Inicio Actualidad ¿Por qué los las hordas podemitas odian la Semana Santa?

¿Por qué los las hordas podemitas odian la Semana Santa?

«¡Entra España!», era grito con el que las tropas nacionales entraban en las ciudades que acababan de liberar de las hordas rojas.

Ese mismo grito es el que se escuchará en las ciudades españolas en manos de las hordas podemitas durante toda la Semana Santa, pero especialmente el Viernes Santo. El poderío celestial de ese viernes eclipsará y arrollará sin piedad el recuerdo malsano de la República luciferina, que llegó a prohibir las misas y las procesiones, en su descerebrado intento de convertir en realidad la mamarrachada del masón Azaña, cuando dijo que «España ha dejado de ser católica».

España insumisa, España en la calle, proclamando urbi et orbe que «¡Entra España!», y «¡Entra Dios!». Al son de espectaculares tamborradas que atronarán los oídos del progrerío rojo, los católicos alzaremos las banderas victoriosas de cofradías y hermandades, tomaremos sus ciudades con los carros blindados de nuestros pasos procesionales, desfilaremos marciales con nuestros nazarenos igual que con un ejército de liberación, asaltaremos los cielos podemitas con una performance triunfal de las huestes angélicas que hará temblar los mismos cimientos de sus infiernos.

Y al frente, acaudillando nuestro ejército de salvación, marcharán nuestras Vírgenes y nuestros Cristos, mecidos y acunados por entrañables y españolísimas marchas procesionales, entre vaharadas de incienso cuyo inefable aroma fumigará las ciudades infectadas por el virus podemita, mientras arrojamos nuestras encendidas saetas contra sus torres desmochadas, rompemos con nuestras salmodias las copas de sus madrugadas, y de nuestros templos salen incontenibles apoteósicos himnos litúrgicos que exorcizarán a las fuerzas infernales con su poderoso grito: «Vade retro, Satana».

Cada Semana Santa es la misma pesadilla para los luciferinos, cuyos acólitos rojos republikanos se remueven en sus tumbas; cuyos herederos podemitas se remueven inquietos en sus cavernas sulfurosas, mordiéndose las uñas de sus garras siniestras, tragando ingentes cantidades de su bilis roja, desmayados sus ridículos puños en alto, aullando lastimeramente ante la epopeya de nuestras madrugás, fracasados sus esperpénticos esfuerzos por poner a España al pie del Señor de las Moscas, porque nunca podrán prohibir nuestra Semana Santa; y porque sus séptimos de caballería ?formados por demoníacos gestapos, blasfemadoras femens y orcos arcoiris? son carne de cañón para nuestros invencibles nazarenos.

Odian la Semana Santa porque, además de ser la esencia de nuestro catolicismo, es una expresión arrebatadora de nuestra esencia nacional, de nuestra identidad como país, de nuestros más acendrados valores históricos, culturales y espirituales; porque durante nuestras festividades tienen que comulgar con hostias como ruedas de molino, mientras les damos procesiones como panes ?Macarena va, el Gran Poder viene?, y nuestros nazarenos ejecutan un gigantesco escrache a las mismísimas puertas del infierno, una majestuosa manifestación con la cual gritamos a las turbas anticatólicas y blasfemadoras que aquí estamos, que aquí estaremos y seguiremos por los siglos de los siglos… que nos moverán, que no pasarán, que España será la tumba del luciferanismo, que Madrid y todas las otras ciudades podemitas han sido tomadas y liberadas por nuestros victoriosos ejércitos de nazarenos, a la vez que cantamos a pleno pulmón «Vade retro, Podemos», y ?en una jubilosa Azaña? que «España ha dejado de ser atea».

Danzad, danzad, malditos, costaleros del Señor de las Moscas que no tenéis madrugá, sino pesadillas; que no tenéis amanecé, sino resaca de tamborradas celestiales en las puertas de vuestros antros; que no tenéis ni Triana ni Sevilla, sino una Babilonia hedionda de sulfuro y escoria; que no tenéis España, sino pantanos de Walpurgis donde íncubos y súcubos os han robado el alma y la eternidad.

Queríais asaltar nuestros cielos, pero, en vuestra ignorancia y en vuestra irresponsabilidad, allí os encontraréis con la Macarena, la Esperanza, el Jesús del Gran Poder, y tantas y tantos Vírgenes y Cristos, que convertirán vuestros descabellados sueños en la más horrenda de vuestras pesadillas.

Viernes Santo. Cautivas y desarmadas las tropas podemitas, los católicos tomaremos sus Bastillas, arrasaremos sus infiernos, desmocharemos sus altas torres, y les enviaremos a sus pudrideros, a sus malolientes madrigueras, a sus llameantes zugarramurdis, donde será el llanto y el crujir de dientes.

Pero, tras las madrugás, es necesario darles amanecés sin cuartel porque a nosotros, que fuimos un pueblo bizarro, ¿se nos irán de rositas estos lacayos del Averno? Darles amanecés donde un pueblo gallardo celoso de sus valores se conjura más allá de la Semana Santa para dar a estas huestes anticatólicas y antiespañolas una españolá como no vieron los siglos, una desbordante marea de patriotismo y catolicismo que arrolle sus barbacanas, que arrase para siempre sus infiernos.

Que anuncie ya al mundo que en España empieza a amanecer.