Inicio Argentina Las Mil Casas, el barrio que respira historias y sueños de un...

Las Mil Casas, el barrio que respira historias y sueños de un tiempo mejor

Por: Hipólito Sanzone
 

[email protected]

Eran poco más doscientas pero a la distancia parecían “como mil”. Y les quedó mil, nomás. Nacieron del sueño de un potentado, de las ventajas de estar cerca del poder, y por ese mismo camino casi desaparecen. Nacieron por el 1880 cuando todo estaba por hacerse. Sufrieron un golpe durísimo pero sobrevivieron hasta ser uno de los barrios más emblemáticos de la ciudad.

Son lo que queda de una época donde a la distancia todo parece haber sido mejor. Algunas tienen dos plantas y hasta sótano pero la mayoría fue concebida desde el concepto de la pieza, la cocina y el baño afuera. Los avatares de la política forzaron transformaciones pero no pudieron con ese cuadrado enmarcado por las calles y pasajes de 522 a 524, y de 3 a 4.

Hoy, su valor inmobiliario no está marcado por la historia que las precede. Sólo unos pocos entendidos saben lo que significa vivir en Las Mil Casas.

Las que tienen “papeles” pueden costar como cualquier otra propiedad en Tolosa o hasta Barrio Norte. Pero también hay de las otras. La mayoría fue remodelada, en algún caso ampliada pero entre tanto retoque modernoso ningún arquitecto pudo con la identidad del barrio.

Las historias brotan al paso, salpican desde los rincones. Son viejas pero también nuevas, como dice Pablo Pérez, el Colo de Tolosa, que cuenta que en 526 y 3, ya fuera del límite de las Mil Casas, hay todavía propiedades de enorme valor patrimonial y que algunos propietarios le han jurado al barrio no venderlas jamás. Otros, vieron el negocio y se fueron o construyeron dúplex.

Un tiempo irrepetible

Pero aun con los cambios de la modernidad, el paso de las generaciones, las exigencias del tiempo sobre la madera, las chapas, la conchilla y los ladrillos centenarios, el barrio respira su propio aire.

El libro de María Cecilia Urrutia es un trabajo de incalculable valor por donde se lo mire. Se llama “Tolosa, Voces y Memoria de Villa Rivera”, acaso el nombre protocolar del barrio de las Mil Casas por el casco de la estancia de los Rivera.

“Los padres de mis amigas no las dejaban pasar el límite de la calle 4, el barrio tenía fama de bravo”

Betty Pérez Vecina de las Mil Casas

En su libro, Urrutia muestra postales de un tiempo único e irrepetible. Y a pesar del tiempo, algunos vecinos todavía sostienen el hilo rojo que une a esas historias. Así por ejemplo, Betty Pérez reconoce en la tapa del libro hecha con una foto que tiene más de 80 años, a su padre, Luis, conocido como “Tonada” y a quien algunos cariñosamente llamaban “el Guapo Tonada”.

Lejos estaba, cuenta Betty, de aquellas historias de malandras y cuchilleros que se contaban fuera del barrio y en la imaginación de aquellos que le temían a las Mil Casas sin saber que ahí solo encontrarían gente de una sola pieza, solidaria y empedernida del trabajo.

Guapos y límites territoriales

“Mi papá tenía carácter fuerte y a veces discutía mucho, pero nada más que eso. Era una persona muy querida”.

Gorrito hecho con el pañuelo anudado en las cuatro puntas, chaleco de lana y camiseta. Y el pucho en la boca eran sus marcas en el orillo.

Esa mala fama injustificada que tenía el barrio se traduce en centenares de anécdotas como la que cuenta Betty sobre los límites que algunos padres le imponían a sus hijas. “Mi amiga María Delia Turaya vivía en 523 y 6 y el padre le decía que cuidadito con pasar de la calle 4 que era el límite entre Tolosa y las Mil Casas”, recuerda con ternura.

Eran tiempos de personajes de la vida cotidiana que todavía aparecen en las charlas de las tardes lluviosas de mate y tortafritas.

“Rosita era la más linda del barrio (en realidad no se llamaba así pero Betty pide el cambio) y todos los muchachos le andaban atrás”, recuerda. Y se ve que ya por entonces billetera mataba galán porque entre tanto pretendiente Rosita eligió al quinielero del barrio.

El relojero

La relojería de 3 y 524 era otro misterio. Por aquel entonces los relojes se arreglaban tantas veces como fuera necesario. Y Betty recuerda aquel mandado como una aventura. “Siempre estaba oscuro y en el barrio decían que el relojero escondía una fortuna bajo el piso de pinotea”.

Otros vecinos recuerdan que” Campos, se llamaba era un tipo solidario que siempre ponía para la colecta que hacíamos para comprar la pelota”.