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El reino del revés donde comer es un lujo, pero la nafta y los subtes son gratis

CARACAS
Enviado especial

Por LUIS MOREIRO

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En cuatro de las mesas que dan a la calle en la cafetería y panadería Royal, situada sobre la Avenida de las Ciencias en el barrio de Chaguaramos, ocho parroquianos –todos mayores de setenta años- debaten casi acaloradamente. Por lo que se alcanza a escuchar a la distancia hablan de política y no suenan como defensores del régimen chavista. Todo lo contrario.

Daniel, habitué del lugar y con quien el cronista comparte una mesa vecina, aporta el dato sorprendente. “Esos son todos ex guerrilleros setentistas que en sus años mozos peleaban por la revolución, pero que hoy despotrican contra Maduro”, dice en lo que no es más que una anécdota entre las miles que se encontrarán en esta vapuleada Caracas.

Chaguaramos supo ser una tranquila barriada de clase media laburante a no más de quince minutos del centro de la ciudad y donde hoy la mayoría de sus habitantes está atenta a cuestiones tan elementales como la provisión de agua potable y de energía eléctrica. “Es que hasta hace poco tiempo estuvimos dos meses sin luz y sin agua. Estalló una subestación y demoraron 60 días en repararla”, relata Daniel con un decir que delata su inconfundible origen español.

A pocas cuadras de aquí corre el río Guare, que divide el distrito Capital del de Miranda, que es en el que está este bar.

Lo de río puede tomarse como un eufemismo. Para los lugareños eso es casi la cloaca de Caracas, aunque durante el apagón no pocos fueron los que recurrieron a esas turbias aguas para conseguir algo de líquido.

CARACAS, LA “JOYA DE LA CORONA”

Daniel define a Venezuela como una matrioshka, esa muñeca rusa que en su interior contiene a otras cada vez más chicas y en esa figuración, Caracas sería la más grande. “La joya de la corona”, asegura, en la que el castigado gobierno de Maduro pone todo su esfuerzo para disimular -con incierto resultado- la crisis casi terminal que vive el país.

Es que en la capital del país todavía hay combustible, los apagones no se repitieron y el transporte público, aunque a duras penas, funciona. Sin embargo a medida que uno de aleja de Caracas, la situación torna a insostenible.

María Valentina González, nació en Puerto Ordaz, que supo ser una pujante ciudad del sur del país, pero desde hace años vive en Caracas. Allá, en su terruño natal sobre las costas del Orinoco, aún viven sus padres. “Me dicen que pueden hacer hasta 48 horas de cola en una estación de servicio para llenar un tanque de nafta”, relata como si eso fuera la cosa más natural del mundo.

Historias como esas llegan desde casi todos los estados del interior, con la excepción de Carabobo, cuya capital es Valencia y está gobernada por Rafael Lacava, un pintoresco personaje que se hace llamar “El drácula” y que consigue combustible cuando nadie puede.

Que falte nafta en Venezuela, es como que en Italia se queden sin pastas, o que la Argentina carezca de mate. Es raro para un país en el que el petróleo sobra y donde el litro de combustible cuesta la irrisoria suma de 0,0001 dólar. Tan ridícula es la cifra que ya ni los expendedores de combustible ni los clientes se preocupan por pagarla. Sólo se deja un billete de 500 Bolívares (se necesitan entre 6.000 y 7.000 para comprar un dólar) como gesto de gentileza por la carga de un tanque. La nafta, por lo tanto, es gratis.

Los playeros viven del sueldo mínimo de 40.000 bolívares y con las propinas que dejan los clientes, juntan unos 15.000 “bolos” que serán con los que “convencerán” al chofer del camión de la petrolera estatal PDVSA para que descargue los 38.000 litros de un cisterna por el que no nadie pagará ni un centavo.

La nafta, sin embargo, es un bien preciado para el contrabando. Hacer llegar un camión de casi 40.000 litros al otro lado de la frontera con Colombia, asegura ganancias millonarias, maniobra en las que, dicen, no serían ajenos los bolivarianos agentes de fronteras.

SOLAMENTE AUTOS VIEJOS

Fuentes del sector automotor revelan que en lo que va del año en Venezuela se fabricaron cien (100) autos. En las concesionarias de las firmas que operan en el país, sólo hay a la venta coches usados y en las calles no ven cero kilómetros, salvo unos pocos de fabricación china y cuya comercialización está regulada por el Gobierno.

El parque automotor venezolano se muestra viejo y en mal estado. Porque aunque el combustible sea gratuito, los respuestas cotizan en dólares. Una cubierta puede costar 150 dólares.

Solicitar un cambio de aceite en una estación de servicio, significa entrar en negociación con los playeros. Los bidones –ausentes en las góndolas- saldrán de las mochilas de quienes atienden los surtidores y también valuados en dólares.

El subterráneo de Caracas supo ser el orgullo de los venezolanos. Las siete líneas que lo componen trasladan casi 500 millones de viajeros al año, según la información del propio Estado. El dato es que esos 500 millones de personas, viajan gratis. En las sucias estaciones del Metro las máquinas expendedoras de boletos forman parte de la decoración. Los molinetes están levantados a toda hora del día y nadie se preocupa por pagar.

Adentrarse en las entrañas de la Plaza Venezuela –nudo troncal en el que se combinan diferentes líneas de subtes con las paradas de los micros- es todo un desafío en hora pico. Las escaleras mecánicas no funcionan, el aire acondicionado, tampoco. La gente se apiña en los sucios andenes en los que pululan los carteristas.

HORAS ESPERANDO EL COLECTIVO

No les va mejor a los que, en superficie, esperan un micro para volver a sus hogares. Pueden pasar horas hasta encontrar uno disponible. Si hay sol, la gente prefiere sentarse en el cordón de la vereda, del lado de la sombra. Y allí esperan. En silencio.

La otra opción es viajar en la “perrera”, camiones de origen chino importados por el Gobierno en los que bajo un techo de lona o de chapa, hay dos largas tablas que funcionan como asientos longitudinales en los que se montan los pasajeros con suerte. La mayoría, viaja de pie, tratando de mantener el equilibrio entre barquinazo y barquinazo.

En el aeropuerto de Maiquetía, el principal del país y situado en el vecino distrito de La Guaira, reina algo parecido a la paz de los cementerios. No más de seis líneas internacionales, un par de low cost y las locales Conviasa y Láser operan desde allí. Desde Buenos Aires hay que viajar hasta Panamá, para luego regresar hacia Caracas. Y esa, hoy por hoy, parece ser la puerta de salida con la que, aquí, sueña medio mundo.

El gobierno de Nicolás Maduro acaba de anunciar el lanzamiento al mercado de billetes de 10 mil, 20 mil y 50 mil bolívares. Hasta ahora, el papel moneda de mayor denominación era el de 500 bolívares. Si te tiene en cuenta que un sueldo básico está fijado en 40 mil bolívares, muchos cobraran en dos billetes, o a lo sumo, en cuatro. Y la cifra tampoco es una locura. Alcanza para comprar, por ejemplo, dos paquetes de pan lactal.