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Los vikingos no descubrieron América

Como alternativa al habitual «Nada que celebrar», este año, en las fechas aledañas al 12 de octubre, los medios de comunicación han publicado una serie de noticias que tratan de cuestionar la españolidad del descubrimiento de América. A finales de septiembre, el común pudo saber que el fraile dominico Galvano Fiamma, residente durante años en Génova, dijo saber, y así lo dejó plasmado en su Cronica universalis (c. 1430) de la existencia de unas tierras al oeste de Groenlandia 152 años antes de que Colón llegara al Nuevo Mundo. La noticia saltó después de que la Universidad de Milán concluyera su investigación sobre un texto inédito en el que ese territorio se llamaría «Marckalada». La noticia, pues la voz «Marckalada» se parece mucho a la nórdica «Markland», conectaría al dominico con los vikingos, a quienes muchos atribuyen el descubrimiento del continente americano.

A la noticia frailuna se unió esta semana la publicación de un estudio según el cual se habría descubierto un asentamiento vikingo en la Ensenada de las Medusas, situada en el norte del actual Canadá. Los cortes en la madera, propios de herramientas de metal desconocidas por los naturales de aquellas tierras, delatarían la presencia vikinga hace un milenio.

La vía vikinga resulta particularmente atractiva, pues se le supone pacífica, a lo sumo mercantil y, sobre todo, reversible

Las publicaciones, sobre todo esta última, han hecho las delicias no sólo de aquellos países que se reclaman herederos del mundo vikingo, tan bien tratado en el celuloide como cruel y devastador en sus piráticos tiempos, sino también la de todos aquellos negrolegendarios ansiosos de erosionar en lo posible la imagen de España. Ansiosos, pero también contradictorios, pues quienes padecen tan singular intoxicación, a pesar de sostener con vehemencia que España no descubrió nada, pues según sus entendederas tal descubrimiento sería imposible por tratarse de tierras habitadas, están dispuestos a transigir con un descubrimiento de autoría vikinga. La vía vikinga resulta particularmente atractiva, pues se le supone pacífica, a lo sumo mercantil y, sobre todo, reversible. Al cabo, los nórdicos, aureolados por su pureza racial y su paganismo, habrían abandonado aquellos asentamientos sin interferir en las culturas ancestrales, abruptamente violentadas por los fanáticos españoles medio milenio más tarde.

Es muy posible, así parecen afirmarlo las leñosas reliquias encontradas, que los escandinavos llegaran hace un milenio a Escandinavia. El acceso al continente por parte de gentes extrañas a él pudo ser, incluso, anterior. En 1543, el español Florián del Campo, en su Crónica General de España, sostuvo, apoyado en autores clásicos, que unos barcos cartagineses que partieron de Andalucía llegaron al Nuevo Mundo. 

Cargados de complejos, muchos de los pertenecientes a la plataforma hispánica prefieren hacer entrega de un momento tan estelar (…) a naciones ajenas a la construcción de ese mundo al que tanto detestan

Sin embargo, el hecho de que pies europeos, a los que acaso hubieran podido unirse los chinos si la flota del almirante Zeng He no hubiera tenido que regresar a China por mor de un cambio dinástico, hubieran podido hollar esa tierra antes que Colón, no cabe atribuir a aquellos hombres el descubrimiento del nuevo continente. Novedad que remite a mundos y continentes previos, así como a la propia noción geográfica de «continente», vinculada a la teoría de la esfera, de la que carecían tanto los vikingos como los mitificados pueblos ancestrales americanos. 

Teniendo en cuenta estas exigencias, y para disgusto de los afectos al europeísta mundo ario que, con estética motera y guiños leather, se cuela en las plataformas televisivas, la autoría del descubrimiento, que no de la visita a aquellas tierras, sigue estando en el haber de España. Lo realizado por Colón y sus compañeros fue lo que Gustavo Bueno denominó un «descubrimiento constitutivo», no meramente descriptivo, que sólo alcanzó a serlo de manera retrospectiva, después de que, por decirlo coloquialmente, se fuera y se viniera a aquellas lejanas costas, teniendo siempre presente la aludida e imprescindible teoría esférica sin la cual la singladura de Colón hubiera resultado tan estéril a los efectos que estamos tratando, como todas las travesías previas. Hace más de tres décadas se puso en circulación la idea de «encuentro», que pretendía neutralizar la para muchos insoportable, para otros inconcebible, idea de «descubrimiento». Cargados de complejos, muchos de los pertenecientes a la plataforma hispánica prefieren hacer entrega de un momento tan estelar como el acaecido el 12 de octubre de 1492 a naciones ajenas a la construcción de ese mundo al que tanto detestan. Cinco siglos después del grito de Rodrigo de Triana, muchos son los hispanos que suman sus voces a las de los «extraños escritores» denunciados por Gonzalo Jiménez de Quesada en su Antijovio, añadiendo a aquellas fábulas por las que se lamentaba el hidalgo cordobés -«¿Por dónde caminará ya el día de oy el español que pueda contar senzilla y verdaderamente sus hazañas? ¿Qué gente ni qué naçón le querrá oyr sin mezclalle mil fábulas en los quentos berdaderos, y mill cosas que no pasaron con las que pasaron?»- las emanadas de las sagas nórdicas.