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¿Por qué ganó Francia?

Por cómo marcó sus cuatro goles en la final (uno en propia puerta tras un saque de una falta que no era, uno de penalti tras una larguísima y controvertida consulta con el VAR, y dos de disparos de media distancia en los que Subasic ni se lanzó), el triunfo de Francia dejó sensaciones amargas al público neutral, como si fuera consecuencia de una injusticia. También porque el rival, Croacia, tenía mejores centrocampistas y salió a mover el balón, y porque el día anterior Bélgica, el equipo divertido del torneo por antonomasia, había cerrado su participación con otra buena actuación. Lamentó el gourmet el éxito de un equipo físico, sólido -ayer lo fue menos- y letal en las acciones de estrategia. Pero en realidad, es difícil discutir los méritos contraídos por el cuadro de Didier Deschamps.

La madrugada del miércoles pasado, mientras amanecía en San Petersburgo, intenté resolver cuán cerca había estado el formidable equipo de Roberto Martínez de apear a una escuadra que, a esa hora no tenía muchas dudas, el domingo siguiente iba a proclamarse campeona del mundo. Y escrutando las razones, llegué a una conclusión: en un partido bastante parejo, se había impuesto el contendiente que contaba con más jugadores de primer nivel mundial. En Bélgica conté a tres o cuatro. En Francia, a seis o siete. Seis o siete son muchos.

La estructura del colectivo

Y el mérito de Deschamps es que esos seis o siete (Lloris, Umtiti, Varane, Kanté, Pogba, Mbappé y Griezmann, admitiendo que para muchos lectores alguno no merecerá ser considerado élite en su posición) han jugado todos muy bien. Que han respetado la estructura del colectivo y se han concentrado en aplicar la idea del entrenador: dominar el área propia, ser férreos por dentro, explotar la velocidad al espacio y aprovechar a un lanzador formidable a balón parado y a unos cabeceadores impecables. No se podrá decir que Francia no juega a nada. Juega a algo muy concreto, que gustará o no, pero es exactamente lo mismo a lo que jugó en la Eurocopa que casi ganó en el 2016. Y seis o siete jugadores de clase mundial compitiendo a su nivel y asumiendo una idea colectiva ya es mucho.

Si encima las otras cuatro piezas responden a funciones específicas con una extrema eficiencia, es fácil entender por qué Francia ha ganado. Lucas Pavard, dos centrales reconvertidos en laterales, han sumado aún más solidez, y encima le han agregado una profundidad insospechada. Matuidi le ha permitido a Deschamps pasar del 4-4-2 al 4-3-3 en un abrir y cerrar de ojos. Y Giroud, pese al menosprecio que recibe, ha facilitado la tarea de los dos talentos de verdad del ataque ocupando a los centrales y liberándolos del trabajo más pesado.

Croacia le planteó una amenaza distinta a Francia, con puñales agresivos por los costados. También a eso sobrevivió. Porque era un equipo construido para sobrevivir desde el día en el que Deschamps dio la lista de convocados. Un equipo que perseguía exactamente lo que ha logrado: levantar la Copa sin importarle qué pensaran de ellos los demás.