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River lo hizo, logró la hazaña sólo soñada por Gallardo y otros pocos optimistas. El Millonario se adueñó de la épica y dio vuelta el partido en el final para vencer 2 a 1 a Gremio y meterse en la final de la Copa Libertadores de América.

River se plantó desde el vamos como si fuese el dueño de casa, mientras que Gremio quedó reducido a una expresión más parecida a un elenco visitante temeroso que al local en uno de los estadios con mayor ambiente de todo Brasil.

Es que esa postura se caía de maduro por el lado de los millonarios, atento a la obligación por el mal resultado cosechado en la ida, mientras que el Tricolor Gaúcho no hizo más que profundizar su habitual estilo futbolístico de acomodar su postura a la conveniencia deportiva sin ponerse colorado.

Los brasileños, así como una semana atrás en el Monumental no tuvieron empacho en esperar en su campo y apostar a neutralizar el circuito de juego local y atacar sólo a través de la pelota parada o el contragolpe, anoche procuraron jugar desde el comienzo con la ventaja alcanzada en Buenos Aires como una manera de trasladarle toda la obligación a los conducidos por Marcelo Gallardo.

Y River no dudó en calzarse el buzo de protagonista. Generó situaciones debajo del arco de Gremio y dominó todos los aspectos del juego: espacios, tiempo y balón. Pero claro, careció de un detalle no menor: justeza en los últimos metros del campo.

Y el fútbol también tiene cosas que no pueden explicarse desde el plano lógico o de los merecimientos. Porque cuando absolutamente todo era de River, el azar quiso que Gremio se pusiera por delante en el marcador.

A la salida del tiro de esquina, el baló rebotó en un hombre Millonario y Leo Gomes remató al arco. Su disparo volvió a dar en un hombre visitante para descolocar a Armani y acabar en el fondo de la red. Toda la suerte del lado brasileño. Y la falta de fortuna, por partes iguales, del lado de los de Núñez.

¿Otra pizca de mala suerte para el Millo? La lesión tempranera de Leonardo Ponzio, quien dejó el campo producto de una lesión fibrilar. Los de la banda perdieron al capitán, al emblema de su equipo y, para colmo, de males, al no contar con un mediocampista central natural, la solución desde el banco fue Enzo Pérez, un hombre polifuncional pero no nacido como el típico volante tapón.

TRAS EL CIMBRONAZO, SIGUIÓ FIRME

El golpe del inesperado gol brasileño no hizo menguar a River en su afán de manejar la pelota e ir a como diera lugar en búsqueda del preciado y negado gol.

¿Contra qué chocó ese fervor Millonario? Contra su propia impericia para generar juego en los últimos metros del campo. Hubo dos grandes problemas en verdad: la repetición de centros que beneficiaron el notable juego aéreo de la zaga local y, además, la imprecisión en el último toque de las triangulaciones buscadas de tres cuartos de campo en adelante.

Esa falta de profundidad empezó a desesperar a la visita y fue la comidilla perfecta para un Gremio que se agrandó y supo sacar rédito de la desesperación de su oponente.

River tiró toda la carne al asador. Saltaron al campo Gonzalo Martínez e Ignacio Scocco. Pero los problemas de gestación no hallaron solución, ni siquiera con la velocidad de Martínez, que empezó con todo, pero luego se diluyó e ingresó en la desesperación riverplatense.

LA DESTREZA DE GREMIO PARA LAS TRIQUIÑUELAS TUVO SU CASTIGO

En la última media hora casi no se jugó en la Arena do Gremio. El local sacó a relucir todos los artilugios que maneja a la perfección: cortes sistemáticos, pérdida de tiempo y actuaciones exageradas ante cada golpe hicieron del complemento negocio redondo para los dueños de casa. Pero el fútbol premió al que más quiso.

Primero de cabeza Borré y después con la intervención corrrecta se sancionó el penal de Bressán, que Martínez cambió por gol. Epopeya de River finalista.