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Aprender y emprender

CECILIA FAMÁ
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A veces algo que nos interesa nos empieza a entusiasmar. Y a ese puntapié inicial marcado por la curiosidad le sigue un fervor que nos lleva a descifrar sus códigos y develar sus secretos, hasta que un día atraviesa el umbral del pasatiempo, rompe la barrera de lo accesorio, y se convierte en nuestro medio de vida. Puede ser un paso cuidadosamente meditado o eminentemente instintivo; la concreción de antiguos anhelos, o el salto oportuno de quien tiene olfato para los negocios y sabe que puede llevar lo suyo al siguiente nivel. En nuestra ciudad abundan los ejemplos de personas que, tras aprender un oficio o una disciplina artística, resolvieron iniciar un emprendimiento aplicando ese conocimiento. Con mayor o menor inversión inicial, todos tienen un común denominador: algo de inspiración y mucho de pasión.

DULCE OFICIO

“Todo empezó porque me encantaba cocinar, y ese curso fue mi primera experiencia estudiando algo relacionado”, recuerda Memi Conti en alusión a “Tortas para Vender”, el taller que inició en 1999 y fue el disparo de largada para una carrera que hoy la tiene como parte de una pyme local de repostería que contribuyó a crear y cada vez está más consolidada: “Dos años después empecé a estudiar la carrera de Gastronomía en BUE Trainers; todavía no estaba la carrera de Pastelería, que era lo que a mí me interesaba. Para ser pastelera tenía que estudiar la carrera completa… así que allí fue cuando empecé a tener mis primeras experiencias como pasante en diferentes hoteles y restaurantes, y me di cuenta de que lo que más me apasionaba era el área de repostería”.

“Es un oficio hermoso pero sacrificado. Nosotras fuimos equipándonos muy de a poco, no empezamos con una gran inversión”, reconoce esta pastelera de 37 años, que antes de radicarse en La Plata vivió en numerosas ciudades, incluida Miami: “En el desarrollo del emprendimiento te vas dando cuenta de que las herramientas te facilitan mucho el trabajo, y que son súper necesarias… Podés empezar de a poco, pero si tenés la posibilidad, una inversión inicial te acelera mucho el proceso de producción”.

“Desde el primer momento lo tomamos como un trabajo, pese a las burlas de algunos conocidos”, aclara. En un principio, Memi vendió muffins y budines en negocios, ministerios y locales. El emprendimiento siempre fue de pastelería norteamericana, más específicamente de cupcakes -esos parientes anglosajones de las clásicas magdalenas-, pero como iba caminando a hacer sus entregas, preparaba formatos que se aplastaran lo menos posible en una mochila.

“Esos fueron los primeros pasos para darnos a conocer”, sintetiza, refiriéndose a ella y a Julieta Montavani, su compañera y socia, una platense que antes de hacer su incursión en la pastelería y repostería estudió Cine en la facultad de Bellas Artes de la UNLP.

“Llegaba a los lugares con todos los budines medio aplastados, pero eran tantas las ganas que tenía de poder vivir de lo que me gustaba que no me importaba. Después pasé a vender en ferias, que fue lo que menos me gustó. A mí me gustaba salir a encontrar al cliente y no esperarlo sentada. Pero todo va sumando a la experiencia de emprender. Después el negocio continuó en la virtualidad de Facebook y la mayoría de los clientes llegaron de ahí”, agrega Memi.

“Lo que más nos piden son tortas decoradas, desayunos y mesas dulces completas”, ejemplifica. Y amplía: “Los productos estrella van cambiando a lo largo del tiempo; la novedad es lo que más atrae, así que siempre hacemos lo posible por incorporar nuevos productos y nuevas tendencias. No tuvimos pedidos muy locos. Quizás lo loco sea que se vinieran desde re lejos a buscar una torta o que nos hicieran pedidos de otras provincias”.

Memi y Juli ya tienen sus propios discípulos. “Cuando nos dimos cuenta de que teníamos un montón de experiencia y un largo camino recorrido en el rubro, básicamente nos lanzamos a la docencia por pedido de la gente. La mayoría de las personas que llegan a nuestro taller estudian o estudiaron pastelería con inquietudes un poco más específicas sobre diferentes técnicas. En las escuelas de cocina se suelen dar los temas un poco acelerados y se deja de lado el tema de la decoración. Justamente ahora estamos por ir a dar un taller de decoración de tortas a mi primera escuela de cocina”.

CREATIVIDAD FULL-TIME

Van con sus floreros, canastos y fanales a todos lados: bautismos, bodas, restaurantes… Marina Barresi (38 años, platense) y Eugenia Mariano (38 años, oriunda de Magdalena) se dedican a la ambientación de eventos desde hace casi una década. Ambas estudiaron Diseño Interior en el ISCI, donde empezaron a cursar en 1998. “Fuimos la tercera generación de decoradoras del instituto”, cuenta Eugenia, que está apenas a dos materias de recibirse de arquitecta.

“Siempre quisimos decorar, y de ahí la motivación a hacer lo imposible por realizarlo. Trabajamos en obras, locales comerciales, vidrierismo, intervenciones y asesoramiento en casas particulares. Se aprende, se estudia con cursos y más cursos. De nuestra carrera llevamos a la práctica nociones de modulación, repetición de elementos, escala, circulaciones, materialidad, colores, coordinación de proveedores. Hay también mucho de experiencia. Y algo de ‘don’ debe haber, o eso dicen”, revela Eugenia entre risas.

Arrancaron el emprendimiento con una muy pequeña inversión: el papá de Marina le dio tres mil pesos, compraron muebles -blancos, de “ecocuero”- y comenzaron con el alquiler de ese mobiliario. Al tiempo, Eugenia le pidió un préstamo a su novio por la misma cantidad de dinero, y volvieron a invertir en muebles.

“Nos hicimos conocidas por el alquiler de muebles y a la vez fuimos conociendo salones y gente del rubro. Hasta que un buen día una señora nos pidió decorar su cumpleaños. Fue un té… y ahí decidimos hacer un giro, vender todos los muebles y comprar floreros. ¡La compra de floreros fue compulsiva! Hoy hay cinco estanterías y un depósito lleno de objetos de decoración”, dice Eugenia.

“Actualmente hacemos bodas, bautismos, cumples infantiles, fiestas de 15, eventos corporativos, fiestas de cumpleaños diversas. Todos nuestros clientes son creativos. Lo más lindo de haber inventado esta sociedad creativa es que al ser amigas estamos juntas haciendo lo que más nos gusta. Ver esa idea materializada es ver la imaginación de manera palpable, dar forma a una idea, trabajar desde los sentimientos de la gente. Acompañarlos y ver que están felices con el trabajo es lo más placentero de todo. Los infantiles son muy lindos también, porque llevar a lo material la imaginación de los clientes más peques y verles la carita no tiene precio”, señalan.

“Lo más curioso que hicimos fue una ambientación erótica, inspirada en ‘Las cincuenta sombras de Grey’. Ella cumplía 50 años y el sector fotos fue una gran cama con dosel y objetos o accesorios”, recuerdan. “La difusión de nuestro emprendimiento comenzó de boca en boca y hoy sigue pasando lo mismo; además de reforzar con las redes sociales. Uno de nuestros proyectos es volver al diseño interior, pero sólo cuando nuestros cuerpos se cansen de trabajar por la noche. También estamos comenzando con los cursos”.

TODO AL HORNO

“Mi primer contacto con la cerámica lo tuve en la Anexa, mi escuela primaria, donde teníamos taller. Hacíamos piezas con ‘chorizos’ y modelábamos. Y me reencontré recién en la facultad de Bellas Artes, cuando empecé a estudiar Artes Plásticas, eligiendo Cerámica como orientación básica. Se podía elegir entre escultura, pintura, grabado, escenografía o cerámica. Me gustaba mucho, sobre todo alfarería en torno, oficio que no dejé nunca más y espero no hacerlo. Seguramente tiene mucho que ver el profesor que estaba y está al frente de la parte de Alfarería, Marcelo Moviglia, con quien comparto el taller”. La línea de tiempo de la ceramista Laura Carranza arranca como un juego y habla de un presente en el que combina hacer vajilla para restaurantes de City Bell y enseñar junto a uno de sus maestros con la crianza de tres pequeñas: Elena, de dos meses, Juana y Charo.

Laura tenía el taller en su casa, pero desde diciembre está instalada en el Club Hípico y de Golf City Bell. “La mayor complicación de este oficio son los tiempos del proceso, que pueden durar hasta un mes, entre que preparás la arcilla, levantás las piezas, las retorneás, las horneás, las esmaltás y las volvés a hornear. Mucho trabajo y la magia del fuego. No se necesita mucho más”, advierte.

“El taller se fue equipando de a poco. La mayor inversión es el horno y el torno, para producir vajilla hecha a mano para restó, bares y particulares también”, puntualiza. “Agregamos cursos de cerámica, en los que la producción de vajilla y otros utilitarios es lo que más se hace. Se trata de objetos para usar cotidianamente: cuencos, jarras, platos, tazas, macetas, teteras… También tenemos el taller de niños, donde se combina lo utilitario con el modelado. Se juega más ahí y hacen cosas increíbles. Son genios”.

“Nunca vi a este oficio como a un hobby. Siempre la idea fue poder dedicarme de lleno a la cerámica, pero no es tan fácil. Hubo que trabajar paralelamente de otras cosas: de moza, empleada administrativa… Y hoy sólo me dedico a la cerámica y lo vivo como un lujo, lo disfruto mucho”, se alegra Laura. “Respecto de la venta, ahora es más fácil con las redes, desde donde vendemos y mostramos. Antes había que hacer feria o ir personalmente a los negocios a ofrecer. Ahora me parece heroico pensar en embalar y trasladar todo eso”.

Como en la obra de todo ceramista, donde se difuminan las fronteras entre la artesanía y el arte, Laura busca imprimir su sello en sus piezas. “No sé cómo definiría mi estilo, es muy simple lo que hago: gres en torno, con muy poca decoración, el esmalte habla por sí mismo, y por supuesto la creación del chef después completa el proceso, pero no lo veo como algo a definir. Son platos de oficio, hechos a mano, sin mayores pretensiones. No me piden guardas, ni flores… ¡por suerte!”, dice la emprendedora de 42 años.

HERMANAS AL NATURAL

María Celeste y Jazmín Antonioli tienen 35 y 29 años, respectivamente. Nativas de Tolosa, tienen su emprendimiento en el barrio Norte platense. Celeste es musicoterapeuta e instructora de kundalini yoga. A la hora de recordar los orígenes de la empresa de cosmética natural que formó junto a su hermana, dice que “conocí los aceites esenciales y me interesé por el uso terapéutico de las plantas. Luego pensé en elaborar productos para uso personal que tuvieran estas propiedades en su forma pura”.

Jazmín es vegana desde muy joven, amante de los animales, y se interesó principalmente por elaborar productos -difíciles de hallar en el mercado- sin materia prima de origen animal, ni testeos en animales. Siempre fue una autodidacta que investigó el uso de productos a su juicio tóxicos, tanto en comestibles como en cosmética. Así fue que comenzó a estudiar cosmética natural en diferentes cursos y talleres, y se fue formando a partir del compromiso y la experimentación.

“A las dos siempre nos interesó la permacultura, el cuidado del medio ambiente y la toma de conciencia acerca del consumo irresponsable de productos, dentro de un sistema capitalista que enferma y crea ignorancia”, cuenta Celeste. “Intentamos aportar a la economía solidaria y local, y no a las grandes multinacionales”.

Respecto de su emprendimiento, aseguran que “nació como un deseo de tener estos productos para nuestro consumo y de nuestras familias. Luego, ante la respuesta de nuestros conocidos, decidimos ampliar la producción para poder compartirla con más personas; fue creciendo de a poco. Los productos iban gustando mucho, comenzamos a ampliar la variedad, a seguir aprendiendo y la demanda fue creciendo”.

“Realmente, la inversión inicial fue poca en dinero, pero mucha en tiempo, ya que todo el primer año no tuvimos ingresos; destinábamos todo lo recaudado a seguir comprando materias primas, que al ser vegetales, puras, naturales y orgánicas son mucho más caras que las que se usan en los productos industrializados, y también envases de vidrio y utensilios específicos como cacerolas”, enumeran. “Nuestra intención siempre fue apuntar a la calidad más que a la cantidad. Los productos llevan dedicación cuidadosa y tiempo de elaboración, maceración, etcétera. Se necesita un espacio acorde donde hacerlos, y elementos específicos que fuimos consiguiendo de a poco. Nos llevó un tiempo comenzar a poder comprar estas cosas al por mayor, así poder hacer más, vender más, y tener mayores ingresos. Todo fue un proceso”.

“Era muy importante tener un espacio grande, no solo para elaborar si no para almacenar; comenzamos en una habitación en la casa de nuestros padres, luego me alquilé una casa más grande y recién este año la empresa tiene su propio espacio: un amigo nos alquila un PH en Barrio Norte”, indica Celeste. “Además, doy clases de yoga y talleres orientados a la salud y el autocuidado; mi hermana es mamá de una niña pequeña y estudia canto -y canta- desde pequeña, pero también está terminando el instructorado de yoga kundalini”.

“Fabricamos todos los productos que vendemos, salvo los aceites esenciales y vegetales ya que necesitan una estructura grande para su destilación o prensión. Nuestros proveedores son laboratorios y químicas que venden materias primas de origen vegetal. Participamos de la producción nosotras y desde hace dos años también dos amigas de confianza: Laura y Zelidet, con quienes estamos muy felices de trabajar. Una tercera amiga, Mara, hermana de Laura, nos ayuda desde hace un año en el empaquetado y armado de pedidos”, cuentan las hermanas Antonioli.

Celeste confiesa que “estamos gestionando la creación de una ordenanza que regule y avale el trabajo que realizamos, ya que en el ámbito de la cosmética natural existe un vacío legal; obviamente que un emprendimiento como el nuestro no puede cumplir con todas las reglamentaciones de ANMAT en materia de cosmética. Por eso necesitamos una regulación acorde con el trabajo y los productos que elaboramos”.