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Necesidad de un partido franquista

Antonio Robles* (Reproducido) Como lo oyen, ni Ley de memoria histórica, ni Ley de memoria democrática, ni memorial de agravios versión Ikea: un partido franquista. Como lo oyen, un partido que defienda la memoria sociológica de Franco. Con los supuestos constitucionales para ser legalizado por el Ministerio del interior. O sea, un Partido Franquista (FP) al modo y manera de EH Bildu, ERC o Podemos, que ya disfrutan de representación parlamentaria sin aceptar formalmente sus reglas.

No estoy de coña. Hoy, en España, la falta de escrúpulos de nuestros dirigentes políticos está falsificando por completo la relación entre el voto, la información y los ciudadanos. Sin una información neutral, el político intoxica, confunde, degrada la libertad del ciudadano para impedirle elegir con criterio.

La derecha está empeñada en convertir todo lo que hay a su izquierda en comunista. Y la izquierda retuerce el lenguaje hasta reducir a la ultraderecha a todo lo que está a su derecha. Progres y ultras, un truco para incautos. El mayor desprecio a sus ciudadanos, una estafa a la democracia, un atentado vergonzoso contra la Ilustración que nos ha hecho libres. No otra cosa es el empeño del Gobierno de Sánchez por reducir la foto de Colón a la ultraderecha. Un viejo truco nacionalista: todo cuanto no le baile el agua es facha, franquista, o sea, español. Que de eso se trata.

No obstante hay una diferencia entre el empeño de unos y otros por reducir a los demás a un esperpento: la izquierda, el populismo y los nacionalistas de izquierdas y de derechas tienen un propósito, confundir a España con la ultraderecha, o sea, con el franquismo, con la dictadura, y con ello evitar el debate de ideas y proyectos empíricos. Se trata de intoxicar con emociones traumáticas para no tener que justificar comportamientos propios. Despertar el miedo, arremolinar al rebaño, robarnos la capacidad de pensar y decidir con información veraz. La derecha hace lo mismo, con dos diferencias sustanciales: no tiene credibilidad sociológica, ni capacidad mediática para imponerla. Su efecto, por tanto, es muy reducido. Sólo sirve para sus convencidos. No así la izquierda, que sigue gozando socialmente de una hegemonía moral de raíz populista que la hace más atractiva a unos ciudadanos predispuestos a exigir derechos y a rechazar deberes.

Efectivamente, el comunismo, a pesar de sus fracasos irrefutables y sus atrocidades, sigue teniendo un halo de legitimidad que perdió por completo el fascismo. Ni siquiera la condena explícita de la Unión Europea, catalogando a ambos como regímenes totalitarios, ha cambiado esa percepción sociológica. El fascismo se percibe como la peste, mientras el comunismo como el defensor de los oprimidos.

El resultado es que la reducción del liberalismo y del centro derecha a la ultraderecha deja sin legitimidad a toda la derecha y la convierte en la heredera de la dictadura. Eso que en España decimos franquismo como quintaesencia de todas las atrocidades de la Guerra Civil y de todos los abusos reales e interesados que la izquierda y los nacionalistas han alimentado sin descanso desde la Transición. Como si la obscenidad de los años treinta hubiera sido provocada por un sólo bando. De hecho, Franco ganó la Guerra Civil en tres años y la fue perdiendo en los cuarenta siguientes hasta convertirse en el inconsciente colectivo de los españoles, en un apestado. Y a los apestados no se les arrima la gente, exactamente lo que pretende lograr la izquierda con la foto de Colón: embarrar el terreno democrático para convertir a los ciudadanos en borregos inducidos.

No toda la culpa es de la izquierda. Franco se empeñó durante cuarenta años en confundirse con España. Error que aún estamos pagando. El Caudillo confundió su visión de España con España, su lengua, con la única, su creencia religiosa con la que deberían tener todos los españoles, su concepción ideológica con la única forma auténtica de ser españoles. Y todo eso, con la dictadura. Exactamente el cliché que desean perpetuar sus enemigos tatuándoselo a la derecha para dejarla fuera de combate. A ella y a la propia España.

Del resto se ocupó el nacionalismo y la izquierda acomplejada de la Transición, al confundir el régimen franquista con el Estado español. Franco estuvo tan obsesionado en identificar su régimen con España, que la izquierda hizo lo imposible por distanciarse de ella para defenderse del estigma franquista. Un complejo, un error, un absurdo. Es como si la izquierda alemana actual confundiera al régimen nazi con Alemania. Desde entonces, la izquierda no ha sabido defender una idea democrática de la Nación española. Ha permitido poner en duda su legalidad, su legitimidad, incluso su existencia como Nación histórica. Y hoy, colabora en el derribo de la mano de los nacionalistas. Ese camino lo inició Zapatero y lo está culminando Pedro Sánchez.

Culminada la deslegitimación de España y arrinconada la derecha como si fuera toda ella franquista, es preciso devolverle su legitimidad democrática. Un Partido Franquista (PF) que delimitase de verdad quién es y quién no es franquista en España podría ayudar a desenmascarar la malicia, y puede que acabar también con la tabarra franquista de la izquierda reaccionaria que la alimenta.

Dividiría aún más a la derecha, pero poco. Remitámonos a los hechos. Los partidos que expresamente se han presentado como formaciones políticas franquistas o ultraderechistas a lo largo de estos últimos cuarenta años de democracia, sólo han logrado 1 diputado. ¡En 1979!

Lo consiguió Blas Piñar, un franquista de libro y fundador del partido de ultraderecha Fuerza Nueva, bajo una coalición de partidos herederos del franquismo denominada Unión Nacional. En total fueron 378.964 votos los logrados. En las siguientes elecciones (1982) no revalidó el escaño, y posteriormente todos los intentos por lograr volver a meter a la ultraderecha franquista en el Congreso fracasaron. Incluso lo intentaron en Europa de la mano del Frente Nacional francés en 1987 (122.927 votos) y en 1989 (60.672). Hasta hoy.

Hemos de liberar a España del franquismo, no para librarnos de Franco, de ese ya nos liberamos hace décadas, sino para recuperar el derecho de todo ciudadano español a defender sus ideas sin que nadie le cuelgue el San Benito de turno para expulsarle de la vida pública. Ni es democrático, ni es honesto. Eso sí, es lo más parecido al fascismo que atribuyen a los demás. La manera intelectual de eliminar al otro sin que se note el cuidado.

*Publicado en ABC