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Simplemente era español

Sucedió exactamente como voy a contarlo. Con motivo de los actos de la Fundación Puerta de América en Sanlúcar de Barrameda tuve oportunidad de compartir el pan con un pequeño grupo de quienes luego llegaron a ser grandes amigos.

En el transcurso de esa comida se habló con preocupación de la escalada guerracivilista a la que se nos estaba, se nos está, empujando deliberadamente a los españoles una vez más. Pronto la conversación derivó hacia una sucesión de diferentes relatos acerca de cómo las respectivas familias de quienes allí nos encontrábamos habían pasado la guerra civil del siglo XX.

Hubo un breve relato que me impresionó sobremanera: Mes de enero, año 1939. Una familia (un matrimonio, su hija y sus tres nietos) cenaban cuando comenzaron las sirenas que anunciaban un bombardeo de la fuerza aérea de la república. No había dónde ir, nada se podía hacer. Redujeron al máximo la potencia del quinqué que les alumbraba y siguieron cenando. Escasos minutos después, la muerte cayó desde el cielo sobre su vivienda; una bomba arrojada por un bombardero de la FARE perforó el tejado y se estrelló en el comedor donde cenaban. En medio de la destrucción y la muerte de aquellos días, esa noche Dios no quiso que estas personas murieran, y de forma inexplicable el proyectil no explotó; así nos lo contó el hijo de uno de los niños que aquella noche cenaban. Sin duda fue la intervención divina – me dijo- lo que salvó a mi familia.

Todos queríamos contar alguna historia; pero cuando reclamé el turno para mí nadie me lo disputó. Ésta era mi historia: En 1939, en la base de aviación de Los Alcázares disponía la Fuerza Aérea de la República Española de un par de bombarderos ligeros soviéticos, los temidos Tupolev Katiuska. Había un cuerpo de armeros que tenían por misión artillarlos y preparar las bombas que habían de caer poco después sobre otros españoles. En este cuerpo de armeros había dos jóvenes leales a España y por tanto enemigos de la revolución socialista soviética que tomaron la costumbre de colocar, entre el percutor y la espoleta, una fina argolla de metal que impedía que, en el momento del impacto, el percutor pudiera alcanzar la espoleta, de tal suerte que la bomba no podía explotar.

Naturalmente, no podían sabotear la totalidad de los proyectiles, así que alternaban una de cada cuatro; una de cada tres hacia el final de la guerra, cuando la chapuza y la desorganización propias de los republicanos habían alcanzado la cota máxima y ya nadie se extrañaba de que tantos proyectiles resultaran defectuosos. Armaron las bombas que mataron a muchos españoles, pero también pudieron salvar así muchas vidas.

Uno de estos jóvenes armeros se llamaba Juan Antonio Liarte Saura. Era mi abuelo. Jamás fue condecorado por el régimen franquista (aunque Felipe González si procuró luego comprar su voto con una paguita por exmilitar republicano), aunque se había jugado muchas veces la vida para salvar las de otros compatriotas a quienes ni conocía ni iba nunca a conocer. No era un héroe, ni tenía ideas políticas de ninguna clase. Simplemente amaba a España, simplemente era español.

En silencio nos miramos unos a otros. Alguien comenzó a hablar….

*Diputado en la Asamblea de la Región de Murcia