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Los Reyes Magos

C. Mudarra.- El episodio de los Magos tiene todas las características de una leyenda, naturalmente con un fundamento sólido que le proporciona consistencia, será pues, un error buscar en este relato concreciones históricas.

El texto de S. Mateo los presenta como magos, “unos Magos de Oriente”, dice, al relatar el Nacimiento de Jesús (Mt 2,1-12). La palabra es oriunda de Persia y con ella se designaba a los dirigentes religiosos; en el griego corriente, se utilizaba para designar a los practicantes de artes mágicas. Los magos no son reyes ni tampoco lo que hoy se conoce por sabios, sino hombres con conocimientos de astrología. Esta creencia surgió posteriormente bajo la influencia de algunos pasajes bíblicos (Sal 72,10; Is 49,7; 60,10: “Vendrán reyes y honrarán a Yahveh). Fueron dos Padres de la Iglesia, Orígenes (185-254), el primero en referir que eran tres, número que se concretó sobre la base de los dones ofrecidos; y, luego, Tertuliano (160-220), el primero que supuso que eran reyes.

Más tarde, ya en el s. V, en un mosaico de Rávena, se mencionan por primera vez, sus nombres, Melchor, Gaspar y Baltasar, que, especialmente, llevan el atuendo persa propio de los sacerdotes astrólogos de Mitra, posiblemente la casta sacerdotal citada por Daniel, al hablar de los “caldeos” (Dn 2,4ss). Los regalos que ofrecen realizan el homenaje de todos los pueblos al Mesías; en interpretación mística, los dones mismos significaban misterios divinos: El oro reconocía el poder de Cristo, Rey; el incienso, su sumo sacerdocio y la mirra, su pasión y sepultura. Son las primicias de la gentilidad, de los que han de venir de Oriente y Occidente, para sentarse en la mesa del Reino (Mt 8,11s). Los tres Reyes Magos terminaron por convertirse en el mito más celebrado por la iconografía católica. A medida que transcurrían las épocas, el tema de los Reyes fue ganando importancia; así, en la pintura religiosa del Renacimiento, llegó a ser uno de los más representados; para Masaccio, van der Weyder, Ghirlandaio, Leonardo y Botticelli, los Reyes Magos son siempre de raza blanca, pero, en el S. XV, Baltasar fue negro en los pinceles de grandes pintores, quizás por consigna ecuménica de la Iglesia Católica tras el descubrimiento de América y las expediciones portuguesas a África y Oriente.

Era fama que los mejores astrólogos y escrutadores de estrellas eran los sabios mesopotámicos y persas. En la narración de los magos, elemento relevante es la estrella que guió a los sabios a Belén; y a partir de aquí nace el relato: unos hombres de países lejanos, se dieron cuenta de que nacía una estrella diferente de las demás. A su vez, la Biblia cuenta la historia de Balaam, que “venía de los montes de Oriente” y había predicho a Judá una estrella (la “estrella que se alza en Jacob”, de Nm 24,17); esta profecía del tiempo de David, sobre la estrella se convirtió en un referente mesiánico. En efecto, la estrella es un elemento indispensable en la narración de San Mateo, que busca el símbolo en el firmamento, en las estrellas que son visibles para todos. Se han ofrecido explicaciones relacionadas con la naturaleza de la estrella. Algunos han identificado el fenómeno con una notable conjunción de planetas registrada en esa época o incluso con el cometa Halley; la tal conjunción de estrellas anuncia un cambio en la historia humana.

El punto de partida de esta historia es la creencia popular de que el nacimiento de cada persona está marcado también por una coyuntura astral, el nacimiento de una estrella. Entre los pueblos estudiosos de la ciencia astrológica, como ocurría en todo el entorno de Palestina, existía la firme convicción de que cada hombre tiene su propia estrella; la regularidad en la marcha de las estrellas garantizaba la normalidad en la marcha del mundo. Por tanto, un acontecimiento importante tenía que ser señalado en la marcha de las estrellas. Ahora bien, un acontecimiento tan relevante como el nacimiento de Jesús necesariamente debía ser anunciado por señales de los astros. Así, en este punto, se enlazan la leyenda y la teología. La base histórica del relato, supuesta aquella mentalidad, se halla en que el año siete antes de Cristo tuvo lugar, según los cálculos astronómicos, la conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis. El planeta Júpiter era considerado universalmente en el mundo antiguo como el astro del Soberano del Universo; para los astrólogos babilonios, Saturno era el astro de Siria y la astrología helenista lo designa como el astro de los judíos; finalmente, la constelación Piscis estaba relacionada con el fin de los tiempos. Es lógico, ante la conjunción de Júpiter y Saturno, que se pensase en el nacimiento, en Judea, del Soberano del fin de los tiempos.

En Qumran, ha aparecido el horóscopo del Mesías. Esto indica que, también los judíos, mezclaban las creencias astrológicas con las esperanzas mesiánicas y especulaban acerca de cuál sería el astro bajo el cual nacería el Mesías. Los pueblos orientales esperaban el advenimiento de la “edad de oro”, de un periodo de paz y prosperidad universal bajo el señorío de un rey prodigioso. En Babilonia, donde corría alguna noticia de las profecías mesiánicas, sobre todo, a partir del destierro de Israel, se decía que este rey universal nacería en Occidente. Precisamente, ahora se está diciendo que el Papa, interpretando textos bíblicos Salmos e Isaías, no el Evangelio, ha dicho que los Reyes Magos no llegaron de Oriente, sino de Occidente, concretamente de Tartesos, esto es, de la parte occidental de Andalucía que se centra en Huelva, Sevilla y Cádiz. Esperemos que este año traigan de Tartesos a Nuestro País, la creación de empleo, diminución de la pobreza y bálsamo para el bien común.

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