Inicio Argentina Unas cien personas por mes piden en la Ciudad un exorcismo católico

Unas cien personas por mes piden en la Ciudad un exorcismo católico

Facundo Bañez

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-No me puedo jubilar de luchar contra el Demonio. Él no nos quiere. Y no se cansa. No se cansa nunca…

A los 84 años, con la sotana de alzacuello impecable y una sonrisa algo agria, Carlos Alberto Mancuso habla del Demonio como si lo hiciera de un viejo enemigo. La tarde enrojece el jardín interno del Hogar Sacerdotal, en pleno corazón de la avenida 60 entre 27 y 28, y el religioso luce una calma de letanía pasmosa. El escenario que lo cobija es un convento de galerías vidriadas y tejas españolas donde el tiempo parece en estado de encuadre. Allí, donde vive desde que dejó de ser el párroco de la iglesia San José, hace ya unos diez años, el sacerdote que dice no poder jubilarse de su lucha contra el mismísimo Mal recibe cada viernes, a las seis en punto, entre veinte y treinta personas para que les practique un exorcismo. La mayoría son de La Plata pero llegan también de otros puntos remotos del país. Y de afuera, de países al otro lado del océano.

-Hace unos días estuvo una holandesa que vino con su hija -apunta Gabriel, uno de los siete ayudantes que trabajan para el exorcista y lo asisten en cada ritual-. Se quedó tres semanas porque era un exorcismo difícil. A veces, si el caso es muy grave, el padre les da un turno aparte. Pero por lo general trata de hacer exorcismos colectivos. Vos pensá que arranca a las seis de la tarde y a las diez de la noche sigue a pleno. Es mucho, demasiado.

Gabriel tiene pinta de guardaespaldas y aire bonachón. Su rol en la ceremonia, fundamental cuando el cuadro se torna violento y los posesos comienzan a tirar patadas o convulsionar en el suelo, en nada se relaciona con algún pasado litúrgico o de formación religiosa.

-Soy un laico al que le gusta ayudar -se define-. Vine en un momento difícil porque me recomendaron que me acercara al padre, pero nunca imaginé que iba a terminar como asistente de un exorcista. Nunca.

A Gabriel, como a tantos, al principio le costaba creer. Cuenta que había perdido la fe y llegó a ese convento de la calle 60 sin saber bien qué se iba a encontrar. Y lo que encontró, dice, le hizo cambiar no sólo sus creencias sino también su mirada del mundo. Mujeres que vomitaban sustancias negras ni bien el cura les lanzaba gotas de agua bendita. Chicas con los ojos en blanco y repitiendo sonidos guturales como de fieras maullando; hombres capaces de romper dos sillas con una mano. Gabriel recuerda cada uno de esos episodios y los enumera casi en secreto. La memoria se le estremece. Se encoge de hombros. Sonríe como si espantara recuerdos y concluye:

-Al principio, cuando me decían lo que iba a pasar, creía que estaban todos locos. Pero una vez que lo vi, que lo comprobé con mis propios ojos, todo cambió. Te das cuenta que hay algo. ¿El Bien contra el Mal? Qué se yo. Lo único que te puedo asegurar es que el padre lucha contra algo que no es de este mundo.

***

De los casi cien casos de posesión diabólica que se le presentan por mes, Mancuso admite que menos del diez por ciento amerita un verdadero exorcismo. Dos o tres por semana pueden ser auténticos. Posesión pura y real. El resto, dice, es materia para la psiquiatría.

¿Hay un perfil de poseso en particular? ¿Algún punto en común entre tanta alma que pide a gritos un exorcismo? Mancuso mantiene el gesto zumbón y responde sin abandonar su parsimonia sacerdotal:

-Siempre son jóvenes. Al Demonio no le gustan los viejos, no le interesan. Y la mayoría de ellos, mujeres. Chicas jóvenes, por lo general. La mujer tiene más probabilidad de que el Demonio la ataque. Y no es que lo diga yo: está en La Biblia. ¿A quién tentó el Maligno la primera vez, a Eva o a Adán…?

El ritual del exorcismo se mantiene intacto a pesar de los años. La oración, creada en el siglo XVII, se recita como en la Edad Media y el sacerdote, revestido con su estola sagrada, la repite todas las veces que sea necesaria alzando el crucifijo en una mano y echando agua bendita con la otra.

-Algunas criaturas maléficas son más complejas que otras -dice-, pero todas quieren lo mismo: atacarnos. ¿Si me doy cuenta enseguida cuando es posesión verdadera y cuando patología? Je, por supuesto. A veces vienen hombres y mujeres y me dicen: ‘mi hijo está poseído: grita y habla en arameo’. Y yo les digo: ‘Qué bárbaro: ¿y cuando fue que usted aprendió el arameo?

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Si se intentara un cálculo sería sorprendente. Pero, a un promedio de casi cien casos al mes durante una década, y de muchos -muchísimos- más en sus cerca de cuarenta años como referente del tema en el país, el número de personas que se sometieron a los exorcismos de Carlos Mancuso bien podría equivaler a la población de una ciudad entera. ¿Cuántos, en realidad? ¿Quince mil, veinte mil? ¿Acaso más de cincuenta mil en toda una vida dedicada al tema?

-Es imposible saberlo -admite él, risueño-. ¿Pero qué voy a hacer? Si el Demonio no se jubila por qué me tendría que jubilar yo.

Ahora está sentado en una de las salitas laterales que da al patio interno del Hogar, donde la noche recién comienza a despuntar sus sombras. Afuera, bajo la galería de arcada gótica y parado junto a la puerta en actitud de hacer guardia, Gabriel cada tanto se asoma y le apunta a Mancuso datos como un fiel asistente. También le saca una foto mientras se hace la entrevista y la sube al perfil que el sacerdote tiene en Facebook.

-Tengo redes pero yo no las manejo -afirma-. Y perfiles falsos que me hicieron y que tampoco manejo, je. Lo único que me interesa es mi tarea. Y mi tarea es la de combatir al Padre de la Mentira. Qué voy a hacer: la Iglesia nunca se preocupó demasiado en formar sacerdotes en este tema. Muchos prefieren mirar para otro lado. Pero alguien lo tiene que hacer. El Demonio, al fin y al cabo, no descansa ni se jubila nunca.