Inicio Actualidad Nuestra democracia ya no representa al pueblo

Nuestra democracia ya no representa al pueblo

Y dudo que alguna vez lo representara. En teoría debiera conectar el ejercicio del poder, no con el simple ordenamiento de normas y leyes, sino con la satisfacción de las necesidades plenas de la ciudadanía. Pero, en nuestro país y en otros muchos, ya no se atienden las necesidades básicas sino que resulta más fácil persuadir al individuo de que sus premuras son las de quienes gobiernan.

Hoy en día, mientras oligarcas y políticos atesoran enormes flujos de nuestros datos, hay que temer las consecuencias de ello. Porque, veamos, ¿no es incompatible con nuestra libertad que alguien pueda elaborar un dosier de nuestra andadura por la vida y amenace, o lo haga público, en función de una oportunidad interesada? ¿No es anormal que se pierdan en el olvido las tarjetas black de los consejeros socialistas y comunistas de Bankia, mientras afloran las del rey emérito? ¿Alguien me puede decir dónde terminaron los miles de millones de euros defraudados por el gobierno socialista en Andalucía? ¿Quién, de entre todos los que acusan, puede sentirse libre de culpa? ¿No es más acuciante atender la desesperación de las familias que se encuentran de pronto privadas de todo y de todos, y cuyo derecho a reclamar ayuda sería, no solo razonable, sino legítimo? Sin duda que lo es. Pues miren, les voy a recordar lo que aparece sobre el caso de los “ERE” (hay otros) en un “dosier” de la Wikipedia: «De acuerdo con la primera sentencia de esta «macrocausa», el fraude realizado en el periodo comprendido entre los años 2000 y 2009 asciende a un total de 680 millones de euros.​ No obstante, a falta de cuantificar el año 1999 y los ejercicios 2010 y 2011, se estima que dicha cantidad puede alcanzar los mil millones de euros».​

Es innegable el potencial catequético de los medios de comunicación, la tecnología digital y las redes sociales. Todos son una fuente de poder que puede cambiar la voluntad, cuando trabajan en interés de quienes los manipulan a favor de sus designios. Siendo así, las decisiones colectivas, como pudiera ser un plebiscito, unas elecciones políticas, o un referéndum, por fuerza han de conectarse con el control de nuestros datos. ¿Cómo olvidar el escándalo de Cambridge Analytica? C.A. recopiló información sobre votantes utilizando módulos de comportamiento, actividad en Internet y otras fuentes públicas y privadas. Es lo que se llama “microtargeting” de conducta; un monstruo para mover voluntades. Así se fraguó el Brexit, y así utilizan la comunicación pública, los independentistas catalanes y el gobierno Frankenstein.

Y nos conectamos. No queda otra. Y añadimos más leña al fuego fatuo de las redes sociales, mientras aportamos datos y más datos sobre lo que somos, lo que pensamos, lo que deseamos, lo que nos molesta y lo que más o menos toleramos. Contribuimos diariamente a alimentar un poder con el que manejarán nuestras emociones y por ende a nosotros mismos.

Controlan la información personal que generamos, y el proceso aumenta con cada informe de salud, finanzas, amistades, trabajo, etc. Nuestro dosier alimenta lo que se llama “minería de datos”, una ciencia que analiza, mediante estadística y computación, los patrones de comportamiento de los individuos. Así pueden predecir y modificar tendencias y opiniones.

Nos encierran en casa donde ofrecen la vacuidad ornada por algún entretenimiento estéril o resignado, pero hacen hipócritas llamadas a la unidad mientras gobiernan para destruir nuestra convivencia. Lo hacen impunemente, porque ese estado de sumisión y pasividad, amordazado de mascarillas, nos anula como seres independientes e, indudablemente, paraliza la rebelión social que merece tal desatino.

Y así, sin darnos cuenta, nos convierten en seres pasivos, sin voluntad, con tal atonía que somos incapaces de reaccionar, aunque se pudra o resquebraje el mundo que nos recibió. A pesar de ver cómo nos engañan sin empacho, cómo reniegan de sus palabras y compromisos electorales, cómo mienten. Forman ciudadanos inocuos. No sorprende que la nueva ley de educación ensalce la mediocridad o suprima el mérito de la excelencia. Demagogia barata para oyentes crédulos. Asemeja al monstruo creado con trozos de cadáveres de la novela de Mary Shelley, un poder Frankenstein, que se resistirá a morir “democráticamente”.

¡Quédense en casa! Escuchaba hace poco un alegato del insigne doctor Sánchez Dragó sobre lo que supone la imposición de las mascarillas y la privación de libertades, y pienso en lo acertado de su crítica. Porque terminarán por controlarlo todo, ya ven el camino que llevan para manejar a su antojo desde el poder judicial, hasta la jefatura del Estado. Y al decir todo, me refiero a individuos, instituciones y sociedades.

¿Qué se puede hacer? Pues eso yo no lo sé, pero a mí me ha ido bien ir a un sitio solitario, quitarme la mascarilla y gritar: ¡Así no! Aunque me temo que sólo me escuchó Eolo, el dios del viento, o “el dueño de todo”, si mal no recuerdo la sentencia esperpéntica de aquel Zapatero que pervive haciendo sus Américas.

Pero hemos de reconocer que a lo largo de la historia, han estado presentes muchos intentos para controlar a los súbditos. O dicho de otro modo, que ni en eso han sido originales las agrupaciones de izquierda, extrema izquierda e independentistas. La diferencia es que hoy en día, la tecnología ofrece un desnudo total del individuo ante sus nuevos dueños. Esos que venían a salvarnos desde el barrio popular de Vallecas, y ahora residen en la ya noble Galapagar.

Etimológicamente, democracia significa gobierno “del pueblo”, un estado basado en la isonomía o igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. Cuando hace 2500 años, Clístenes de Atenas, introdujo el gobierno democrático, trató de mezclar a la población para que trabajaran codo con codo, personas con diferentes intereses políticos pero con un interés nacional común. Para ello, procuró que los partidos políticos territoriales quedaran muy mermados, porque si se apoya desde el gobierno un territorio, se corre el riesgo de marginar otros.

Así que: ¿vivimos realmente en una democracia representativa? Por si lo quieren meditar “ahí lo dejo”.