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El sueño de la casa propia le aporta nuevas formas al barrio El Rincón

CECILIA FAMÁ
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Una quincena de kilómetros al noroeste del centro platense, entre arroyos, canales, viejos cascos de estancia y tendidos ferroviarios desactivados, existe un barrio en el que todavía la calma es silenciosa, el aire diáfano y el verde de quintas, descampados y árboles gobierna la paleta de colores. También es una zona de contrastes, entre las casonas de los antiguos pobladores y las flamantes viviendas de las familias que llegaron en los últimos años -buscando tierra y tranquilidad-, entre las calles de tierra y el tránsito cada vez más asiduo, y de carencias, como todas las que crecieron más vinculadas con la disponibilidad inmobiliaria que con la planificación oficial.

El vecindario de El Rincón se divide en la actualidad entre quienes comenzaron a habitar el lugar hace más de veinte años, se aquerenciaron y dejaron su vida de ciudad para adoptar una rutina más rural y agreste, y quienes se instalaron hace pocos años -y lo siguen haciendo-, merced a la posibilidad de adquirir lotes a precios algo más accesibles. Entre los “históricos”, que cambiaron a sus hijos de escuela, eligieron otro ritmo y desde su casa trabajan, cultivan huertas y proyectan un futuro, y los “nuevos”, que van y vienen todos los días hasta y desde el centro platense, para trabajar y llevar a los chicos al colegio. Entre quienes recuerdan los interminables campos de margaritas y las granjas con chanchos y caballos pastando, y quienes encuentran en su hogar del suburbio un cable a tierra cotidiano y refugio de fin de semana.

En cualquier caso, muy atrás quedaron los tiempos en los que El Rincón era una zona poco habitada, con vecinos que se trasladaban en caballos, con contados autos y silencio casi absoluto. En los últimos años, ese barrio de Villa Elisa ha crecido demográficamente de manera impactante, particularmente en el triángulo que forman el cauce principal y el canal norte del arroyo Carnaval, con vértice a la altura de la calle 30, y el tendido hoy invadido o usurpado del antiguo ferrocarril Provincial entre La Plata y Avellaneda, a la altura de 141. Si bien conserva sus calles de tierra y algo de su espíritu agreste, se pueden encontrar comercios impensados hace unos pocos años, como un supermercado chino, que los viernes y sábados a la noche “explota” con familias y adolescentes. Las siestas son serenas, pero en las horas pico se ven coches estacionados en doble fila, motos de a decenas. El paisaje y el ritmo han mutado. Los históricos suelen añorar los viejos tiempos; los nuevos encontraron su lugar en el mundo, adaptándose pero también aportando su impronta.

AÑORANZAS

Griselda Ortiz es docente jubilada y ceramista. Llegó a El Rincón hace más de 20 años, con el padre de sus hijos y los tres chicos. “Vinimos por una necesidad de espacio; conseguimos un terreno y vinimos. Si bien era una zona alejada de todo y sin servicios, eché raíces acá y fue una muy buena decisión”, cuenta. Cuando se mudó con su familia, también mudó toda su vida a estos pagos: sus hijos empezaron a ir a la escuela pedagógica de la zona; ella comenzó a ejercer la docencia en la Escuela Nº 93 de Villa Elisa, de la que fue directora en los últimos años de su carrera docente.

“Elegimos una vida urbana, pero no tanto. En esos tiempos, los terrenos estaban llenos de flores que en septiembre estallaban… podías ver campos de margaritas. Era hermoso, con poca gente, lleno de animales; muchas manzanas no estaban habitadas”, cuenta.

“Cuando nosotros vinimos, éramos pocos los que vivíamos por acá. En su momento nos mudamos a 438 y 136. Sí había algunas familias que tenían su casita de fin de semana, con una pileta, en la que también pasaban el verano. Y algún que otro asentamiento, como ‘el barrio de los paraguayos’. Sábados y domingos siempre tuvieron bastante movimiento, por la gente que va al recreo del Colegio de Abogados a pasar el día, o ahora al Haras”, revela Griselda, quien asegura que “hace aproximadamente diez años, El Rincón explotó de gente. Cambió el ritmo tranquilo y es mucho más urbano, pero de todos modos, el barrio sigue enamorando. Es un lugar que enamora”.

“A veces pienso que hay más gente que la que realmente veo, porque hay días con un movimiento impensado. Ahora hay supermercados, ferreterías, deliveries de comida. Cuando nosotros nos mudamos no había nada de esto”, señala la mujer, que en la parte de adelante de su casa tiene un local de decoración, donde vende sus artesanías, en especial las piezas de cerámica que ella misma confecciona y que también hacen algunos vecinos del barrio. “Este es un barrio de ceramistas”, acota.

Si bien es cierto que el paraje conserva su encanto, Griselda añora los tiempos en los que era un lugar más tranquilo. “Yo iba y venía en bicicleta y tren hasta la Escuela de Cerámica de Avellaneda. Volvía sola, tarde, a la noche, en invierno, y nunca tuve miedo. Hoy siento que es un lugar inseguro para los chicos jóvenes. Tengo un hijo de 18 años y siento que no pueden hacer eso, que necesitan otros cuidados, otra movilidad”.

Estercita es otra de las vecinas históricas de El Rincón. Así la llaman todos. La trajo al barrio la crisis de 2001. Tenía deudas, vendió su casa, un comercio que tenía en Villa Elisa, se compró un terreno y empezó de cero. Lo hizo junto a su hijo: ella es ceramista y él experto en hacer estribos. Ellos viven de sus oficios, que comparten, desde hace años. “Él aprendió el oficio del padre, y siempre tuvimos nuestro tallercito en casa”, cuenta Ester Gelabert (59).

“Hace veinte años el barrio era tranquilo, no había bochinche. Ahora tengo el centro comunal en la esquina; está siempre lleno de camiones, tractores. Cada vez está peor, lo único que hacen es limpiar un poco las calles, pero han destruido muchas cosas, como las plantas que teníamos plantadas en las calles, le han pasado las máquinas a todo. La civilización avanza… y te pasa por encima”, lamenta. Y agrega: “Antes nos arreglábamos entre los vecinos; estamos a unas veinte cuadras del camino Belgrano, así que si salías caminando y alguien iba en auto, te alcanzaba. En cambio ahora, te pasan por encima. La verdad, los nuevos habitantes del barrio viven a un ritmo que yo no apruebo”.

“Solíamos hacer huerta comunitaria, porque había muchos terrenos disponibles, así que era una muy buena alternativa. Eso se dejó de hacer, pero ahora estamos nuevamente organizándonos para recuperar esa vieja costumbre”, adelanta Ester, quien reemplazó bastante sus tareas en la tierra por la cerámica.

Entre los recuerdos que asoman inmediatamente, la vecina menciona que “cuando vinimos a vivir acá un vecino criaba chanchas, que andaban por la calle pastoreando… también había liebres. Era una zona rural, que hoy se ha perdido. Había gauchos, que ahora ya no están. Mi hijo siempre tuvo caballo y no pudo tener más; ya no hay terrenos donde el animal pueda estar. De hecho, él se fue a vivir a City Bell junto a su familia; eligió estar más cerca aún de la civilización. Yo sigo eligiendo El Rincón. Es mi lugar”.

“NO LO ELEGÍ, PERO ME ENAMORÓ”

“Vivo en El Rincón desde enero de 2014. Hicimos nuestra casa con el segundo sorteo del plan Procrear. Empezamos a construir en 2013, en unos terrenos que nos dio un tío de mi compañero, que ya estaba grande y por cuestiones de salud se mudó más cerca de La Plata. Así que nos dio estos lotes y justo tuvimos la suerte de obtener ese crédito que fue fantástico y nos permitió construir”, cuenta Luciana Amendolara (40), trabajadora estatal y psicóloga social.

“Antes de mudarnos a Villa Elisa vivíamos en La Plata. Yo viví siempre en La Plata y para mí fue un cambio importante venirme hasta acá, porque es lejos, tengo la mayoría de mis actividades allá, pero bueno, fue la posibilidad que tuvimos. No elegimos vivir acá en el barrio, sino que lo dictó la oportunidad. Pero una vez que nos instalamos y empezamos a curtir el vivir en Villa Elisa y en un barrio alejado, nos encantó. La rutina cambió mucho por el tema de la distancia. Es como que necesitás mucha organización para todo. Lo ideal sería vivir acá y trabajar por acá, pero bueno, eso es muy difícil”, indica Lula, quien vive con su compañero Martín Aranda y su hija Antonia, de 7 años.

“Mi hija hizo todo el jardín de infantes en La Plata, así que siempre fue necesario tener muy organizada la logística cotidiana. Las compras para la comida, los horarios, salir preparada por si tenés un cumpleaños o algo que hacer en La Plata para no tener que volver al barrio. Porque una vez que volvés ya te quedás acá. No andás yendo y viniendo, porque la distancia es larga, hay mucho tránsito y no abundan los accesos. Ir a La Plata te lleva unos 40 minutos, así que hay que sincronizar y organizar bien los horarios todo el tiempo”.

“Eligí el barrio El Rincón por su estilo de vida, por los espacios verdes y la calidez de los vecinos”

Karina Cheinkel, Vecina de El Rincón

“Siempre viví en La Plata y fue un cambio grande venir acá, porque es lejos y tengo la mayoría de mis actividades allá”

Luciana Amendolara, Vecina de El Rincón

“Este barrio no lo elegimos; pero una vez que empezás a vivir acá, te enamorás. Es grande, pero es bien barrio. Muchos de los vecinos que eligen esta zona tienen particularidades. Hay muchos que eligen El Rincón para tener más contacto con la naturaleza, otros que lo eligen por una decisión de cambio de vida; gente que se dedica a la construcción ecológica, que hacen sus huertas. Eligen tener un tipo de vida tranquila. Personas que tienen distintas profesiones, que trabajan en capital o en La Plata, que buscan su espacio de tranquilidad en este barrio. Otros han encontrado terrenos accesibles acá. Es un barrio con mucha diversidad. Se juntan acá personas que llegaron con distintos intereses y eso lo hace muy rico. Cuando te encontrás con un vecino o una vecina, seguro que lo que podés compartir es interesante”.

“De a poco fui conociendo y de todos he aprendido mucho. Están los que realizan actividades comunitarias en la Casita El Rincón; después nos hemos juntado para recorrer el barrio y militarlo”, explica Amendolara. “Es un barrio que te atrapa. Llegás, es lejos, te cuesta llegar… pero una vez que estás acá y ensamblás la distancia con tu cotidianeidad te encontrás que es un espacio muy lindo, lleno de árboles, pájaros. También tiene todas las problemáticas de la periferia, que se ven acá claritas: gente sin trabajo, con muchos problemas económicos… falta de transporte público. Si no tenés auto, ir y venir es imposible. Hay un rondín que entra, te lleva hasta el Belgrano, el Centenario o la estación de trenes de Villa Elisa, pero pasa cuatro veces al día. Después no hay asfalto, o los que hay están rotos”, afirma.

LABOR COMUNITARIA

Karina Cheinkel eligió El Rincón “por su estilo de vida, por los espacios verdes y la calidez de los vecinos”. Es integrante de “La Casita El Rincón”, que según cuenta “surgió en un momento en que los vecinos comenzamos a organizarnos por diversos motivos y uno de esos motivos era que los niños y niñas del barrio no estuvieran mucho tiempo en la calle. Eso, sumado a que una de las problemáticas era la de la basura acumulada en las esquinas, hizo surgir la idea de limpiar nuestra esquina puntual y armar ahí una huerta. Así, la idea de la casita fue tomando forma, como punto de partida de talleres para los pibes y pibas”.

“Los vecinos nos empezamos a reunir en asambleas por las calles, los basurales y cosas del barrio más estructurales. Pero se empezaron a acercar los niños y la primera actividad fue la de cambiar el basural por una huerta. Eso lo hicimos con los chicos del barrio y esa esquina de 141 y 438 empezó a ser un punto de encuentro, de lectura, de juegos, y así surgió la necesidad de sistematizar todo y buscar una sede”.

“En principio recibimos como talleristas a trabajadoras sociales del CPA que funciona acá en el barrio, por el camino Belgrano, como respuesta a nuestra consulta sobre los niños que pasaban mucho tiempo en la calle y con hogares con situaciones de violencia. Ellas nos sugirieron hacer talleres como posible solución preventiva”, relata Cheinkel. Y amplía: “Nos enviaron una enfermera y un taller de títeres. Ahí fue tomando forma la casita, con sus horarios y actividades. En principio nos habían prestado una casa por seis meses y en ese tiempo desarrollamos el proyecto y comenzamos la construcción de un espacio propio en un terreno cedido que es donde funcionamos actualmente, con los talleres, apoyo escolar, teatro, música, títeres: está en 441 ‘E’ entre 140 y 141”.

“Este es un barrio heterogéneo, que se fue poblando en principio por personas que elegían vivir en esta zona por la lejanía, por la soledad, el espacio verde, y paulatinamente se fue repoblando. Está la zona de las vías, que son terrenos fiscales que fueron tomados en mayoría por familias extranjeras que en un principio tenían casillas, casas de madera, que de a poco fueron convirtiendo esa zona en casas de material”, precisa la vecina. “Hay otra población, que surgió ahora, que compró terrenos para construir con el Procrear. Tenemos un barrio muy heterogéneo: desde los ‘hippies’ que decidieron vivir acá tranquilos, hasta los que no tenían un lugar para vivir y vinieron casualmente a esta zona, más los que decidieron hacer acá su casa en los últimos años”, concluye.