Inicio Argentina Celos, miedo y agresión, las señales del doble femicidio

Celos, miedo y agresión, las señales del doble femicidio

En medio del trance que significa perder a una hija a manos de un asesino y de forma tan violenta, Raquel Sandoval (59) recordó de pronto que la realidad todavía le exige rendir otras cuentas. La mujer, que crió a sus nueve hijos sola, en una precaria casilla de madera que se levanta sobre un terreno amplio, situado en una zona humilde de Los Hornos, llora por lo que perdió y también por lo que no puede hacer. Es Giselle (33), una de las hermanas de Florencia Sandoval (23), quien explicó con crudeza cuál es el problema: “No sabemos qué hacer ya, porque mañana nos entregan el cuerpo y queremos hacer una colecta para poder pagar la casa velatorio, que nos cobra más de 50 mil pesos”. Y todavía les queda resolver la cuestión más acuciante: el destino de los dos pequeños, de 5 y 2 años, que quedaron huérfanos de madre. Desde el día del crimen se encuentran en el domicilio de su papá, pero el deseo de Florencia, aseguró Raquel, “era que vivan conmigo en esta casa”.

Durante la conversación, madre e hija se miraron mientras hablaban, en busca de sostén. A veces lo consiguieron, otras el dolor las quebró y sólo pudieron sollozar. El contexto del femicidio, con sus señales previas sumadas a las dificultades familiares, hicieron que la falta decante de forma lenta. Aunque siempre estará ahí ese hueco que no será posible llenar con nada. Se lo observa con claridad en los ojos de las dos entrevistadas.

EL MIEDO EN TODO MOMENTO

Florencia conoció a Soto dos años atrás. Él prestaba servicios en una unidad especial (UTOI) para situaciones de crisis en Quilmes y su familia, como la de la joven, era de Los Hornos “de toda la vida”. Los padres de ambos, de hecho, viven a escasas cuadras unos de otros.

Hace 14 meses, la pareja se mudó a una de las tres unidades que se emplazan en una propiedad de 164 entre 62 y 63. Florencia costeaba el alquiler con el sueldo que percibía en su trabajo de enfermera y con algo de ayuda de Raquel. Hacía poco que se desempeñaba en un geriátrico de la zona y el lunes tenía que cobrar su sueldo. Sí, la misma jornada en que Soto le quitó la vida a tiros.

La pareja vivía en un contexto de violencia de género, del que también era víctima la joven trans

En el departamento contiguo al de Sandoval vivía Cielo Deluca (20), con quien hizo buenas migas casi enseguida. La chica trans era una persona muy sociable y ambas congeniaron, quizás, por compartir un pasado cargado de dificultades (ver aparte).

Las voces de todos los entrevistados confluyen en una vertiente única que define al vínculo que compartían Soto y Florencia de “tan estrecho como peligroso”. No por verlo: nadie fue testigo directo de los sometimientos que sucedían en ese inmueble de color amarillo, a excepción de los hijos de la joven y de Cielo, quienes compartieron escenas y castigos recibidos (y esta última, incluso la muerte).

Nélida Paibaz, abuela de Sandoval, le contó a EL DIA que conoció al femicida una vez y nunca más lo volvió a ver. Además, sostuvo que luego de esa visita el contacto con su nieta se limitó a los mensajes de texto. La afirmación sería corroborada por Raquel horas después. “Le rompía los celulares, las tarjetas, los documentos de los nenes (no dejaba que éstos se vieran con su padre), le sacaba las llaves. La separó de nosotros por celos, quería que fuera de él y de nadie más”, indicó.

Como suele suceder en este tipo de relaciones, la violencia aplicada por el hombre aumentó con el tiempo. Giselle afirmó que el sujeto golpeaba a su hermana y “a los chicos”, y ésta lo confirmaría en los últimos días con una publicación en Facebook donde se la ve con una pierna pintada por los moretones.

Los resultados de las autopsias a los cuerpos se conocerán el próximo viernes

Fuentes judiciales informaron que el asesino no tiene denuncias previas por violencia de género. El motivo, conforme manifestó Giselle, era el miedo. “En el último tiempo, este tipo la empezó a amenazar seguido con que le iba a matar a los hijos, a la familia, a ella. Por eso ella nunca fue a la comisaría, estaba aterrada”, confesó. Con todo, Soto se cuidaba de actuar en público. Giselle aseguró que “nunca se me hubiera ocurrido que esto podía pasar, él se hacía ‘la ovejita’ las pocas veces que los veíamos. Mostraba ser una persona que se ocupaba”. Raquel, por su parte, impulsó a Florencia a que lo denunciara y hasta propuso ir ella misma a las autoridades. Su advertencia no tuvo efecto. “No mamá, porque este se las va a agarrar con ustedes. Yo me arreglo, yo ya voy a hacer la denuncia”, contó que le dijo la víctima.

En el diálogo, como al pasar, una de las mujeres aportó un dato tenebroso. Según esa referencia, el femicida “pasó por acá en el trayecto en que se estaba escapando de la Policía, para nosotros porque estaba buscando ‘a alguien más’ para matar”.

Algunas cuadras más al sur, en la escena del doble crimen, José María (58) y Silvia (60) descansan luego de pasar la noche despiertos y de limpiar la sangre de las víctimas y los químicos utilizados por la Científica.

“Es desolador lo que sucedió y lo lamento mucho por las tres familias”, refirió el hombre, quien además es propietario de los departamentos que hasta el lunes alquilaban los tres protagonistas de esta crónica. Cuando José María salió al escuchar detonaciones y se enfrentó cara a cara con Soto, lo indagó por lo ocurrido. “Metete adentro que los maté a todos”, fue la respuesta que recibió.

A Florencia la vio enseguida. Su cuerpo yacía boca abajo en el pasillo que conecta a los tres departamentos con la calle. Al levantarla, sintió “el aire que le salía de una axila”. El cadáver de Cielo sería hallado minutos más tarde, en el jardín delantero de la unidad que arrendaba. “Nos avisó la nena mayor de Florencia que a la otra chica también la había matado”, cerró.