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Los animales merecen la atención, los cuidados y la protección del hombre. Si, pero yo me los guiso y yo me los como

Los animales humanos nos vanagloriamos de nuestra situación de supuesta superioridad (en casi todo sentido) respecto al resto de los seres vivos del planeta; además, nos dedicamos a buscar toda clase de argumentos para justificar no solo la superioridad antes mencionada, sino el uso y el abuso del resto de los animales. Aunque la tendencia a sentirnos superiores al resto de las especies parece ser característica, en mayor o menor medida, de toda la humanidad, esta reflexión se centrará en occidente.

Los argumentos a revisar son: la no pertenencia de los seres humanos a la categoría de animales, la no posesión de alma de los animales no humanos, la incapacidad de raciocinio de los animales no humanos, la imposibilidad de experimentar placer, dolor físico y emocional de los animales no humanos, los animales humanos como cúspide de la evolución animal en el planeta y la imposibilidad del lenguaje articulado en los animales no humanos.

Primera cuestión: Los seres humanos no pertenecemos a la categoría de animales.

Los seres humanos, por regla general, se han considerado a sí mismos como superiores y tan diferentes a los animales no humanos que ni siquiera se asumen dentro de la categoría biológica de animales. La mayoría de las personas que abrazan la posición anterior profesan algún credo de corte judeocristiano y alegan que desde el comienzo los humanos fuimos creados de manera y en un tiempo diferente al de los animales, como un “reino” aparte en la naturaleza; de esta manera, no existirían cinco reinos, sino seis. Tal separación es sorprendente, porque compartimos múltiples características con los demás animales como para crear un reino aislado.

Por otro lado, para establecer tal diferencia se debe determinar en qué consiste o qué es ser un humano ¿En qué consiste la naturaleza humana? o más bien ¿qué nos hace humanos y por ende tan “diferentes” al resto de los animales? Nadie lo sabe. No se ha podido contestar esta última interrogante; por ello, muchas personas están de acuerdo con Ortega y Gasset al indicar que no existe la naturaleza humana, solo existe la condición humana.

Segunda cuestión: Los animales no humanos no poseen alma.

El debate sobre la posesión o no de alma de los animales no humanos en occidente es arcaica. Desde la antigüedad clásica Platón y Aristóteles dotaron a todos los animales (humanos y no humanos) de alma. El ateniense creía en la transmigración de las almas; y el estagirita pensaba que existían tres tipos de almas dispuestos jerárquicamente, lo cual no evitaba que los animales no humanos y hasta las plantas tuvieran uno o dos tipos de alma. Empero, este reconocimiento del alma no se traducía en un mayor respeto o consideración para los animales en Grecia.

Con el advenimiento del cristianismo dicha situación de la tenencia o ausencia de alma se convirtió en un debate escabroso y exclusivo para los animales humanos. Para el cristianismo la tenencia de alma siempre ha sido determinante al momento de conceder calidades, deberes y derechos. Por ello, el otorgamiento de alma entre los animales humanos ha sido gradual. Al principio la Iglesia Católica solo reconocía el alma en los varones europeos cristianos, luego en los judíos y musulmanes conversos, más adelante en los varones autóctonos americanos y finalmente, a principios del siglo XX, en las mujeres. Los niños no natos, por su parte, han pasado de no tener alma hasta los tres meses3 de concebidos a tenerla al momento justo de la concepción (Maier, 2001). En síntesis, para los miembros de la fe cristiana llegar al punto en el que todos los animales humanos tengamos alma no ha sido fácil.

Por otra parte, desde ningún punto de vista, más que el religioso, se ha podido probar que siquiera los animales humanos poseamos algo como un “alma”. El alma es, en apariencia, otro producto religioso y cultural más que ha querido ser visto como algo “natural” y exclusivo de los seres humanos.

Tercera cuestión: la imposibilidad de razón en los animales no humanos.

Con la llegada de la modernidad, la posesión o ausencia de alma pasó a un segundo plano para dar paso a las problemáticas de tenencia y utilización de la razón, las cuales, desde luego, les son negadas a los animales no humanos.

Al igual que el alma, la razón es un tema difícil de tratar incluso entre animales humanos, ya que nos resulta imposible definirla (el mismo Descartes, padre del racionalismo, no define la razón en ninguna parte de su Discurso del Método), y por ello no es posible decir si los animales poseen razón o no.

En lo tocante a la inteligencia (o uso de la razón) se debe decir que es un concepto que ha sido cuestionado y ampliado en los últimos años. Recientemente, se ha visto que la concepción tradicional de inteligencia es muy restringida, pues se limitaba a la resolución de algunos ejercicios lógicos y matemáticos. Hoy se habla de múltiples inteligencias entre las que el razonamiento lógico-matemático es solo uno de sus aspectos.

Durante mucho tiempo se consideró a las personas con poca habilidad para la resolución de problemas lógico-matemáticos como menos o poco inteligentes comparadas con las que sí tenían habilidades en esta área. Actualmente, se sabe que existen muchos espacios de conocimiento y múltiples aptitudes (el caso de las personas con una inteligencia artística más desarrollada) en las que se puede ser más hábil, pero ¿qué pasa con las personas que sin padecer algún trastorno neuromental o emocional severo son valoradas como menos inteligentes en alguna o algunas áreas de conocimiento? ¿Merecen ser desterradas de la categoría de sujetos morales?

Empero, siguiendo con los animales no humanos, cabe señalar algunos estudios interesantes realizados por la ciencia moderna en torno a la inteligencia humana versus la inteligencia en los animales no humanos, con resultados sorprendentes que indican que estos últimos no solo intuyen las nociones lleno-vacío y comprenden direcciones, sino que salvan obstáculos, cruzan calles, abren y cierran puertas, encuentran objetos escondidos, crean herramientas rústicas y abren envases y jaulas, entre otras cosas.

También está demostrado que las crías menores de cuatro años de los animales humanos y los chimpancés tienen una inteligencia similar (Vygotski y Luria, 1930) ¿Significa esto que no debemos considerar a nuestros niños menores de cuatro años como seres cuya dignidad debe ser respetada y protegida? Definitivamente no.

Según los argumentos anteriores, los animales no humanos razonan en alguna medida, al igual que los niños pequeños o los adultos con alguna discapacidad cognitiva, pero razonan. No obstante, más allá de eso, como lo dijo Jeremy Betham en su libro Introducción a los Principios de la Moral y la Legislación de 1789: “la cuestión no es ¿pueden razonar?, ni ¿pueden hablar?, sino ¿pueden sufrir?” (Betham 2002, 485).

Cuarta cuestión: la imposibilidad de experimentar placer, dolor físico y emocional de los animales no humanos.

Las discusiones serias acerca de si los animales no humanos pueden sentir dolor y placer físico son caducas. Está demostrado que cualquier ser vivo que posea sistema nervioso central experimenta placer y dolor físico (Singer, 1975). Por supuesto, no todos los animales no humanos tienen sistema nervioso central, pero la gran mayoría, entre los que figuran los más cercanos a nosotros los humanos, si lo tienen.

Por el contrario, las sensaciones emocionales son un tema que se mantiene vigente. Aunque para algunos de nosotros la experimentación de emociones por parte de los animales no humanos es obvia, existen algunos otros para los que no lo es tanto, o si lo es no les importa, lo cual resulta peor éticamente hablando.

La experimentación de placer o de dolor físico derivará indefectiblemente en una reacción emocional, lo cual contesta en parte la pregunta de si los animales no humanos experimentan sensaciones emocionales. Ahora bien, en situaciones que no implicaban estimulación física también se demostró científicamente que los animales pueden sentir felicidad, tristeza, estrés, depresión u otras sensaciones (Álvarez 2004).

Esta demostración se da mediante un experimento que consiste en colocar electrodos en la cabeza de los animales para observar la dinámica de sus cerebros mientras experimentan diversas situaciones. No sorprenderá enterarse de que la dinámica cerebral de los animales no humanos es muy similar a la de los animales humanos.

Quinta cuestión: los animales humanos como cúspide de la evolución animal en el planeta.

La materia de la evolución animal es otro de esos temas complicados, porque está plagado de malentendidos y malas interpretaciones accidentales y no accidentales. Uno de los malentendidos más comunes es visualizar el proceso de evolución como una línea ininterrumpida en la que todas las especies que han existido están jerarquizadas desde las más simples y “primitivas” hasta las más complejas y modernas. El proceso evolutivo no es una línea, más bien se parece a un arbusto con todas sus ramas (representando a las especies) que crece en todas direcciones, sin seguir ningún patrón (Nat Geo. Nov 2004, pg. 8) Es la misma idea del progreso, o sea, ¿qué nos hace pensar que algo es más evolucionado? ¿Cuál es el parámetro para decidirlo? ¿Quién define qué es más evolucionado?.

Según la concepción errónea del darwinismo, en la evolución existe una jerarquía con un estamento para cada especie y, por supuesto, la cima la ocupamos los seres humanos como los más “evolucionados” del planeta (y con evolucionados entenderíamos más complejos e inteligentes). Desde luego, lo anterior es una completa falsedad.

En primer lugar, la evolución no significa un cambio hacia la “mejoría” o hacia la complejidad, sino solamente un cambio. Un dato interesante es que algunos animales se vuelven menos complejos para adaptarse mejor. El hecho de que en el principio de la vida algunos organismos cambiaran de unicelulares simples a multicelulares más complejos solo significa eso, es decir, que algunos cambiaron hacia la complejidad. Los organismos que se mantuvieron unicelulares también cambiaron, pero las presiones del ambiente no los encaminaron hacia la complejidad. La evolución o cambio tiene que ver con la capacidad de adaptación de los seres vivos al ambiente. Es decir, una especie no es más “evolucionada” que otra por ser más grande o compleja.

En la actualidad, todas las especies existentes se encuentran en la cúspide de su respectiva evolución y están allí porque su capacidad de adaptación les ha permitido sobrevivir hasta hoy. En ese sentido, tan evolucionados somos los animales humanos como las esponjas de mar. Existen varios animales que no han cambiado prácticamente nada en 65 millones de años, como las tortugas, los lagartos y los caimanes, esto se debe, entre otras cosas, a que su estructura les ha permitido adaptarse a los cambios en el ambiente sin modificarse especialmente.

En segundo lugar, los seres humanos no somos más complejos que el resto de los animales. Al descifrar el código del ADN humano, en el año 2003, quedó claro que nuestra estructura genética no es ni más grande, ni más complicada ni diferente a la de nuestros primos los primates y a otros mamíferos (Revista Nature, 2005). No somos más complejos genéticamente hablando que un elefante, un gorila o un perro, por lo que no nos encontramos en ninguna situación de superioridad jerárquica respecto al resto de los animales no humanos ni al resto de la vida en la Tierra.

En tercer lugar, hay que afirmar que, a mayor tamaño del cerebro, en relación con el resto del cuerpo, mayor es la evolución de los animales, especialmente en los humanos, ni siquiera es cierto respecto a nosotros mismos. Hasta hace algunos años, el tamaño de la cavidad craneana en los fósiles de homínidos y homos encontrados por los antropólogos eran más grandes según se avanzaba en el tiempo, por lo cual se pensaba que el tamaño del cerebro era prueba de evolución física.

Sin embargo, posteriormente, se descubrió que en la especie Homo Sapiens Neanderthalensis existían dos variedades. La Clásica y la Progresiva, de las cuales la primera se encontraba cronológicamente antes, pero la cavidad craneana del Neanderthal Clásico era mayor que la del progresivo. Curiosamente, fue el Neanderthal Clásico el primero en extinguirse. Esto evidencia que, aunque efectivamente el aumento de la masa cerebral es un indicativo de cambio en las especies, no puede tomarse este criterio como determinante y excluyente al momento de establecer superioridades y “jerarquías” en y entre las especies.

Conclusión

En virtud de todo lo anterior, se puede asegurar que las diferencias entre los animales no humanos y los humanos no son tantas como podrían parecer al principio. Llega el momento de preguntarse ¿al ser los animales humanos y no humanos tan similares se podría considerar a estos últimos como sujetos morales? La respuesta es un sí condicionado.

La argumentación filosófica a favor de las cualidades morales de los animales no humanos es importante. Entre los filósofos que resaltaban las cualidades de los animales no humanos estaban Kant, Benthan y Montaigne. Este último dedicaba mucho espacio en el décimo segundo ensayo (tomo segundo de los Ensayos) para explicar por qué consideraba a los animales no humanos no solo capaces de los comportamientos más admirables, sino de ser un ejemplo para cualquier ser humano.

Empero, no se puede considerar a los animales no humanos como sujetos morales equivalentes a un adulto humano en pleno uso de sus facultades mentales. Ser sujeto significa poseer subjetividad y capacidad para dar y pedir razones morales y ser depositario de derechos y deberes. Ahora bien, no se sabe a ciencia cierta si los animales poseen algo como subjetividad, pero lo que sí se sabe es que los animales no humanos no pueden dar ni pedir razones éticas o morales. Pueden demostrarnos cuando algo no les gusta, pero no pueden justificar éticamente por qué.

Esto no significa que no haya que tratar a los animales no humanos con dignidad, cuidado y protección, tal como debemos hacer con los niños, ancianos y adultos con alguna discapacidad mental; significa que deben de tratarse justamente como niños, ancianos y adultos con discapacidades mentales, es decir, como sujetos morales animales. Sujetos en tanto tienen suficiente inteligencia y sensibilidad para distinguir el buen trato del malo; morales por cuanto tienen derechos, aunque no deberes; y animales por su condición de animales no humanos.

Y esto no quita para que, personalmente, me coma un buen chuletón o un buen asado; eso sí, santiguándome antes y dándole gracias a Dios por los alimentos que pone sobre mi mesa y la de los míos.