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Nada los detiene: hasta los 88 en la máquina y a los 98 en un negocio

Aunque está establecido que entre los 60 y los 65 años las personas se jubilen, el avance de la ciencia y de los estándares de vida hacen que la edad sea un mero dato de calendario para quienes apuestan a seguir activos. Ese es el caso de Francisco Aramburú, un escribano jubilado que a los 98 años acaba de abrir una barbería o el de Munir Gulayín, quien llegó a los 88 aferrado a su máquina de coser, aunque ya pensando en pasar más tiempo con su esposa e hijos.

En su casa de barrio Norte, Francisco afirma que apostar a la apertura de un comercio en esta etapa de su vida es algo que lo entusiasma. “Algunos creen que el hombre cuando se jubila se muere por inacción y como el principal órgano es el cerebro, yo lo pongo en movimiento”, asegura.

El locuaz platense confiesa que cuando el Estado lo jubiló de oficio transitaba los 75 años, pero se sentía en plenitud. “Fui designado subdirector general del Senado de la Provincia, pero también fui director de Industria y Comercio de La Plata y ocupé cargos ministeriales”, dice.

En el repaso de su vida, el escribano lamenta por los cuatro años que perdió cuando cursaba la secundaria en el Colegio Nacional de la UNLP, a raíz de una lesión en la pierna y una relación conflictiva con el rector de ese entonces. La demora lo llevó a recibirse de escribano a los 30 años.

En relación a su buen estado de salud confiesa que siempre colaboró con su organismo: “algunos se quejan, pero se toman dos `whiskys´ o se fuman dos atados de cigarrillos. Yo creo que para estar bien hay que tener conducta”.

intelectualmente activo

Para Francisco fue clave escuchar al neurólogo Facundo Manes referirse a la importancia de que los adultos mayores estén intelectualmente activos, con diferentes inquietudes. “Empecé a leer poesías de varios autores y las aprendía de memoria; también sé el Martín Fierro con el vocablo que expresa el autor. Aunque al principio fui un poco lento, después descubrí que tenía la misma capacidad para aprender que a los 20 años”, dice.

Con una admirable capacidad de hilvanar hechos de su juventud, recordar su “prosapia” o revivir anécdotas como la del día que en una “boite” invitó a bailar a Mirtha Legrand, una incipiente estrella, Aramburú resume que su último emprendimiento, la barbería, es un acto de agradecimiento para con Cecilia y Rocío, las dos mujeres que lo asisten a diario.

“Es para que ellas tengan una ganancia extra y espero que la barbería triunfe como empresa y podamos abrir 3 o 4 locales más”, menciona quien, tiempo atrás, fue declarado Vecino Destacado de la Ciudad.

Con sus 88 años a cuestas, el trabajo y el amor a la Argentina son dos de las cuestiones que están siempre presente en la conversación de Munir Gulayin, un reconocido sastre local.

entre los 20 mejores alumnos

Él nació en Mardín, Turquía, llegó a la Argentina en 1950, a los 17 años, y elige contar su historia desde el momento en el que terminó la secundaria: “fui elegido entre los 20 alumnos, de los 182 que éramos, para pasear por las 8 ciudades más importantes de Turquía”.

Antes que él, después de la Primera Guerra, llegaron a esta ciudad 5 tíos que fundaron el negocio “La Elegancia”. En 1943, falleció su padre y con el tiempo, con su hermano mayor, convencieron a su madre de venir a la Argentina. Sus tíos les montaron un negocio en 47, entre 8 y 9, espacio en el que también tuvieron su hogar.

“Yo tuve que aceptar que pese a mis excelentes calificaciones acá no tenían en cuenta nada de lo que había estudiado, debía empezar de cero, entonces decidí trabajar con mi hermano que ya era sastre”, cuenta.

Con mucho esfuerzo, hacía 1956 lograron traer a otro hermano que vivía en Turquía y de los siete, solo quedaron en ese país las hermanas.

“En 1960 compramos una casa en 10 y 59 a la que también se mudó un hermano mío con sus 6 hijos”, recuerda con la satisfacción de quien se entregó por completo al bienestar familiar.

Munir nunca regresó a Turquía, pero eso es algo de lo que no se arrepiente porque está convencido de que este país le dio todo lo que necesitaba. Él se casó con una mujer de su pueblo y tuvo tres hijos a los que no les faltó nada. Uno es cardiólogo, otro ingeniero electrónico y la hija, psiquiatra.

“Mis hijos dicen que la gente trabaja hasta los 65, que ya es tiempo de dejar, pero a mi me gusta lo que hago”, sostiene y se ríe al mencionar que su esposa teme que cuando ya baje las persianas de su local, se lo pase todo el día en la cama.

El sastre sabe que ya se acerca el tiempo de alejarse de las agujas y las telas, de esos pedidos desesperados para que llegue con el traje de bodas o el arreglo del abrigo.

“Argentina es el mejor país y por eso me naturalicé en 1973; siempre voy a estar agradecido porque acá la igualdad es un valor real”, afirma.