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Socialistas inician el asesinato moral de Trump con la complicidad de tontos útiles (parte II)

Trump debió insistir hasta el hartazgo en la conducta pacifica y apegada a la ley y el orden de sus seguidores.

Guillermo Rodríguez.- Por las consecuencias del error que señalaba en la previa entrega Trump fue, esta vez realmente, su peor enemigo. No adelantó que algo tenían que hacer sus enemigos para evitar que la noticia y el relato del día decisivo fueran cientos de miles de conservadores apoyándolo en las calles en paz. Y numerosos senadores y representantes objetando una elección viciada en siete estados. Pence, ya había anunciado –para decepción y enojo de Trump– que no emplearía el poder constitucional del vicepresidente para rechazar unilateralmente votos electorales de estados cuyos procesos electorales considere viciados. No fue una traición –de las que sí abundaron ese día y esa noche– sino una interpretación razonable de su papel constitucional. Dejaba las puertas abiertas a los mecanismos constitucionales para rechazar, o no, esos votos de esos colegios. Era un escenario inaceptable para el primer gobierno socialista de los EE. UU. Porque incluso ratificando a Biden y Harris habría sido una victoria moral y comunicacional de Trump y las bases conservadores. Lo tenían que impedir, a cualquier coste y por cualquier medio.

Trump debió insistir hasta el hartazgo en la conducta pacifica y apegada a la ley y el orden de sus seguidores, desvinculándose radicalmente de antemano de cualquier disturbio. Una y otra vez. No abundar en eso fue el mayor error de su carrera política –que está lejos de haber terminado en éste sangriento desastre, tan bien capitalizado por la desinformación, censura, agitación y propaganda socialista–. Mientras sus molestos partidarios se movilizaban, circulaban en redes de Antifa-BML consignas de infiltración, agitación y ataque de falsa bandera. Y, auténticos o no, ningún nodo importante de su red los desautorizaba. Quien entiende que tan criminales medios están, no solo dispuestos sino orgullosos de emplear los socialistas, debía prever que algo como lo que pasó sería la alternativa socialista a un escenario que, incluso como victoria política propia, no podían tolerar.

Y quien entiende, como deberían entender mis amigos liberales y libertarios, a quien sirvió la violencia en el Capitolio de Washington. Y a quien dañó. Tendría buenos motivos para no sumarse a la desinformación y propaganda enemiga. Pero no podían dejar pasar la oportunidad de escupir en la cara de 74 millones de conservadores estadounidenses, con los que comparten buena parte de valores y principios. Porque eso y no otra cosa –lo entiendan o no– fue lo que hicieron. Y seguirán haciendo. Algo en lo que yo y muchos otros liberales y/o libertarios jamás los acompañaremos. 74 millones de estadounidenses están convencidos de que les robaron las elecciones. Y son inmunes a la desinformación y propaganda socialista que lo niega. Nada ni nadie los convencerá de lo contrario por la fuerza. Ridiculizarlos y acallarlos, que es con lo que tanto parecen simpatizar mis equivocados amigos liberales y/o libertarios contagiados del Trump derangement syndrome los reafirma más en lo que creen.

Porque las elecciones en los estados bisagra que dieron la victoria de Biden estuvieron plagadas de vicios. Que fueran o no suficientes para invertir el resultado no se esclarecerá si no se investigan seriamente. Y los tribunales se negaron –de cortes estadales y federales al propio Tribunal Supremo– aferrándose a motivos de forma –no al merito de los casos en sí mismos, como repite la matriz de desinformación que quieren imponernos– y quienes sí vieron –y sufrieron en carne propia o de conocidos cercanos– esas irregularidades. En elección, recuentos y la totalidad de la campaña. Y ya habían visto cuatro años ininterrumpidos de una conducta que rozó la sedición en la oposición demócrata. Y eso mismo en escalada hasta la campaña electoral, llegando al paroxismo de desinformación y censura. Están en su derecho de considerar la elección viciada y al resultado ilegitimo. No son súbditos de una democracia popular. Son ciudadanos de una república democrática.

Tucker Carlson, quien rechazó enfáticamente la violencia en el Capitolio, sin olvidar la violencia previa, sangrienta y prolongada que los demócratas se negaron –y se siguen negando– a condenar de su ultraizquierda, acertó en que más allá de la tragedia del Capitolio, el problema es que “las élites políticas están disociadas de su deber.

¡Escúchennos! grita la población. Cállate y obedece, responden sus líderes. Frente a la disidencia, el primer instinto del liderazgo ilegítimo es tomar medidas enérgicas contra la población. Pero las medidas enérgicas nunca lo mejoran (…) siempre hacen al país más volátil y peligroso (…) Las personas a cargo rara vez entienden eso. No les importa aprender o escuchar porque (…) es un referéndum sobre ellos y su liderazgo, por lo que toman medidas drásticas (…) Termina mal cada vez. Pero eso no significa que no lo intentarán de nuevo. Por supuesto que lo harán porque es su naturaleza. Así es como llegamos aquí en primer lugar.”

Lo que mis equivocados amigos liberales y libertarios se niegan a ver frente a sus narices, es que la cultura política totalitaria que hace años se impuso en las universidades de los EE. UU. se extiende hoy como un cáncer por toda esa gran nación. Es no escuchar, ni debatir. Es imponer y acallar. Cancelar y perseguir a quien disienta en lo más mínimo. Es negar a cada estadounidense su derecho a hablar sin ser censurado, a reunirse, a no ser espiado, a ganarse la vida, a defender a su familia. Son las libertades que garantiza la primera enmienda las que están bajo el asedio de una cultura totalitaria que llegó al poder en Washington. Quien no quiera ver que ese es el problema. Que Trump simplemente tomo el liderazgo del rechazo a eso por las bases conservadoras que son la mejor mitad de los EE. UU. Y la única esperanza de la república. No ha entendido lo que decidirá su propio futuro. Porque lo que pase en la primera potencia y la mayor república democrática del mundo, afectará, para bien o para mal, hasta el último rincón del globo.