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La mañana en la que Torra traicionó a Puigdemont

La política es la sucesión de movimientos tácticos, de golpes de efecto, destinados a crear un relato, contar una historia –el «storytelling» que teorizó Cristian Salmon– para empatizar con los ciudadanos. Sin embargo, cuando esta historia se agota se transforma en aspavientos y gesticulaciones. Pedro Sánchez ha consolidado su relato y está contando su historia al frente del Gobierno. Con aciertos, errores y sorpresas, seguramente, pero una historia, al fin y al cabo, que le ha permitido en menos de un mes liderar las encuestas y transformar el escenario político, dejando en fuera de juego en una primera mirada a los populares, inmersos en una crisis profunda tras la marcha de Rajoy, a Ciudadanos, que se lame las heridas como principal víctima colateral de la moción de censura y a Podemos que, a marchas forzadas, trata de encontrar su propio relato en el nuevo escenario político.

Y a la vista de lo sucedido en las últimas horas también los independentistas se han quedado sin su manido relato. La España negra, la España opresora, que encarnaban en Rajoy ya no existe. Su relato, fácil de contar que apelaba, por activa y por pasiva, a los sentimientos, se ha disuelto como un azucarillo. El presidente consorte catalán, Joaquín Torra, corrió a Alemania el jueves a pedir instrucciones de un ya lejano Carles Puigdemont. Con Rajoy en Santa Pola, cambió su objetivo. La España negra ahora la representa el Rey Felipe, por lo que desempolvó, carta mediante, todas las críticas al monarca. Sin embargo, como dice el dicho castellano Sánchez «le cagó en el zurrón», al anunciar su cita con el presidente catalán para el 9 de julio.

En este escenario, el independentismo se quedó sin su gallina de los huevos de oro que permitía esgrimir el victimismo. El gobierno, que es a quién le corresponde, atendía su petición de reunirse y hablar, robándole la cartera del muy traído y llevado diálogo. ¿Qué le quedaba a Torra? Como en el rugbi, la patada a seguir, para ganar metros y oxígeno, y lanzarse contra el Rey. Durante tres días, Torra ha amenazado y amagado, para acabar yendo a la inauguración de los Juegos del Mediterráneo, dejando su relato sumido en aspavientos y gesticulaciones.

En la cumbre belga entre Puigdemont y el nuevo president Torra, éste último se comprometió a plantar a Felipe VI. Sin embargo, el goteo de informaciones que corrieron como la pólvora durante toda la mañana en torno a los planes de boicot terminaron provocando que el máximo responsable de la Generalitat modificase sus planes. Fuertes presiones procedentes del ámbito económico, fundamentalmente de empresarios de Barcelona y de Tarragona, pero también de dirigentes del PDeCAT y de ERC terminaron haciendo que Torra traicionase la palabra que había dado en Bruselas. Los sectores que torcieron la voluntad de Torra trataron de hacerle ver que la celebración de los Juegos del Mediterráneo, tras varias décadas de espera, supone un acontecimiento de primer orden para la economía y el turismo de Tarragona y de toda Cataluña. El president trató después de disfrazar su «traición» en una comparecencia con duras acusaciones contra el Rey. Fue a Tarragona porque no le quedó otro remedio y no hacer el ridículo. Intentó decir que se llevaba el balón y que como era suyo, nadie jugaba, hasta que se dio cuenta que el balón no era suyo y que todo el mundo, incluidos los 25 países participantes, iban a jugar. Aun así, Torra ha intentado disimular su fracaso bajándose del burro con un estrafalario «rompemos relaciones con la corona», como si no las hubiera roto el independentismo cuando declaró la independencia el pasado octubre, mientras jaleará el boicot de los Comités de Defensa de la República. Gesticulaciones y aspavientos de un relato roto que se aferra a exigir rectificación al Jefe del Estado por romper el Estado, curioso axioma, en nombre el pueblo de Cataluña, como si el pueblo de Cataluña fuera una finca de su propiedad.