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Malestar entre diputados y dirigentes del PP por el frente abierto por Casado contra Díaz Ayuso «que nadie entiende»

Casado y Ayuso

La guerra interna en el Partido Popular por la presidencia regional de esta formación política en Madrid está empezando a pasarle factura. Las últimas encuestas publicadas de institutos independientes reflejan un frenazo y marcha atrás del PP, después de varios meses en los que parecía consolidado en primera posición, con posibilidades ciertas de gobernar en cuanto Sánchez convocase elecciones generales.

Diputados y dirigentes del PP no ocultan su preocupación ante un enfrentamiento público entre Isabel Díaz Ayuso y la dirección nacional del partido, que si bien se ha calmado en los últimos días sigue latente y lejos de resolverse. En el PP se ha asistido a la pelea con «tristeza interna», según confiesan en el Congreso.

Pablo Casado no necesita enemigos externos. Se basta él solo para reducir progresivamente las posibilidades de un recambio al frente del Gobierno. Ha abierto un frente de guerra innecesario con el principal activo político que tiene el PP, y ha logrado romper la entente perfecta que existía entre Ayuso y Almeida, el tándem electoral más potente con el que contaba para ganarle a la izquierda las próximas elecciones generales.

Como apuntó el analista Gonzalo Bareño, lleva Casado desde que llegó a la presidencia del PP responsabilizando de sus sucesivos fracasos electorales a la herencia que ha recibido en el PP y a la división en el centroderecha, sin asumir responsabilidad alguna en esa fractura. Y planteando como un axioma que los conservadores no volverán al poder hasta que los votantes de derecha  le entreguen a él mansamente su papeleta, no por sus méritos políticos o por su proyecto para España, sino simplemente por el voto útil, mientras él gira cada día en función de las circunstancias para rebañar sufragios de aquí y de allá.

El problema para Casado es que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ya le han demostrado, desde posiciones políticas que se sitúan en las antípodas, que el liderazgo y el éxito electoral no se alcanzan con un discurso cimbreante y adaptable a cada territorio y cada momento, sino con la defensa de unas convicciones políticas firmes e ilusionantes, sean las que sean. Es decir, que el problema es él. No es verdad que mientras el votante de Vox y de Cs no se eche en brazos del PP porque sí, y porque es lo que conviene, como sostiene Casado, la izquierda se vaya a perpetuar irremisiblemente en el poder.

En Galicia, sigue explicando, Feijoo redujo a Ciudadanos y a Vox literalmente a la nada, no por el voto útil, sino porque los potenciales votantes de esas dos formaciones en Galicia lo ven como un dirigente más capaz y asumen su proyecto. Y, en Madrid, Ayuso, con un discurso casi opuesto al de Feijoo, convirtió a Ciudadanos en un partido extraparlamentario y a Vox en caída libre, pese a que esas dos fuerzas sostienen propuestas radicalmente contrarias. Se llama liderazgo. Carisma. Y consiste en sumar a los votantes a un proyecto fiable, y no cambiar de estrategia función de lo que indican cada día los sondeos. Casado fue a Galicia y puso a Feijoo como ejemplo de la gestión que él haría si fuera presidente. Luego se arrimó a Ayuso y aseguró que actuaría igual que ella si llega a gobernar. Pero Casado no ganará nunca a la izquierda con ese discurso del camaleón, sino demostrando que tiene para España un proyecto propio. Y mejor.

El proceso de autodestrucción del PP exigiría la reacción inmediata de los barones regionales. El silencio los hace cómplices de esta traición urdida, debemos suponer, a espaldas de ellos. Si la situación no cambia, el “sorpasso” de Vox no nos parece nada descabellado.