físico o material, es tan antinatural y deletéreo como lo es el materialismo que ignora al espíritu.

Como decía el gran patriota rumano Cornelio Zelea Codreanu, “Las guerras las vencen aquellos que han sabido atraer de los cielos las fuerzas misteriosas del mundo invisible. Estas fuerzas son los espíritus de nuestros muertos, de nuestros ancestros, los que han estado ligados a nuestra tierra y han muerto en su defensa, permaneciendo unidos a ella por el recuerdo de su vida terrena y por intervención nuestra, de sus hijos, nietos y bisnietos”.

Se colige de estas hermosas palabras que quien no tiene la misma sangre de sus ancestros no puede formar parte de la comunidad nacional, puesto que el Ser nacional no es el fruto de una Voluntad que dependa del individuo, sino que es algo que le viene impuesto por el nacimiento, por su sangre, sangre ésta que comparte con sus ancestros.

En palabras del gran patriota griego Ion Dragoumis, asesinado por unos sicarios liberales en 1920, “la Tradición es el lazo entre dos personas de una misma raza, contemporánea y antigua, que los conforma como nación. Historia es la conciencia de este lazo. Siente a tus ancestros. La continuación de tu Yo nacional, la Historia es lo que da conciencia del paso de la nación a lo largo de los eones”.

Culminamos así el presente trabajo, habiendo puesto de relieve el hecho de que la ligazón entre identidad y sangre no es una importación extranjera, sino una realidad muy arraigada en lo más profundo de la Tradición y del Inconsciente colectivo españoles.