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Vlad III de Valaquia, el príncipe de crueldad discutida que inspiró el ‘Drácula’ de Bram Stoker

Julio Arrieta

Al principio de la novela ‘Drácula’ (1897), cuando todavía solo se sugiere que el conde es algo más siniestro que un viejo aristócrata algo desequilibrado por la nostalgia familiar, hay un capítulo en el que Jonathan Harker recoge en su diario el momento en que se da cuenta de que está prisionero en su castillo. El trato con su anfitrión-carcelero es todavía cordial, por lo que ambos charlan durante sus encuentros, a la hora de la cena (en la que solo come el joven inglés, claro). El noble rumano se entrega a la evocación, narrando grandes batallas del pasado como si las hubiera vivido él mismo, y se exalta. «¡Este era indudablemente un Drácula!», grita el conde. «¡No fue, pues, este Drácula, quien inspiró a aquel otro de su raza que en edades posteriores llevó una y otra vez a sus fuerzas sobre el gran río y dentro de Turquía; que, cuando era derrotado regresaba una y otra vez, aunque tuviera que ir solo al sangriento campo donde sus tropas estaban siendo mortalmente destrozadas, porque sabía que sólo él podía garantizar el triunfo!», añade hablando de sí mismo como si se tratara de un antecesor.

Esta es una de las pocas pinceladas que incluyó Stoker en su relato sobre el pasado de su conde y que han servido a los críticos literarios y especialistas para afirmar que el autor irlandés basó su vampiro en un personaje histórico. Aunque esta inspiración está lejos de ser demostrada –las notas de Stoker no la precisan– y es, en el mejor de los casos «tenue» –como dice la experta Elizabeth Miller–, se ha establecido un consenso según el cual el escritor perfiló a su vampiro literario a partir de la figura de Vlad III (hacia 1428 – 1476 o 1477), vaivoda de Valaquia (Rumanía), segundo hijo de Vlad II Dracul (‘el dragón’), que firmó por lo menos en dos ocasiones como Dracula – ‘Dragulya’ o ‘Drakulya’–, es decir ‘hijo de Dracul’ –siendo la ‘a’ el genitivo–.

Vlad III es conocido popularmente como Tepes, el empalador, por un tipo de suplicio especialmente cruento que aplicó con soltura, aunque no está de más señalar que esta fama es obra de sus enemigos y se popularizó a través de crónicas, poemas y otros textos alemanes, húngaros y rusos. Laónico Calcocondilas, cronista griego contemporáneo del personaje, escribió que «tan pronto como Vlad tomó el trono, su primer paso fue organizar su guardia personal, de la que nunca se separó. Despúes, convocó a un noble tras otro, o más bien a los que sospechaba de una posible traición, y los empalaba junto a toda su familia: los propios nobles, sus hijos, sus esposas, sus sirvientes… Con el fin de consolidar su gobierno, mató en un corto período de tiempo más de veinte mil hombres, mujeres y niños, y como estaba flanqueado por numerosos guerreros magníficos y leales, les recompensaba con las haciendas y riquezas de los que había ejecutado».

¿Verdad? ¿Exageración? ¿Mentira? Probablemente sea imposible saberlo a ciencia cierta. En casa, en Rumanía, el personaje ha sido reivindicado y es considerado un héroe nacional, reconocimiento que fue oficializado por el Partido Comunista Rumano en 1976.

Nacido hacia 1428, Vlad III fue vaivoda –príncipe o conde palatino– de Valaquia en tres ocasiones entre 1448 y 1476. Su vida y gobiernos fueron azarosos, con una asombrosa cantidad de vaivenes, alianzas, enfrentamientos, encarcelamientos, asesinatos y triunfos. Fue enemigo y amigo, según le conviniera en cada momento, de húngaros, polacos, moldavos y otomanos. De estos llegó a ser incluso rehén junto a su hermano, para asegurar, sin éxito, la docilidad de su padre, Vlad II. Sin éxito, por cierto.

El escritor y profesor rumano Vintila Horia resumía así el legado de Vlad III en un artículo publicado en 1990: «Erigió iglesias, hizo justicia, limpió el país de ladrones y criminales, llevó a cabo una política de defensa de Occidente contra los turcos y dotó generosamente a varias iglesias y monasterios del monte Athos». Murió en combate, a fines de diciembre de 1476 o principios de enero de 1477, luchando contra el vaivoda rival Basarab Laiota, que le precedió antes de su tercer principado y había regresado a Valaquia para ocuparla con ayuda de los otomanos. Se desconoce dónde y cómo fue enterrado. Según el embajador de Milán en Buda, Leonardo Botta, los otomanos trocearon su cadáver, aunque una tradición popular asegura que fue sepultado en el monasterio de Snagov, que había sido fundado por su abuelo. Allí se le atribuye una tumba que está vacía a causa de un saqueo de los turcos. Contaba Horia que «a los turistas se les explica otra cosa más truculenta:al tratarse de un vampiro, éste no está aquí salvo pasada la medianoche».