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Silicon Bullies, o cómo vencer a los tiranuelos digitales – La Gaceta de la Iberosfera

En el concierto monocorde de condenas y cancelaciones al saliente presidente Trump, dentro del torbellino de aplicaciones fusiladas in límine, servidores digitales abroquelados a su derecho de admisión y planes de impeachment instantáneo, Angela Merkel levantó la mano y dijo que “considera problemático que las cuentas del presidente de Estados Unidos hayan sido bloqueadas permanentemente porque la libertad de opinión no debe ser determinada por los jefes de las plataformas en línea” apuntando a que “lo correcto sería que el Estado y, en particular, el Parlamento, establezcan un marco a partir del cual regular el uso de las redes sociales”

Para describir a una persona que juega un juego en un nivel muy avanzado, en Argentina se utiliza la expresión “que fuma abajo del agua”. Esto no significa una valoración de ninguna característica de la señora Merkel ni de sus declaraciones. Significa que Angela comprende mejor que la marabunta histérica de Silicon Valley, cómo se ejerce el poder y cómo funciona el casino. Angela sabe que las cartas no se deben mostrar. Sabe que cada tanto hay que disimular la omnipotencia. Sabe que es mejor que otro se siente a la mesa y controlar  remotamente sus movimientos. Angela juega un poker sofisticado y engañoso hace años, no se mancha, no berrea porque sabe que la sobreactuación genera reacción. Y sobre todo sabe que el alarde de poder genera inquina. Merkel puede caer bien o mal, pero hay que reconocer que mira el big picture y no le gustó lo que vio. No es una cuestión de principios, es cuestión de estrategia.

Pero, afortunadamente, los Silicon bullies están, por estas horas, tan borrachos de sangre y poder que no la van a escuchar. Son como una horda desbocada que no sólo no deja que Trump juegue con la pelota porque es de ellos, sino que queman la cancha, todas las otras superficies en donde se pueda jugar y además piden a la policía que confisque otras pelotitas hechas con papel de diario y cinta de embalar. ¡Acá juega el que nosotros decimos, señores!. En cinco días espiralaron la locura que venía más o menos solapada. La rabieta, así de furiosa, será una máquina de parir consecuencias, la jugada es torpe, burda. Y lo que jamás hay que hacer es interrumpir al adversario cuando se equivoca.

Si se puede borrar a Trump de todas las aplicaciones, plataformas y medios, ¿qué queda para el resto?

Llegados hasta acá, Trump ya no es lo que importa, dejemos a su persona, elección y gestión de lado por el bien de un debate mucho más importante: ¿A qué cancha iremos a jugar? Porque si se puede borrar a Trump de todas las aplicaciones, plataformas y medios, ¿qué queda para el resto? La buena nueva es que la rabieta de los niños Silicon ha funcionado como un baldazo de agua fría, dando a conocer cientas de aplicaciones que andaban por los márgenes. Las migraciones de nuestros mensajes y comunicaciones genera una sensación de abismo y ahora hay que empezar de nuevo, poner nuevas apps a prueba saliendo de una zona de confort que ya sabemos contaminada. Acá estamos, humillados y desamparados pero despiertos.

A como viene la mano, denunciar censura es complejo y a la vez estéril. La censura expresa implicaría que un mensaje no se pueda decir, no que no encuentre lugar en una red o medio. Por otro lado, debería venir de un Estado o poder similar y no es el caso. Otro de los grandes aprendizajes de estos días es que estábamos hablando de prestado, es bueno saberlo. Los dueños de las empresas tecnológicas están haciendo lo que legítimamente quieren con sus propiedades, incluso hundiendo su valor y esto es su prerrogativa. Reclamar por su actitud monopólica sería reclamar al mismo Estado con el que comparten agenda e ideología, más regulaciones o intervención. Esto tiene una traba filosófica y una fáctica. La fáctica, siempre más sencillita, es que se lo pediríamos a la institucionalidad que estamos considerando fallida o corrupta. Es saltar de la sartén al fuego.

Pero en la cuestión filosófica reside en mayor escollo: en el ejercicio de la libertad de expresión se incluye el de utilizar los propios medios para ejercerla. Twitter tiene todo el derecho de expulsar a Trump por la razón que se le ocurra como tiene el derecho de publicar afectuosamente los tuits de Maduro. Es su casa y en su casa dice lo que quiere y calla a quien se le ocurre. El problema es que el debate público y privado está concentrado en tres o cuatro casas.

No es real que las plataformas son independientes de los dineros de los contribuyentes y esto Trump lo expuso pero no logró revertir su poder y se ganó su odio

Para que los Silicon bullies puedan acallar a un presidente de semejante forma, es que su poder, el del presidente, ya no existía o estaba en otro lado. Acá no es el caso de Trump (que es más vistoso e insumiso) sino de cualquier cosa que se siente en el Salón Oval o en cualquier despacho presidencial. Con semejante poder, estas empresas pueden decidir (lo hacen, de hecho) manipular toda la estructura política. Esta cruda realidad no puede ser la excusa para pedir que el Estado intervenga más aún porque nunca eso va a ser en beneficio de la libertad, no existe un solo ejemplo en el globo.

Acá viene la cuestión de la archifamosa “Sección 230” de la Communications Decency Act de 1996. Justamente se trata de una regulación estatal, que pretendía luchar contra la pornografía y terminó siendo el arma con la que las redes se pusieron a vetar mensajes. En un artículo de la Sección 230 se exime a las redes sociales de la responsabilidad legal sobre “cualquier acción tomada de buena fe (el rigor para evaluar la buena fe se lo dejamos al hada de los dientes) para restringir el acceso o la disponibilidad del material que considere obsceno, lascivo, sucio, excesivamente violento, acosador o de otra manera objetable, sea o no, dicho material protegido constitucionalmente”. ¡Fue el poder del Estado el que le otorgó la tijerita de cortar opiniones y de lesionar expresiones a la plutocracia digital!

Cierto es que, si la empresa hace uso de ese poder, debiera hacerse responsable legal de todas las conversaciones de sus usuarios ya que implica que edita todo lo que publica, como cualquier diario o editorial. Si una plataforma restringe el acceso a algunos usuarios: a Trump por congregar una marcha; pero publica los mensajes de otros: a Kamala Harris diciendo de las protestas ANTIFA y BLM “no van a cesar y no deben cesar, ni antes de las elecciones de noviembre ni después”, significa que está haciendo una valoración positiva de un contenido sobre el otro.

En su torpeza nos muestran cabalmente que ni las instituciones ni las leyes son ya ningún refugio

También es cierto que a la situación de privilegio de los Silicon bullies por la Sección 230 se suma el dinero público que las plataformas reciben de las oficinas estatales por publicidad, comunicación institucional y otros servicios. No es real que las plataformas son independientes de los dineros de los contribuyentes y esto Trump lo expuso pero no logró revertir su poder y se ganó su odio. Este es otro baldazo de agua fría: llegar a la Presidencia no es garantía de tener el poder. Existen muchos más hilos de presión de los que tirar, muchos más entramados voraces que usan nuestra moral cívica, llegado el caso si les conviene, pero no creen en ella. Gracias a que en Silicon Valley entraron en pánico es que se vieron tan claramente las costuras.

Esa peregrina idea de que votando cada tanto y respetando las instituciones se defiende la soberanía pierde sentido frente a reacciones tan desmedidas contra un Presidente en funciones y por eso a los jugadores expertos como Merkel no le gustan estos improvisados. Porque su accionar de cancelación coordinado, ante los ojos de todo el mundo, expone el poder que tienen de romper cualquier dinámica que no les favorezca. En su torpeza nos muestran cabalmente que ni las instituciones ni las leyes son ya ningún refugio. Tampoco son refugio los héroes salvadores, el personalismo es necesariamente una trampa. Pasar del símbolo al hombre es perder el norte y la discusión de antemano.

El peligro de lo que se llama “echo chambers”, quedar en una red hablando solos o con voces sin discordancia es muy grande

En 2016 Trump representó un quiebre, de orden mundial, con el consenso político digitado desde las élites, ese era su valor simbólico. Esa grieta sumó más voces, un arco enorme que contiene a todas las expresiones de la izquierda, más algunas de otras ramas ideológicas, además de la academia, la cultura, los medios masivos y (como queda patentemente expreso) las comunicaciones tecnológicas. También es personalista ese razonamiento porque centra el fenómeno político en el hombre, en un análisis que no acepta matices: Trump es un golpista, nazi, machista, racista, tirano, populista y enemigo público número uno que debe ser detenido por cualquier medio, incluso un fraude sanitario. Una simplificación que a muchos tranquiliza y por eso no se inquietan y hasta justifican la cancelación masiva contra un sólo hombre. 

Para los que, en cambio, no se quedan tranquilos por el peligro al que se expone a la democracia al atentar contra la libertad de expresión, la pregunta es de nuevo: ¿en qué cancha jugar? Entre las plataformas hay una competencia desigual y feroz. En el nivel de interconexión actual la migración se debe hacer por etapas, con inteligencia y sin desplantes, lo otro es suicidio. Hay muchos ejemplos en los que los David le ganan a los Goliat, pero ninguno en un mano a mano.

Los medios masivos perdieron credibilidad y se modificó el consumo. Con los tiranuelos digitales también va a pasar, es cuestión de perseverancia

Parler empezó combatiendo contra Google, después sufrió la estocada de Amazon, y ahora es posible que se las vean en los tribunales. Gab sufrió ataques similares sumados a los bloqueos de las tarjetas de crédito que impedían su crowfunding. Y lo más seguro es que la política salga al rescate de sus socios inclinando más la cancha. Los servicios brindados en estos días tienen su precio. A la cantidad de recursos económicos y políticos de los gigantes se añade el problema de la masa crítica de voces que migren. El peligro de lo que se llama “echo chambers”, quedar en una red hablando solos o con voces sin discordancia es muy grande. Las nuevas empresas, para ofrecer lo que millones de usuarios huérfanos de los gigantes digitales piden, deben tener una serie de socios que actualmente no existen o son muy pequeños. Es un largo y duro camino para todos los que, hartos de los Silicon Bullies, quieran enfrentarlos.

¿Hay que bajar los brazos? No, jamás. Menos ahora que, sin maquillaje, les vimos el alma tiránica a los dueños de nuestros mensajes. Para los que quieran dejar de hablar de prestado, habrá que aprender a navegar a dos aguas, en plataformas más feas y menos amables, hasta que se logre migrar a un espacio más libre. Habrá que acostumbrarse a que ya no va a estar todo gratis y servido en bandeja. Los cambios de hábitos ya se experimentaron con los medios masivos, perdieron credibilidad y se modificó el consumo. Con los tiranuelos digitales también va a pasar, es cuestión de perseverancia. El precio de una comunicación libre y de la libertad de expresión es también su eterna vigilancia.