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La policía ya no tiene derecho a quejarse

Les está siendo fácil destruir España, porque ya no somos los mismos, ese pueblo gallardo, valeroso y heroico que escribió tantas epopeyas en la historia. Como dijo García Lorca, «yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa». O como decía Manuel Silvela en 1898, tras el desastre de Cuba: «No se oye nada: no se percibe agitación en los espíritus, ni movimiento en las gentes. Los doctores de la política y los facultativos de cabecera estudiarán, sin duda, el mal: discurrirán sobre sus orígenes, su clasificación y sus remedios; pero el más ajeno a la ciencia que preste alguna atención a asuntos públicos observa este singular estado de España: dondequiera que se ponga el tacto, no se encuentra el pulso […] pero el corazón que cesa de latir y va dejando frías e insensibles todas las regiones del cuerpo, anuncia la descomposición y la muerte al más lego».

La ingeniería social implementada en España ha tenido el rechazo de muy pocos. La policía ha colaborado dócilmente en la tarea de perseguir pacíficamente a la disidencia pacífica. Hemos de recordar que este que les escribe fue detenido, sin previa citación judicial, por denunciar la existencia de una variante violenta del islam. El inductor de su detención fue el presidente de una asociación protalibán; o lo que es lo mismo, partidaria de un régimen terrorista. Detenido por odio a instancias de un prosélito del talibanismo criminal. Surrealismo en estado puro.

Por otra parte, las incalificables imágenes de media docena de policías inmovilizando en el suelo a una esmirriada damisela por no llevar mascarilla; la chulería de unos agentes, mazados por larguísimas sesiones de musculación, irrumpiendo con bellaquería en las celebraciones litúrgicas violando la libertad de culto; la altanería de las fuerzas policiales con los cuatro fieles católicos que iban pacíficamente a su parroquia y la complacencia obsequiosa con las multitudinarias celebraciones del Ramadán, contrasta con la incompetente pusilanimidad de los agentes últimamente apaleados con impunidad. Es duro decirlo, pero ellos mismos han arrastrado por el fango la autoridad policial con tamaños abusos. Y no vale la “obediencia debida” ni el “cumplía órdenes”, pues esa excusa quedó criminalizada por el proceso de Nüremberg cuando los nazis la aducían para exculparse. Nadie está obligado a hacer el mal ni a violar los más sagrados derechos, si no quiere. Los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado -Policía, Guardia Civil, Mossos, Ertzaintza – se han pegado un tiro en su propio pie.

Han perdido el poco predicamento que les podía quedar, ya que han abusado de la confianza del pueblo para convertirse no en sus defensores, sino en sus represores. Sumisos al poder, aún por encima de las leyes que habían prometido guardar, los Cuerpos policiales se han convertido en los más aventajados imitadores de la Stasi o el KGB. Ahora ya es tarde para pedir compasión. La realidad nos muestra un descalabro material y moral del que muy difícilmente se recuperarán nunca. Ya no pueden pedir respeto ni mucho menos aumento de sueldo… Aunque al final la nómina lo sea todo, si antes que la conciencia y el honor está la obediencia ciega y la sumisa disciplina a las órdenes más infames. Lo más triste es que por eso mismo han perdido ya para siempre el derecho a quejarse.

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