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Así es la vida de un ciudadano chino preso por drogas en Colombia

Wen Ho Yang y Luis Antonio Alzate Moreno no tienen mucho en común. Uno nació en Shanghái (China), mientras que el otro es de Pereira (Risaralda). Sus costumbres no son iguales y posiblemente no se conocerán nunca. Sin embargo, comparten una historia de vida similar: ambos se encuentran presos por porte y tráfico ilegal de estupefacientes.

Wen Ho ingresó a la cárcel en febrero del 2014. Viajó a Colombia para cerrar un trato que le permitiría llevar a China vino, café y chocolates. El viaje estaba contemplado como una visita de negocios que tomaría cinco días. Pero antes de abordar el vuelo, Wen fue sorprendido por las autoridades del aeropuerto El Dorado, en Bogotá.“Me dijeron que llevaba drogas en mi maleta –recuerda Wen–, yo les respondí que no. Cuando abrieron el equipaje, ahí estaban. Cinco kilos de cocaína”.

Lo sentenciaron a 10 años y ocho meses. En la actualidad, cumple su condena en la cárcel La Picota, en el suroriente de la capital colombiana.

A Luis Antonio también lo capturaron en el 2014. En noviembre. Sin embargo, su familia solo pudo enterarse a finales del 2015.

Ninguno de sus familiares sabe qué pasó, quién lo convenció de realizar ese viaje, o cómo terminó involucrándose en un asunto de drogas.

A este pereirano, de 74 años, lo condenaron a pena de muerte con suspensión a dos años. Por ahora, esa condena cambiaría a cadena perpetua, pero eso solo se sabrá en octubre. Alzate Moreno se encuentra hoy en la cárcel de Guanzhong, en China.

Me dijeron que llevaba drogas en mi maleta, yo les respondí que no. Cuando abrieron el equipaje, ahí estaba

Así como Luis Antonio, son alrededor de 173 los colombianos que se encuentran en diferentes cárceles del país asiático, 144 por delitos relacionados con drogas. 11 de ellos (nueve hombres y dos mujeres) viven el calvario de esperar la muerte lejos de sus seres queridos.

Según la Cancillería, de los colombianos condenados a pena de muerte, dos tienen pena de muerte efectiva, siete tienen suspensión a dos años (el tribunal puede cambiar la condena en ese tiempo) y dos están a la espera de apelación.

La otra cara de la moneda la viven 864 extranjeros presos en Colombia. De esos, cinco son chinos.

La razón por la que tantos europeos se encuentran presos en el país es, según las autoridades, principalmente por drogas, quieren entrar en el negocio, pero son utilizados como ‘mulas’. En muchos de los casos, los ciudadanos son reportados como desaparecidos, pues salen de sus países sin dar aviso a nadie y sus familias pasan años buscándolos hasta que llegan al lugar en el que están detenidos. Muchos llegan a cumplir sus condenas sin recibir visita alguna.

El segundo delito que más registran los extranjeros es el de homicidio, seguido por porte de armas.

La vida en prisión

A las 6 de la mañana, Wen Ho abre sus ojos. El sol hace algunos minutos se posa sobre Bogotá, pero las nubes no le permiten despuntar con fuerza y el aire frío obliga a este hombre de 62 años a cubrirse, en cuanto se levanta, con una gastada chaqueta negra.

El desayuno se sirve a las 6:30. Vuelve a su celda, ubicada en el patio seis de La Picota, donde convive con otros extranjeros y condenados por inasistencia alimentaria. La Picota tiene una población carcelaria de unos 4.500 presos. Wen dice vivir bien en este centro penitenciario.

Presos en China y Colombia

Wen Ho Yang, condenado a 10 años que en la actualidad cumple en La Picota, en Bogotá.

Foto:

Julián Vivas Banguera / EL TIEMPO

“En las celdas hay hasta dos o tres personas –cuenta Wen–. Yo convivo con solo una persona que me ayuda, porque habla inglés; si necesito algo, tengo a mi compañero. Ha sido amable”.

Al regresar del desayuno, Wen lee la biblia, es cristiano hace más de 20 años y conserva sus costumbres. También practica fútbol y juega baloncesto. Asegura que le encanta el ambiente en la cárcel, aunque no desconoce que hay que tener cuidado.

Durante el tiempo que ha estado preso, Wen señala que solo lo han visitado de su embajada, le ayudan con algo de dinero, con el cual puede comprar una tarjeta de 5.000 pesos para hablar con su familia en cualquier instante del día.

“La verdad, no quiero que me visiten (su familia) –cuenta Wen mientras agacha su cabeza–, me parece que este no es un estado para que mi familia venga a verme. Además, es un viaje muy largo y costoso. Mi esposa es ama de casa y mis tres hijos son estudiantes, así que mejor así. Cuando salga iré a encontrarme con ellos”.

Aunque sus ojos lucen tristes, Wen ha aprendido a vivir en la cárcel. Mientras cumple con su condena, aprovecha para aprender español y dice haber quedado encantado con el dominó, juego de mesa que aprendió por sus compañeros de patio.

Antes de caer preso, Wen dice haber sido empleado de Sino West International co, compañía que le ayudó a darles educación a sus hijos de 25, 23 y 15 años.

“Nunca he tomado ni he fumado –asegura–, mucho menos iba a saber de drogas. Pero las leyes son las leyes y hay que respetarlas, debo cumplir mi condena”.

Nunca he visto una cárcel china, pero me han dicho que es terrible. Estar en la cárcel es horrible, pero en China debe ser peor

Wen no quiere cumplir su condena en China, pese a que esto le permitiría estar cerca de familia y amigos, pues asegura que en su país las penas son más severas.

“En China –habla mientras abre sus ojos– la Policía te puede perseguir por tener tatuajes. Es muy dura, y ni hablar de la cárcel. En China no hay camas y todos están agrupados en un mismo espacio. Por un kilogramo de droga te condenan a muerte. No digo que sea bueno estar en una cárcel, pero en Colombia es más cómodo”.

Esperando un milagro

En Colombia, la pena máxima por tráfico de drogas es de 30 años, mientras que en China, portar hasta cinco kilogramos de droga puede ser castigado con la muerte.

Luis Antonio Alzate tiene un grillete en una de sus piernas. Está amarrado a una camilla.

Colombianos presos en China

Luis Antonio Alzate se encuentra preso en Guanzhong (China).

Foto:

Cortesía

Desde que cayó preso en China, su salud desmejoró mucho y tuvo que ser trasladado a la enfermería del centro penitenciario.

Esto le ha traído beneficios, pues ya no tiene que trabajar y tres veces al día es sacado durante media hora a recibir el sol.

“En China respetan mucho a los ancianos, eso lo ha favorecido. Pero saber de mi papá es muy difícil”, cuenta Marinella Alzate, hija de Luis Antonio.

Los últimos dos años y siete meses, Marinella y su padre solo han podido hablar cinco minutos cada mes. A veces se escriben cartas, pero estas se demoran mientras las revisan y traducen.

La situación de Luis Antonio, pese a ser condenado a muerte, aún está en vilo. Su caso permanece en espera luego de una apelación que se presentó por parte de su defensa.

“Se envió una carta –explica Marinella– con ayuda de la Cancillería, porque él se encuentra inválido de una pierna, aún esperamos una respuesta”.

Con un asomo de tristeza, Marinella asegura que no sabe mucho de su padre, pues poco se puede comunicar con él. Por el momento, a través de la Cancillería, sabe que su padre tiene monitoreo las 24 horas y que se encuentra amarrado a la camilla de la enfermería.

“Lo último que supe (explica la hija de Luis Antonio) es que mandaron a que le pusieran una bacinilla, porque él casi no se puede mover y necesita un lugar para hacer sus necesidades. Allá los presos tienen que hacerlo en un hueco y por su problema en la pierna él no puede agacharse”.

La condena de Luis Antonio fue pena de muerte con suspensión a dos años. En octubre próximo se cumplirán los dos años y, por ahora, se conoce que la condena pude pasar a cadena perpetua. La familia de Alzate espera que se pueda mediar para que sea trasladado a Colombia.

En China respetan mucho a los ancianos, eso lo ha favorecido. Pero saber de mi papá es muy difícil

El Gobierno chino podría beneficiarlo por ser mayor de 75, edad que Luis Antonio alcanzará en enero del 2018.

Reflexiones

A la espera de que las cosas salgan bien para su papá y los familiares de otros colombianos, Marinella es sincera al reconocer que hubo un error de su padre y que las leyes son así en el país asiático. “Sé que nadie desearía estar en esta posición –expresa Marinella–, pero si cometió un error, debe pagarlo. Lo que sucede es que mi padre está muy enfermo y cuando hablamos él solo me pregunta por todos acá, muy poco me cuenta de la experiencia que vive allá”.

Así, mientras pasan los días, Wen en Colombia y Luis Antonio en China continúan cumpliendo una condena. No tienen nada en común, nunca estarán uno al frente del otro, pero la vida los puso en una prisión, lejos de casa, a kilómetros de distancia de una vida que no planearon terminar así.

A las 10 de la noche apagan las luces en La Picota, Wen se prepara para dormir. Un día más lejos de su familia, un día más para lamentar haber caído en prisión.

Agradece tener una cama y la oportunidad de comer tres veces al día. No niega que las leyes hay que respetarlas y por eso sigue en ese pequeño espacio con su compañero de celda. Se pregunta qué tan viejo estará para el 2026, cuando pueda salir y ver a sus hijos de nuevo.“No sé –habla mientras piensa en su tiempo en la cárcel–, nunca he visto una cárcel en China, pero me han dicho que es terrible. Creo que estar en una cárcel es horrible, pero sé que en China debe ser peor”.

Mientras tanto, en otro lugar de Colombia, Marinella hace una oración por su padre. Espera volver a verlo. Ella también cree que la ley está para ser cumplida, pero se aferra a la idea de que su padre, ya enfermo y afectado por la edad, vuelva para abrazarlo una vez más.

MIGUEL ÁNGEL ESPINOSA
Redactor de EL TIEMPO