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La historia de lucha y superación de la ingeniera platense que le ganó al cáncer

Por RICARDO CASTELLANI

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Santiago, el médico, agarró una hoja en blanco y dibujó los pulmones y el corazón. Y en el medio, una gran mancha negra. “Mirá Belén, lo que tenés es esto, se llama linfoma. El tratamiento es largo, pero si hacemos todo bien, todo va a salir bien”, le dijo.

María Belén Basílico, que en ese momento tenía 23 años, miraba el dibujo sin entender bien de qué se trataba. A su lado, Patricia, su mamá, lloraba desconsoladamente y Miguel, el papá, todavía estaba buscando un lugar para estacionar. “Es cáncer, Belu, es cáncer”, repetía Patricia. “Cuando llegamos al auto, me desarmé”, cuenta hoy María Belén.

Atrás quedaba una carrera de ingeniería, muy avanzada pero inconclusa; los sueño de encontrar un trabajo luego de recibirse, las fiestas, los amigos. El linfoma en el mediastino tipo B no Hodkin lo postergaba todo. Había que enfrentar un tratamiento de 6 ciclos de 21 días cada uno; cada uno de ellos con 6 días de internación con quimioterapia durante las 24 horas de cada día y otros 15 días de reposo en la casa familiar del barrio El Mondongo, lejos de su amado perro Lobby y sin poder compartir mucho con el resto de la familia a la que completaban Matías, de 16, el menor de los hermanos, y Carina, de 26, la mayor. Perdiendo fuerzas físicas, pero no mentales. “Stop and Smile” (pare y sonría) decía el cartel que María Belén había colgado expresamente en la puerta de su dormitorio.

Durante los dos primeros ciclos, tenía permiso para salir a la calle durante los primeros cinco días de reposo. En los cuatro ciclos siguientes, ni siquiera tenía fuerzas para ello. Tampoco podía tomar mate, ni estar cerca de plantas, ni de animales (Lobby debía quedarse en el patio y solo ir al sillón por las noches) ni recibir visitas.

En el tiempo en que debía permanecer internada, al principio intentaba leer. Pero con el transcurrir de las semanas, ya ni había fuerzas para sostener el libro. Y al poco tiempo de iniciado el tratamiento, ya no quedaban fuerzas para nada. Ni tampoco cabello.

Todo eso transcurrió entre el 8 de septiembre de 2017 y el 27 de diciembre de 2018.

“Tenía la piel del brazo quemada, usaba un gorrito para no mostrar mi cabeza pelada, ni siquiera podía caminar y los olores me daban arcadas. Cada ciclo que enfrentaba era peor que el anterior, y me preguntaba por qué a mí me tocaba todo eso. Pero soy creyente y aguanté. Siempre fui fuerte físicamente, aunque en esos momentos estaba hecha una piltrafa. Pero los médicos me decían que también me encontraban fuerte mentalmente. En ese tiempo, una compañera de internación del hospital Italiano que tenía una enfermedad parecida a la mía, falleció. Se llamaba Ana, tenía 40 años y siempre la recordaré”.

LA INGENIERA

María Belén Basílico había cursado el jardín de infantes, el primario y el secundario en un mismo establecimiento educativo, el colegio Santa Margarita de 117 entre 66 y 67, en su barrio de El Mondongo natal.

Y al recibirse de bachiller con orientación en economía, pensó seguir en la Universidad los pasos de su hermana mayor, que estudiaba Ingeniería en Materiales. Ella también optó por la ingeniería, pero por la Ingeniería Industrial. “Es algo así como la optimización de procesos”, resume María Belén.

“Tenía la piel del brazo quemada, usaba un gorrito para no mostrar mi cabeza pelada, ni siquiera podía caminar y los olores me daban arcadas. Cada ciclo era peor que el anterior”

Aquella carrera empezó en el 2012 y fueron cinco años de ciencias duras y un 7,41 de promedio que hablaban de una ingeniera en ciernes. Pero en aquel agosto/septiembre de 2017 todo se complicó.

“Fue el sábado 19 de agosto -recuerda Belén- en la semana había tenido un poco de tos y el viernes había ido a una fiesta con mis amigas. Me habré acostado a eso de las 4 de la mañana y cuando me levanté, a eso de las 11, al verme en el espejo vi que tenía la cara y el cuello hinchados. Recién a la tarde fui al hospital y me dieron un spray. Pero por las dudas el médico me dijo que me hiciera unos estudios. Fui a hacérmelos al Instituto del Diagnóstico con la mochila y la computadora porque tenía acordado reunirme a estudiar con mis compañeros. Pero me dejaron internada, cuando le avisé a mis amigos pensaron que los estaba bromeando”.

Después hubo una trombosis en un brazo, el diagnóstico de la enfermedad, un tratamiento desgastante y una prueba final.

“Habían pasado 9 meses y debía esperar tres más para el PET que me marcaría la evolución de la enfermedad. Cumplí mis 24 años el 29 de enero y el 30 el PET estableció que aún quedaba una pequeña mancha, aunque los médicos me dijeron que no era empezar de vuelta, sino que podría tratarlo con rayos. Pero yo ya me sentía más fuerte y decidí que antes que nada debía terminar mi carrera. Preparé un final, hablé con los profesores y di la materia. Saqué un 8. Ya era ingeniera”.

Quedaba la batalla final contra el tumor, y esa batalla fue librada entre febrero y marzo. Hasta que llegó el PET final que marcó la frase más ansiada y esperada: “remisión completa”.

Y hubo alegría, y abrazos, y hasta una fiesta que fue más festejada que la de 15 que también tuvo título: “La fiesta de la remisión completa. Smile. Chau linfoma”.

“Me preguntaba por qué a mí me tocaba todo eso. Pero soy creyente y aguanté”

¿Y ahora qué ingeniera María Belén Basílico?

“Ahora nada, seguir para adelante, conseguir un trabajo como ingeniera industrial, casarme, tener hijos, qué se yo, vivir. Porque sabés qué, todo esto me hizo bien, me siento mejor que antes”.