Inicio Chile La catástrofe incendiaria: una lectura política

La catástrofe incendiaria: una lectura política

Como tantas veces en nuestra historia, la catástrofe socio-ambiental ha tocado la puerta de nuestra “larga y angosta faja de tierra” para aparecer de golpe al interior de nuestras fronteras.

El incendio propagado en más de 400 mil hectáreas pertenecientes a la zona centro-sur del país, no sólo ha afectado diversas localidades en las que se asientan familias que han afrontado durante décadas las duras exigencias que demanda la vida rural; situación que ha sido devastadoramente ejemplificada en el pequeño poblado de Santa Olga; localidad reducida en pocas horas a escombros y cenizas ante la impotencia de sus habitantes y de los brigadistas que heroicamente intentaban combatir el avance del fuego.

Junto a ello, el incendio también ha inflamado el espacio virtual, desencadenando un fenómeno que –lejos de ser voluble y superficial– se encuentra enraizado, tanto en las desigualdades estructurales promovidas por nuestro resquebrajado “modelo social de mercado”, como también, en el cúmulo de subjetividades que afloran en un momento histórico caracterizado por una profunda crisis de legitimidad por parte de los actores políticos y empresariales que han hegemonizado el aún inacabado proceso transicional.

Los principales rostros dirigenciales asociados a estos segmentos se han transformado de un tiempo a esta parte, en una especie de receptáculo de la “tormenta de mierda digital” provocada por la indignación social diseminada a través de las redes sociales. Como nunca antes en Chile, el espacio virtual ha hecho estallar en múltiples fragmentos una opinión pública cada vez más impredecible en la fijación de sus contenidos, convirtiéndola la mayoría de las veces en un tipo de “cloaca del presentismo”.

Junto a ello, la respuesta de los medios de comunicación (sobre todo la televisión) también se ha convertido en “caldo de cultivo” para construir imaginarios colectivos configurados de tal forma que pueden llegar a centralizar toda su atención en un avión que –si bien posee características idóneas para extinguir o impedir el avance del fuego; cuestión importantísima en una situación como la que nos encontramos– termina volviéndose en un verdadero fetiche. Nadie podría dudar que el famoso #SuperTanker adquirió en estos días cualidades simbólicas que lo llevan mucho más allá de su eficiente función instrumental.

En resumidas cuentas, todo pareciera indicar que la catástrofe incendiaria –más allá de las lamentables pérdidas humanas y del desastre socio-ambiental y material que ha provocado hasta ahora– ha logrado sacar por completo el velo de las apariencias montado por la “vía chilena al neoliberalismo”, permitiéndonos observar a cara descubierta el hervidero social sobre el que estamos, el cual, a diferencia de lo que piensan algunos sectores, es poco probable que provenga de la actuación de «grupos terroristas organizados» que se encuentran sembrando el caos en nuestro país (reconocer esto no quiere decir que los organismos pertinentes no investiguen con toda rigurosidad el origen de los focos de incendio y las responsabilidades humanas implicadas), sino que muy por el contrario, las causas de este hervidero social provienen del propio agotamiento de un modelo de democracia protegida que ha neutralizado la deliberación y acción política de las mayorías sociales durante décadas, cuestión que también debiese ser asumida muy críticamente por parte de éstas últimas.

Aquí está el principal motivo de la proliferación de las reacciones “termocéfalas” que han explotado en las redes sociales. Si la política ha sido extirpada de la población, volviéndose materia de técnicos, expertos, lobbistas y operados políticos, no podemos esperar reacciones “racionales y mesuradas” por parte de las mayorías sociales. No necesitamos escarbar tan profundo en nuestro “inconsciente” para encontrar la respuesta a un fenómeno que es mucho más evidente, y que en estos días ha mostrado un amplio abanico de reacciones que van desde la solidaridad y empatía hasta el chauvinismo y aprovechamiento político descarnado. Las pasiones más nobles y repugnantes han sido desatadas. Todo esto pareciera ser la muestra de que en Chile nos encontramos ante un período sociopolítico que algunos autores han denominado como: “momento populista”.

Lejos de caer en un significado peyorativo y reduccionista, hablamos de un momento histórico excepcional, en que el conjunto de la sociedad se separa radicalmente de sus representantes político-económicos tradicionales (el establishment) sumiéndolos en una crítica social destemplada, mientras en paralelo, se constituyen los bandos y correlaciones de fuerza sociopolíticas que ya se enfrentan al escenario electoral más complejo desde el plebiscito de 1988, en un proceso que incorpora no pocos desgarramientos internos y rearticulaciones: ¿Quién capitalizará políticamente el hervidero social sobre el que nos encontramos?

¿Será alguna de las variantes de una derecha política oportunista que comienza a reeditar lo peor de su componente neoliberal, autoritario y xenófobo, expresado de diversos modos por cada uno de los pre-candidatos del sector; a los cuales, se suma la explicación de la única mujer que compone la mesa directiva de Chile Vamos, quien sugiere –con un fanatismo religioso desconcertante– que los incendios en nuestro país son consecuencia de la aprobación en el Senado de la ley de aborto en tres casuales discutida actualmente en el Congreso?

¿Será un pacto de gobierno que –más allá de las eventuales negligencias que ya comienzan a destapar los medios– tiene su mayor responsabilidad histórica en haber consolidado un “modelo de desarrollo” que no deja de mostrar pruebas fehacientes de que se construyó a imagen y semejanza de los grandes grupos económicos en desmedro del bienestar de las comunidades que habitan los distintos territorios de este país; situación que ni siquiera les ha permitido generar una institucionalidad capaz de prevenir o morigerar el impacto de innumerables desastres socio-ambientales?

¿O será la emergencia formal de una fuerza política alternativa que aún debe demostrar que no sólo se encuentra plenamente capacitada para gobernar local y nacionalmente, sino que también, está idóneamente habilitada para conquistar cambios plausibles, eficaces y radicales, tendientes a superar el estado de indefensión que constantemente aqueja a las familias sencillas de este país? Para ello; y considerando el proceso político que actualmente transitan: ¿Podrán evitar el síndrome de las “mayorías agregadas” desprovistas de adhesión, apoyo e involucramiento mayoritario de la población en sus emergentes formaciones orgánicas?

Con todo, la catástrofe incendiaria –más allá de mostrar todas las falencias de un Estado subsidiario incompetente y un modelo económico basado en el despojo neoliberal capaz de atentar la pervivencia de comunidades enteras– también muestra nítidamente que el “momento populista” que atraviesa nuestro país se encuentra en una fase definitoria de cara al futuro próximo.

Asumir esta situación –con la responsabilidad sociopolítica que se merece– es un desafío imperativo para nuestra sociedad actual.

El momento es ahora.