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Una ONG ecologista alaba la masacre con la que Gengis Kan eliminó al 11% de la humanidad – La Gaceta de la Iberosfera

Entre el siglo XIII y el XIV surgió un fenómeno tan espantosamente destructivo que acabó con uno de cada diez seres humanos entonces existentes, casi el 11% de toda la humanidad. Se llamaba Temudjin, pero pasó a la Historia como Gengis Kan, el creador del imperio de tierras contiguas más grande que ha conocido el mundo, creado a sangre y fuego, mucha sangre y mucho fuego.

Los historiadores, visto el tiempo que ha pasado desde semejante orgía destructora y con esa secreta admiración que el hombre tiene hacia el exceso, suelen hacer hincapié en los aspectos que redimen la imagen de semejante azote de la humanidad, su genio militar y político, lo grandioso de su empresa, de la que quedan rastros incluso en la genética: 16 millones de personas que viven hoy son descendientes por parte de padre en forma directa de Temudjin.

Pero los tiempos cambian, y hoy no se recurre a la grandeza de Gengis Kan para justificar o paliar su poder destructivo de vidas humanas, sino que se le ensalza precisamente por esa destrucción, como único o principal mérito. ¿No me creen? Observen este titular de un reportaje en la publicación online de la ONG medioambientalista World Wildlife Fund: ‘Gengis Kan, el invasor más verde de la historia’. Y esa es su tesis, que el filósofo Miguel Ángel Quintana Paz define así desde su cuenta de Twitter: “Gengis Kan debería dejar de considerarse un invasor cruel y empezar a verse como un héroe verde: mató tanta gente y acabó con tanta actividad agropecuaria que su huella de carbono fue muy positiva para la Tierra”.

O, por citar el sumario del propio artículo, “su invasión sanguinaria en realidad contribuyó a eliminar unos 700 millones de toneladas de carbono de la atmósfera”. Uno se siente al leerlo como un mero emisor de carbono con patas, cuya muerte esperan con cierta impaciencia los adeptos de la nueva religión verde.

Es otra manera de ver la historia. Problema: es la manera de ver la historia de la élite que toma por nosotros las decisiones sobre cómo será nuestro futuro que, por lo visto, será nulo para la mayoría si se salen con la suya. El autor ensalza sin pudor otras catástrofes históricas como la Peste Negra o el colapso de la Dinastía Ming porque llevaron a la reforestación de las tierras cultivables.

Naturalmente, el autor es lo bastante prudente como para evitar mencionar casos más cercanos a nuestro tiempo, o se descubriría el pastel. Pero si el ser humano es ese cáncer para el planeta que dibujan, no habría razón para no aplicar el mismo razonamiento al Holocausto judío, al Holodomor ucraniano, al genocidio camboyano, a la acción del rey Leopoldo en el Congo Belga y otras barbaridades que se estudian como ejemplos del horror.

Ahíta de horrores, la humanidad que salió de la Segunda Guerra Mundial hizo suyo el grito de “¡Nunca más!” frente a cualquier tímido conato de deshumanización política. Ya se sabía a dónde llevaban las campañas para presentar a un grupo humano cualquiera como indigno de vivir, a qué simas de depravación conduce mirar al hombre, a cualquier hombre, como un parásito indeseable, carente de dignidad y utilidad. Se supo que cosas como las grandilocuentes ideologías totalitarias o la eugenesia o los sueños de un futuro Mundo Feliz desembocan fatalmente en los crematorios.

Pero la maldición del hombre es el olvido, y hoy los popes de las ideologías dominantes, las que adoptan con fervor nuestros líderes políticos, culturales y financieros, vuelven a hablar de hombres como células cancerígenas que deberían ser eliminadas. Solo que esta vez no se refieren a una raza, etnia, religión, clase o grupo ideológico, sino a la humanidad en general.