Inicio Actualidad María Rey: «Un jefecillo intentó ponerme la mano donde no debía»

María Rey: «Un jefecillo intentó ponerme la mano donde no debía»

Estaba a punto de dejar Antena 3, después de 25 años, cuando se cruzó en su camino la oferta de presentar 120 minutos, el magacín matinal de Telemadrid. No lo dudó un instante y se subió a ese tren en el verano de 2018, con la ilusión de quien empieza de nuevo una aventura televisiva. Sabiendo, eso sí, que la estación de destino la decidirían los telespectadores madrileños.

Tampoco le importó jugar en una categoría inferior –regional, según sus palabras-, ni el reto de competir, con menos medios, en la Comunidad de Madrid con Ana Rosa, Susanna Griso, Ferreras, Lourdes Maldonado y Diego Losada.

A esta gallega de Tomiño (Pontevedra), que pasó veinte años haciendo información parlamentaria, le gusta lo que hace, y la experiencia le ha enseñado a valorar la responsabilidad de los medios de comunicación en una sociedad democrática. Durante dos décadas (1996/2006) conoció muy de cerca las grandezas y miserias de nuestra clase política y vivió en primera línea algunos de los acontecimientos más importantes de nuestra democracia.

María Rey -casada con el periodista Manuel Campo Vidal y madre de tres hijos- confiesa en Fuera de micrófono la buena sintonía de los periodistas con algunos diputados de aquella época, los cabreos de Cristóbal Montoro porque no conseguía colocar su mercancía («ya estáis con las truchas y no me compráis la merluza»), la agilidad mental de Rubalcaba, las bromas de Alfonso Guerra o las últimas visitas de Santiago Carrillo al Congreso con su acreditación de periodista.

Lamenta María, eso sí, el no haber podido estar más tiempo con sus hijos, hasta el punto de que el más pequeño le llegó a preguntar en una ocasión por qué llegaba a casa cuando él ya estaba en pijama, cosa que no ocurría con las mamás de sus amigos del cole. También lamenta la periodista aquel lapsus de hace cinco años, en la fiesta del Dos de Mayo, que todavía le persigue en las redes sociales o el comportamiento de un jefecillo de TVE que intentó sobrepasarse con ella, cuando era muy joven y estaba empezando.

Pese a estar enamorada de su tierra y de los escenarios de su infancia, María se siente muy a gusto en la capital de España. Madrid –dice- es especial: una ciudad «acogedora», «arrolladora», en la que nadie se siente extraño.

La periodista María Rey durante la entrevista, en el estudio de THE OBJECTIVE. | Víctor Ubiña

PREGUNTA.- Dejaste Antena 3 hace cinco años para incorporarte a Telemadrid como «reina» de las mañanas.

RESPUESTA.- Yo no aspiro a ser reina. Con tener un papelito en el equipo es suficiente. La verdad es que fue algo inesperado. Dejé Antena 3 porque ya había hecho un recorrido y era el momento de tomar decisiones. Había cumplido cincuenta años y decía: tengo que tomar riesgos profesionales porque aquí he hecho prácticamente todo.

P.- Trabajar en una televisión autonómica, después de haberlo hecho en una cadena nacional, ¿no es pasar de primera a segunda división?

R.- Hay que ser realistas. Estás en primera división y vas a regional. ¿Pasa algo?, ¿tienes menos calidad profesional? No. Obviamente, tienes menos medios, menos oportunidades. Pero no pasa nada. También se vive con mucha más tranquilidad.

P.- Cumplir cinco años en un programa de televisión es bastante. ¿Cómo se consigue competir con los grandes?

R.- Llevarnos una parte notable de la audiencia, emitiendo solo para Madrid, es un lujo. Las circunstancias nos han favorecido y nos ha ido bien. Aunque arrancamos en verano, a finales de junio, nos hemos ido consolidando y ahora hay un espacio para la actualidad cercana en la mañana.

«La gente busca argumentos en las tertulias para pelearse con su cuñado el domingo»

P.- Cuando se cuestiona la existencia de las televisiones autonómicas, ¿qué argumentos alegas en su defensa?    

R.- Las televisiones públicas –autonómicas y nacionales-, tienen una función: hay cosas que tienes que contar porque te debes a un consejo de accionistas, que son tus ciudadanos. Primero te debes a ellos. Y, segundo, tienes que tener un sentido de la responsabilidad muy alto con el dinero que te gastas. Telemadrid es una televisión barata. Si comparas nuestro presupuesto con el de los programas de las demás televisiones, te quedas impresionado.

P.- Ana Rosa, Susanna Griso, Ferreras… ¿Con quién tienes más afinidad? ¿Con Ana Rosa que es, por otra parte, la jefa de la productora que hace 120 minutos?

R.- Ana Rosa es mi jefa, la presidenta de una productora que hace su programa de Telecinco, el mío de Telemadrid y alguno más en otras cadenas autonómicas, pero que nadie interprete que ella viene por las mañanas y nos dice: «¿Qué lleváis hoy?». Yo tengo mucho respeto profesional por Ana Rosa. La conozco desde hace muchos años y la he seguido siempre. Pero le tengo gran aprecio a Susanna Griso, con la que he trabajado codo con codo; le tengo respeto profesional a Ferreras, que aporta a la tele una forma de hacer… Y, por el camino, ahora mismo estoy compitiendo con mi amiga y excompañera Lourdes Maldonado, ahora en TVE, o con Diego Losada, en Cuatro. Hay una oferta muy variada y de muy alto nivel.

P.- Las tertulias son frecuentes en estos espacios matinales. ¿Se centran demasiado en la política?

R.- La tertulia, al fin y al cabo, es un formato de análisis y de colocación en contexto de las cosas que pasan. Es verdad que hay temas que interesan más y temas que interesan menos. Si hablamos de vivienda, compete a todo el mundo. Si hablamos de sanidad, sabemos de lo que estamos hablando. A veces, la política está muy pegada a las prioridades domésticas y familiares y, a veces, más alejada. Pero lo bueno y lo malo de las audiencias es que ahora te miden minuto a minuto. La gente busca argumentos para pelearse con su cuñado el domingo; un analista que piense como él, que le cargue de argumentos, porque no tiene tiempo de leer lo que publica la prensa.

P.- Después de veinte años de cronista parlamentaria en Antena 3, ¿cómo ves ahora el Congreso de los Diputados?

R.- La sociedad se ha sectarizado y hay un nuevo lenguaje común. Las redes sociales imponen verdades absolutas, aunque no estén contrastadas. Hay una frase que repite mucho una amiga mía: «El mundo se divide entre quienes quieren tener la razón y quienes quieren ser felices». Yo me dedico más a lo segundo, pero creo que hay demasiada gente dedicada a imponer su razón. Y eso se nota. El que quiere ser feliz está dispuesto a escuchar, incluso a que le convenzan. El que quiere tener la razón siempre está mal encarado y ofendido todo el día. Cuando yo llegué por primera vez al Congreso, año 1996, los diputados y los periodistas compartíamos los teléfonos de unas cabinas de madera, frente al hemiciclo. Y, cuando pasaba algo, y tenías que llamar a la redacción, usabas esas cabinas. Y, si estaban ocupadas, tenías que esperar. Las noticias esperaban por ti. Cuando me fui del Congreso, las noticias te perseguían por los pasillos, tenías que contarlo el primero y muy rápido, y además ser el primero en redes… Eso hace que cada vez se contraste menos y haya menos rigor.

P.- ¿Era difícil en su etapa de cronista parlamentaria conciliar el trabajo y el papel de madre de tres hijos?

R.- Yo no he conciliado nunca. Ahora estoy intentando reconciliarme con mi sentimiento de culpa. En el Congreso siempre hemos coincidido una generación de periodistas mayoritariamente femenina y el primer elemento de conciliación es que éramos muy cómplices. Cuando a una de repente le llamaba un hijo, y te pillaba en medio de un canutazo de alguien, le pasabas el micro a la compañera de al lado. Las mujeres hemos trampeado, hemos sido siempre muy cómplices, pero hemos conciliado muy mal. Yo siempre llegaba tarde a casa. Un día mi hijo pequeño me dijo: «¿Por qué tú siempre llegas cuando yo estoy en pijama y las otras mamás llegan cuando sus hijos están en ropa?». Esa frase fue demoledora. No la he superado.

«Rato era muy seco y Solbes aplastantemente didáctico»

P.- ¿Qué opinión te merece la camaradería y complicidad entre periodistas y políticos, tan frecuente en la Transición?

R.- Yo creo que es bueno que haya complicidad. Una cierta complicidad implica respeto mutuo. Hay que partir de ahí para empezar a trabajar, porque unos y otros tenemos dos mundos muy paralelos, que a veces se entremezclan. La relación en el Congreso era más estrecha antes porque éramos menos periodistas. Había, digamos, un clima de más confianza. Ahora hay tantísimos medios… Las relaciones están más teñidas de esa especie de distancia que establece el saber que la publicación de todo es inmediata y de que somos más periodistas. Hubo un momento en la Transición en el que todo aquello era una especie de jolgorio de la democracia, de descubrir y de construir juntos una nueva sociedad. 

P.- La democracia era un objetivo compartido…

R.- Claro. Trabajaban y se confundían políticos y periodistas. Cuando llegué al Congreso me contaban aventuras de cruces, de relaciones incluso íntimas entre unos y otros, que luego yo no vi. Pero no tienen que confundirse los papeles. Si tú tienes una relación cordial, sabes que ese diputado que hoy te ha dicho algo que no debería y te pide que retengas esa noticia, si eres honesto y quieres conservar tu fuente, la aguantas.

María Rey, a punto de cumplir cinco años en el programa «120 minutos», de Telemadrid. | Víctor Ubiña

P.- ¿Quién ha sido, para ti, el mejor orador del Congreso?

R.- Es difícil quedarme con una persona. Alfonso Guerra era un señor que podía hacerte reír mucho, que tenía una carga de mala leche y que podía ser brillante. También recuerdo haber disfrutado muchísimo en un debate de enmiendas a los Presupuestos, que suele ser lo más soporífero que te encuentres en la vida, cuando Rodrigo Rato, ministro de Economía, y otro diputado intentaban explicar la política fiscal hablando uno de su tía y el otro de su madre. Y aquello se convirtió en un debate maravilloso. ¿Primeros espadas? Fueron quedando pocos.

P.- ¿El mejor de todos?

R.- No sabría decirte uno solo. Rubalcaba me parecía de la gente más rápida y más ágil mentalmente. He visto nacer, crecer y desarrollarse a muchos. Por ejemplo, Soraya Sáenz de Santamaría, que fue convirtiéndose en un personaje con un potencial brutal. Seguro que soy injusta con alguien, pero ha habido gente buena y la sigue habiendo. Gente que tiene una habilidad extraordinaria para la comunicación y otros que consiguen convencer por aplastamiento. Recuerdo a Xavier Trías, que era un diputado al que daba gusto escuchar…

«En el Congreso he conocido a políticos brillantes y a gente que rayaba la tontuna»

P.- ¿El más cercano y asequible?

R.- Asequible era Zapatero. Siempre entraba sonriendo. Sin embargo, Aznar era muy distante. Zapatero era un señor que, si sabía que alguien tenía un problema personal, se paraba y le preguntaba. Antes de llegar a presidente, había sido muchos años diputado y tenía la costumbre de comer en el Congreso. Se sentaba en una esquinita, a la entrada del comedor, y por aquella mesa pasaba mucha gente. Pero José María Aznar entraba siempre serio por la puerta y se iba hasta el fondo. Una vez, cuando yo estaba a punto de dar a luz a mi primer hijo, me preguntó: «¿Estás embaraza, de cuánto?». Pues, para la semana que viene. Son perfiles distintos.

P.- ¿El político con más carisma?  

R.- Ha habido mucha gente con carisma. Pero me quedaría con Miquel Roca, al que yo ya casi no vi, aunque, como presidenta de la Asociación de Periodistas Parlamentarios, organicé algunas actividades en las que participó. Era arrollador. Recuerdo también a Carrillo, cuando ya no era diputado, pero venía al Congreso con una acreditación de periodista.

P.- ¿El más borde?

R.- Rato era muy seco, por lo menos conmigo. Pero Montoro era un señor que quería ser cercano y explicar muy bien lo suyo. Entonces, tú intentabas sacarle una declaración y él no quería porque al final se calentaba y decía más de lo que debía decir. Al final, cuando ya se iba a meter en el ascensor para bajar al parking, se formaba un corrillo de veinte personas y él intentando explicar lo suyo. Decía: «Ya estáis con las truchas y no me compráis la merluza». Pedro Solbes también era aplastantemente didáctico. Tenías que echar tiempo y no ir con tacones, porque igual te tenía una hora de pie.

P.- Nos quejamos de los políticos que tenemos, pero son parte de nuestra sociedad.

R.- He trabajado muchos años en el Congreso de los Diputados y he conocido a gente brillante y a gente bastante simple, rayando la tontuna. Gente muy trabajadora, con una gran vocación de servicio público, y otra gente que tenía una habilidad extraordinaria para colocarse detrás de quien hacía las declaraciones, pero a la que no veías trabajar. Hubo un momento en el que le pedimos a lo mejor de cada casa que viniera al Congreso a construir una sociedad nueva, y vinieron porque querían estar en esa aventura. Aportaban y les aportaba, porque pasaron a la historia de nuestra democracia como los constructores. ¿Qué más prestigio te puede dar, si te dedicas a la vida pública, que el haber construido la democracia de un país?

P.- Tu padre fue alcalde de Tomiño (Pontevedra). Ahora, que estamos en vísperas de elecciones, ¿qué valoración haces de la política municipal?

R.- Esa es la política de verdad. El alcalde sabe dónde vive cada señor que tiene un problema, cuál es el alcance de ese problema y dónde tiene que pedir la ayuda. Mi padre era veterinario y nunca dejó de trabajar en su oficio, porque tenía seis hijos y con el sueldo de alcalde no hubiera podido mantenernos. Por tanto, recibía su sueldo como veterinario y ninguna asignación como alcalde. Era una cosa absolutamente vocacional. Mi padre iba encantado al Ayuntamiento, escuchaba, recibía…

P.- Te debe resultar difícil desconectar del trabajo estando casada con un periodista, Manuel Campo Vidal.

R.- Intentamos desconectar. Nos gusta ver películas, series, leer, escaparnos a Galicia, pero la desconexión nunca es total porque un periodista siempre está enganchado. Estás de vacaciones, pero en el móvil te salta una alerta cada vez que hay una emergencia. Y no puedes dejar de mirarlo y de comentarlo.

«La presidenta de la Comunidad de Madrid es correctísima y de trato muy amable»

P.- ¿Qué tal te llevas con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso?

R.- Muy bien. La verdad es que hemos coincidido poco. No tengo una relación de amistad, ni muchísimo menos con ella, pero ella es correctísima y de trato muy amable. No tengo ningún problema con ella.

P.- ¿Madrid es diferente?

R.- Yo he ido mucho a Barcelona, porque allí vivían los abuelos de mis hijos, y me parecía una ciudad muy amable, acogedora. Pero Madrid no es acogedora, es arrolladora. Es la ciudad en la que nadie es de fuera y donde el hecho de que tengas otro acento ni siquiera merece comentario. Aquí no se le pone un adjetivo ni una etiqueta a nadie que venga de fuera. Todos tenemos un pueblo en algún lugar y esa mezcolanza enriquece. Es verdad que eso hace a Madrid especial. Aquí todo el mundo es bien recibido y eso genera una sensación de bienestar. Estoy leyendo a una escritora catalana, Milena Busquets, que dice en uno de sus ensayos: «Cuando voy a Madrid me pongo de buen humor». Madrid, para la política y la opinión pública, es una olla a presión, pero para la vida cotidiana es una ciudad tranquila. Está relajada, disfruta de las cosas, de la calle, de compartir, muchas cosas que la hacen especial.

 P.- Recomiéndame algún rincón especial de Galicia.

R.- Yo Galicia te la recomiendo entera. Mi rincón, mi lugar en el mundo, es la desembocadura del Miño. Es ese punto en el que si miras de frente ves Portugal, si miras a un lado ves Galicia y si miras al otro, y te fijas bien, a lo mejor ves la estatua de la Libertad al final del Atlántico. Ese paisaje tan especial que tiene la desembocadura del río Miño. 

P.- ¿Por qué Galicia produce tantos líderes políticos de la derecha?

R.- Bueno, Yolanda Díaz también es gallega. Hay una forma de hacer en Galicia que puedes exportar. Hay un clima bastante tolerante. En Galicia hay un movimiento nacionalista, pero no tensión con el idioma. El 95% es bilingüe y las dos lenguas han convivido dentro de las familias. Yo con mi cuñado siempre he hablado en castellano y con mi cuñada en gallego, porque ella nació en un pueblo pequeño y creció en gallego. Es verdad que generamos políticos diésel. Cuando llegan a Madrid y les ponen en marcha los motores de gasolina, la cosa cambia. La gente te dice: es que a Feijóo lo veo… Lo ves como es. Feijóo es un señor tranquilo que no está en la bronca ni en el enfrentamiento.

P.- ¿A las mujeres que aparecéis en la tele se os perdona menos un error o un lapsus que a los hombres?

R.- Muchísimo menos. La lupa se pone tradicionalmente más en las mujeres. Los hombres tenían que demostrar menos y a la mujer se daba por hecho que se la ponía porque adornaba. Nos ponían a una chica mona con un señor de más edad. Luego, hemos ganado más espacio y hay cosas que no se nos perdonan. Yo, hace cinco años, en mi primera retransmisión del Dos de Mayo, no funcionaba nada. No conseguía escuchar a nadie y aquellos primeros veinte minutos fueron una locura. No sabíamos por dónde tirar. Estaba ganando tiempo, antes de la primera conexión, y dije: en el Dos de Mayo el pueblo de Madrid se levantó contra las tropas franquistas. En lugar de francesas, dije franquistas. En vez de Napoleón, dije Franco o algo así.

P.- Aquello te puso al pie de los caballos…

R.- Porque a alguien le interesa que sea así. Una compañera llamó y me dijo: «Oye María, que dicen en Twitter que has dicho esto». «No, te estás equivocando, ¿cómo voy a decir eso?» Me mandó el fragmento y le dije a mi compañero, Ricardo: tengo que pedir disculpas por el lapsus. La que se pudo liar esa tarde y al día siguiente… Me llamaron inculta, burra, manipuladora, podemita. Eso fue hace cinco años, pero cada Dos de Mayo alguien lo cuelga en redes y dice que fue ayer. Una señora me montó un lío por eso a la puerta de un colegio electoral, delante de mis hijos. Ellos no entendían por qué insultaban así a su madre. Hay gente resentida a la que estas cosas le alivian.

«Las chicas de hoy en día no tienen los complejos ridículos que teníamos nosotras»

P.- Alguna vez has denunciado que un directivo de TVE había intentado sobrepasarse contigo. ¿Este tipo de cosas es más difícil que ahora puedan pasar?

R.- Tendríamos que dejarlo en jefecillo. Estamos hablando de algo que pasaba hace treinta y tantos años. No te digo directivo, porque los directivos que tuve nunca hicieron nada que yo tuviese que reprochar. Pero el jefecillo del medio dice: una chica de veintipocos años, que está empezando y te dora la píldora y te dice que tienes un brillante futuro por delante y que lo vas a hacer muy bien. Por el camino te está enviando el mensaje de que, si te arrimas, te va a ayudar a que lo consigas.  Te va enredando hasta que encuentra la oportunidad, o la oscuridad suficiente, para convertir esas palabras amables en la mano metiéndose por donde no debe. Eso pasaba y no abrías la boca porque considerabas que formaba parte de los riesgos laborales de una chica jovencita que estaba empezando y no sabía cómo manejarse en el mundo. Hoy en día eso no pasa. Mi hija, que tiene la misma edad que yo entonces, le corta la mano. Las chicas de hoy en día no tienen esos complejos ridículos que teníamos nosotras.

P.- Ahora, con las elecciones, tendrás más trabajo.  

R.- Las campañas electorales cada vez me cuestan más. Si pudiera, me las saltaba. O las pondría por sorpresa, que cada uno asuma lo que ha hecho, sin ensayos.

P.- Que gane el mejor.

R.- Eso, que gane el mejor y que respetemos al que gane.