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Quien algo quiere, algo le cuesta

El verano será largo, muy largo. No ha terminado la liga y ya han aparecido en distintos medios los nombres de hasta siete jugadores en los que el Mallorca estaría interesado. Rumores muy anticipados si tenemos en cuenta que Pablo Ortells, el director de fútbol, no es muy amigo de operaciones rápidas y se muestra más propicio a apurar hasta las últimas fechas del mercado con el fin de obtener precios más ajustados o, hablemos claro, más baratos.

Aunque igual que hacer alineaciones es una de las prerrogativas de cualquier aficionado que se precie, conceder bajas y hacer fichajes es otro de los pasatiempos habituales en tertulias y reuniones. En gran parte, el fútbol sobrevive gracias a este entretenimiento que no pocas veces convierte en noticia el enterado de turno a través de una red social a elegir. Una práctica inocente que no daña a nadie y común a la mayoría de equipos.

Pero en el caso que nos resulta más próximo, el del representante del fútbol balear en primera división, este capítulo adquiere otro significado. Los futbolistas de los que el club está dispuesto a desprenderse, sin contar aquellos sujetos al pago de una cláusula irrechazable, y la calidad de aquellos que, finalmente, recalen en Palma para reforzar, es un decir, la plantilla, serán un inequívoco indicativo de la seriedad del proyecto que trasladan los dueños. Un baremo establecido entre las referencias de los elegidos y la inversión en sus contratos porque, no se engañen, lo bueno, bonito y barato no existe ni en el fútbol profesional ni, hoy día, en ningún otro mercado.