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¡No-se-vakuna-en-la-escalera-del-convento!

Por Laureano Benítez Grande-Caballero.- Un tipo maleducado ―puede que anticlerical, puede que con problemas prostáticos― tenía la antihigiénica costumbre de ir a miccionar a la escalera de un convento de monjas.

Una de las religiosas observó la malsana y profanadora costumbre de ese macarra, y decidió tomar cartas en el asunto.

Una mañana, al ver que el miccionador acudía a su letrina particular, salió del convento y se dirigió a la escalera donde estaba aquel sujeto, quien, al ver a la monja, hizo ademán de irse. Para su sorpresa, la religiosa le animó a que intentara hacerlo, mas, cuando estaba a punto de iniciar su actividad evacuatoria, la hermana fue hacia él y, haciéndole lo que ustedes pueden imaginar pero yo no quiero decir, le gritó: «¡No-se-mea-en-la-escalera-del-convento!».

No sé de cuándo es el chiste, pero me gustaría saber lo que esa monja valiente y rebelde ―a la que podríamos llamar Sor Seneguer― haría hoy a los que pintan graffitis satánicos en las paredes de los templos ―ya saben, aquello de “Os beberéis la sangre de nuestros abortos”, o “La iglesia que mejor ilumina es la que arde”―, a los que quieren derribar las cruces con piquetes que parecen ectoplasmas del Frente Popular del 36, y, en especial, a los que están ultrajando, profanando, sacrilegiando y blasfemando los templos al hacerlos centro de vakunanción del mierdavirus.

Muy posiblemente cogería una jeringuilla luciferina de esas y, metiéndosela por salva sea la parte a los que han organizado ese espectáculo blasfemador ―obispos, párrocos, consejeros, ministros, medicuchos y la madre que los parió―, les gritaría: «¡No-se-vakuna-en-la-escalera-del-convento!».

Pobre Sor Seneguer, sola ante las estampidas de las femens desatadas invadiendo los templos con las tetas al aire, viendo con horror cómo a la entrada de las iglesias han quitado el agua bendita ―¿es posible que alguien crea que el agua bendecida puede contagiar, cuando hace justo lo contrario?― para poner frascos de la basura hidrogeliana ―«¡No-se-pone-hidrogel-en-la-escalera-del-convento!»―, con toda la feligresía embutida patéticamente en los putos bozales ―pero…¿No estamos en presencia del Santísimo?―, mientras grita desaforada: «¡No-se-ponen-mascarillas-en-la-entrada-del-convento!».

Y, ¿qué diría nuestra admirada Sor Seneguer a Bergoglio, que se hizo inyectar agua, azucarillos y aguardiente en sus venas rojas rojas, diciendo que la vakuna luciferina es una «obligación moral»? Pues le diría esto: «¡No-se-pone-Pachamama-en-la-escalera-del-convento!».

Grotesco espectáculo, ver los templos convertidos en antesalas de la morgue, administrando grafeno a espuertas, metiendo ARN para alterar el ADN que Dios nos dio en el momento de nacer. Y, para más INRI, la Iglesia es la instancia que más debería haberse opuesto a la nefasta pócima transgénica, pues ésta lleva como adyuvante células de fetos abortados, lo que se conoce como MRC-5, lo cual crea un clarísimo problema de conciencia, a pesar de lo cual es un hecho demoledor que los católicos han sido los más entusiastas partidarios de la vakunación, hasta el punto de se han inyectado en masa. Satánico es ver a supuestos católicos yendo a vakunarse a sus parroquias, y recibiendo la vakuna de la Bestia como quien recibe el Sagrado Cuerpo de Cristo, con musiquilla gregoriana de fondo, incluso.

Vakuna de la Bestia, he dicho, porque esta inoculación es la antesala de la «Marca de la Bestia», el fatídico microchip que está a la vuelta de la esquina, hasta el punto de que me ha dado por pensar que esos catoliquillos ―dirigidos por Bergoglio y por el lavado de cerebro que les hará el 5G en combinación con el grafeno de las vakunas― no se opondrán en absoluto al sello del Diablo. Que Dios les coja confesados, arrodillados en la escalera del convento, a los pies de Sor Seneguer.

Pero hasta que llegue ese día, pobre Sor Seneguer, sola, incomprendida, luchando contra tanta blasfemia, tanto sacrilegio… contra esas mesnadas catoliqueras que, ante sus llamadas a la cordura y a la fe, responden gilipollescamente: «¡Para lo que me queda en el convento, me vakuno dentro!»