Inicio Opinión La soledad de Puigdemont, por Ricard Ustrell

La soledad de Puigdemont, por Ricard Ustrell

La noche de este domingo, en el programa ‘Quatre Gats’ de TV-3, emitimos una entrevista con el que para algunos es todavía presidente y por otros expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont. El objetivo ha sido retratar la vida de alguien que vive lejos, hoy por hoy, de sus legítimos objetivos. Explicar cómo, desde la distancia, las decisiones políticas que se toman en Catalunya se analizan con más radicalidad. Comprobar cómo vive el hombre que, un año después de evitar caer en el desastre judicial español, ahora ve como muchos de sus políticos se están volviendo más desconfiados y partidistas.

El primer día que llegamos a la residencia de Puigdemont para grabar la entrevista nos encontramos a dos diputados de Junts per Catalunya lavando los platos en la cocina. Unas botellas de vino estaban en un borde de la mesa, medio vacías, junto a una caja de galletas y otra de ‘panellets’. La noche anterior, en Waterloo había habido una cena que terminó tarde. La situación que presenciamos nada más llegar fue un retrato cómico de una Catalunya en miniatura, en una cocina, que relataba, al mismo tiempo, qué es Waterloo: una casa donde se hacen reuniones, vienen compañeros de trabajo, amigos, familiares…

En el comedor entraba mucha luz. Todos los objetos y libros que había expuestos tenían algo que ver con el ‘procés’, Girona, los bitcoines, la digitalización o Catalunya. También había de literatura y diccionarios en catalán y en inglés (ninguno era de Vox), varios DVD de películas como ‘Doce hombres sin piedad’, de Sidney Lumet (que explica la dificultad que puede haber cuando 12 hombres deben ponerse de acuerdo por unanimidad) y una guitarra y un piano para cuando se alarga la noche.

Entretodos

Carles Puigdemont nos recibió en la cocina sin el malestar que le noté hace un año cuando, recién llegado a Bélgica, también le hicimos una entrevista en el programa ‘FAQS’. Mientras me sirvió el café me explicó algunas de las cosas que pasaron en octubre del 2017. Y más allá de los titulares que ha generado y de cómo ha podido interferir en el relato que teníamos hasta ahora de los hechos de hace un año, lo que más me atrapó de toda esa conversación fue su tono, tranquilo, que acompañado de un ambiente cotidiano, me hizo ver algo duro: su soledad.

Cuando volví a Catalunya llegué a la conclusión que la Casa de la República en Waterloo es como una especie de isla. Cada mañana, tal como explicó él mismo en la entrevista de la noche del domingo en TV-3, las personas que viven en su residencia se recuerdan a sí mismos que allí no deberían estar. Una herida que, por muy cuidada que esté, por muchos amigos que la curen, se hace más profunda si no hay un remedio que la cierre. Me fui con la sensación de comprobar que, un año después, Carles Puigdemont es otro. Ni mejor, ni peor. Ni más, ni menos. Distinto. Diferente.