Inicio Colombia Así se sobrevive a una pandemia en un pueblo rodeado de cafetales

Así se sobrevive a una pandemia en un pueblo rodeado de cafetales

El Líbano parece un pueblo fantasma.

Parece que nos hubieran matado a todos. O a casi todos.

Solo unas pocas personas se ven en las calles, temerosas, muy cerca de casa. Los negocios están cerrados. No hay vendedores ambulantes. No están los lustrabotas del centro del parque principal, los que rodean la tumba del fundador Isidro Parra. No están los cuidadores de carros ni los mendigos. No están los vendedores de papitas y plátano fritos, ni las señoras que asan las arepas. Solo se ven unos pocos perros callejeros, por ahí.

Solo unos pocos locales comerciales del pueblo están abiertos, a medias, como las tiendas y algunas panaderías y supermercados.

La catedral de Nuestra Señora del Carmen está cerrada. El emblemático Café Águila está cerrado. El cementerio está cerrado. Y si hay un muerto, solo diez dolientes podrán entrar al camposanto y sepultarlo.

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Todo, o casi todo, ha cerrado las puertas quién sabe hasta cuándo. Así que calculen el impacto de las medidas implementadas para evitar que el coronavirus siga el camino que emprendió el pasado mes de diciembre en un mercado de mariscos de la ciudad china de Wuhan —peligroso, inatajable— y termine en estos cafetales del norte del Tolima.

Debo decir que terminé en el Líbano por pura casualidad. Me vine a pasar la convalecencia de una pequeña cirugía que me hicieron —nada para alarmarse— y aquí, en la casa del barrio Los Pinos, con mi mamá, mi hermana Maryori y mi sobrina Valentina terminamos sobreviviendo en medio de este encierro apocalíptico.

Siento que a ninguno se nos pasó por la cabeza lo que nos está pasando, que es como el periodo previo de una guerra mundial

Mi mamá, Amanda Patiño —viuda desde el pasado 7 de enero, diabética, 65 años—, tiene miedo. Ya sabe que ella hace parte de la principal población en riesgo de contagio del covid-2019: así fue denominado este virus por la Organización Mundial de la Salud (OMS) después de haber cobrado miles y miles de vidas y de haber sido declarado como pandemia.

Mi mamá tiene miedo por lo que sale en noticias y en redes sociales. Yo le enseño a reconocer la información verídica. Como las cifras oficiales: más de 460.000 casos de contagios y más de 20.000 muertos en 191 países. ¡Y en menos de tres meses!

Entre esos, Colombia, que ya ha puesto seis muertos. Hasta la noche de este jueves 26 de marzo, ya se reportaban ocho casos en Ibagué y otros cuatro en Manizales, las capitales más cercanas al Líbano, a dos y tres horas de distancia. Y ya van 491 casos de contagio en todo el país, según el Instituto Nacional de Salud.

Las cifras son miedosas. Y se pondrán peor de miedosas.

En el Líbano, al igual que en el resto de Colombia, se acabaron los tapabocas, el alcohol y los geles antibacteriales. Mucha gente compró más de lo que necesitaba. De resto, hay de todo.

Y la panela, por fin, se la pagaron a buen precio a los productores: hace dos semanas, un atado de tres libras costaba $4.150 y hoy, $7.150. Tres mil pesos más por atado. Y por primera vez, la carga de panela (dos bultos) llegó a un precio récord: $480.000.
“Por primera vez, al campesino se le pagó un precio justo”.

Eso lo celebra con conocimiento de causa la empresaria Daissy Barragán, gerente de Súper Diamante, una mujer que conoce y ama a su tierra y que se declara muy pesimista frente a la pandemia del tal coronavirus.

Son pocas las almas que se ven por estos días de cuarentena en El Líbano. Sus calles andan desoladas, mientras el covid-19 está por completar la decena de pacientes en el Tolima.

Foto:

José Mojica

Son pocas las almas que se ven por estos días de cuarentena en El Líbano. Sus calles andan desoladas, mientras el covid-19 está por completar la decena de pacientes en el Tolima.

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José Mojica

Son pocas las almas que se ven por estos días de cuarentena en El Líbano. Sus calles andan desoladas, mientras el covid-19 está por completar la decena de pacientes en el Tolima.

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José Mojica

“Siento que a ninguno se nos pasó por la cabeza lo que nos está pasando, que es como el periodo previo de una guerra mundial. Siento que el sistema de salud no va a dar para sostener esto, no tenemos camas suficientes, la corrupción no ha dejado que el sistema de salud funcione”, dice Daissy y hace una lista de los temas que la angustian:

—Los viejitos desamparados. Serán las primeras víctimas en este municipio.

—La hecatombe económica. En este momento la gente está comprando comida y los alimentos no van a dejar de llegar. Pero en un mes no habrá dinero porque este es un pueblo donde el 70 por ciento de la economía depende del comercio informal. Un comercio que ya no existe.

—La cosecha de café. Cuando llegue, no va a haber gente que la recoja. Y si el café maduro no se recoge de la mata, se cae y se muere. Se pierde.

Y este, ya se sabe, es un pueblo que siempre ha vivido del café.

Cambiar las prioridades

La Catedral tiene las puertas cerradas pero el párroco Élmer Romero se ha ingeniado la manera de seguir conectado con sus fieles. Reza el Rosario en la emisora La Veterana, donde también hace una reflexión antes de que comience el noticiero del mediodìa.

Y por la misma emisora transmite la santa misa —que se sigue celebrando a puerta cerrada, con las intenciones definidas previamente— y también lo hace en redes sociales.

Incluso, mucho antes de que el alcalde Antonio Giraldo acogiera las medidas del gobernador del Tolima, Ricardo Orozco, ya la iglesia estaba haciendo lo suyo: la comunión se empezó a entregar en las manos, solo ingresaban 50 personas —al final terminaron siendo solo diez— y los besos y abrazos quedaron prohibidos a la hora del saludo de la paz y los reemplazaron por una venia.

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El padre Élmer está preocupado por el comercio y por los vendedores ambulantes y por el sostenimiento de las parroquias que viven de la limosna. ¿Y quién va dar limosna si las iglesias están cerradas?

Pero prefiere enfocarse en otros asuntos. En cómo, por ejemplo, esta pandemia nos está obligando a replantear nuestros estilos de vida y nuestras relaciones personales y, sobre todo, los vínculos con Dios.

“Los papás están compartiendo tiempo valioso con sus hijos. Familias que no oraban y ahora rezan el Rosario. Las redes sociales se están usando para cosas distintas. Y nos hacemos preguntas existenciales: ¿Qué pasará cuando llegue la muerte? ¿Y después de esta vida, qué? ¿Y mi alma? ¿Cuál es el papel de Dios en el mundo? La ciencia y la razón, los poderes económicos y políticos están arrodillados pidiéndole que salve a la humanidad. Hay un deseo de eternidad, unas ganas de Dios”.

Cuánta razón tiene el padre Élmer.

La esperanza

Diego Padilla es el coordinador de urgencias del Hospital Regional del Líbano. Hombre tranquilo y servicial, aclara que el domingo 22 de marzo se habían descartado tres casos sospechosos de covid-19. Y aclara también que, que por ahora, no hay ningún otro caso en trámite.

Es un enemigo invisible porque uno no tiene cómo saber si las medidas funcionan bien o no

“Este es un evento para el cual nadie estaba preparado: ni las familias, ni las autoridades, ni el sistema de salud, ni la economía”, dice Padilla, sorprendido, además, por la facilidad con la cual este virus puede transmitirse.

“Este virus ataca como en un proceso de una selección natural porque está cogiendo a los más débiles y se los está cargando. Es un enemigo invisible porque uno no tiene cómo saber si las medidas funcionan bien o no”, sigue.

Cosas que lo dejan tranquilo: que no hay casos sospechosos, que las fronteras del pueblo están cerradas y la gente, en general, se está cuidando, y que habilitaron una amplia zona del hospital para eventuales pacientes y se cuenta con una muy buena Unidad de Cuidados Intensivos.

Cosas que le quitan la tranquilidad: La ausencia de campañas pedagógicas y la dificultad de llegarle a un alto porcentaje de población con baja educación, que suele ser muy vulnerable en estos episodios y que suele creer y replicar información falsa o malintencionada.

Y, sentencia Padilla: “El problema no es que se mueran dos o tres mil personas: es que se muera uno o alguien conocido”.

El regaño

Hoy me invitaron a una entrevista en la emisora. Le dije al colega y amigo Afranio Franco, gerente de La Veterana, que estaba en El Líbano. Para lo que se ofreciera. Me dijo que fuera a las 3:00 y yo llegué en punto.

Me consultaron como periodista, como ciudadano, como paisano. Sobre el coronavirus. Y yo no pude responder más que algunas generalidades porque apenas soy un periodista, un ciudadano de este planeta que intenta sobrevivir a una convalecencia en medio de una pandemia global y que terminó felizmente enclaustrado en su propio pueblo.

Pusieron un audio de mi amiga y colega Máryuri Trujillo, corresponsal de Caracol Noticias en el Tolima, que terminó siendo un sermón porque hay muchas personas indiferentes ante el coronavirus.

Contó que el comandante de Policía del Tolima le dijo que El Líbano era el único de los 47 municipios del departamento donde la gente no se sabe comportar. Y contó también que el lunes salió una buseta de Rápido Tolima rumbo a Bogotá, pero que menos mal fue detenida en Convenio.

La buena de la Mayito, que no ha parado un minuto informando sobre el Tolima en épocas de coronavirus, no puede creer que haya gente tan irresponsable.

Yo terminé la entrevista con una reflexión muy personal: aprovechemos esta oportunidad para calmarnos. Para detenernos a pensar qué sentido y razón le estamos dando a nuestras vidas. A nuestra única vida.

Se acaba la entrevista y el programador nos cuenta que un oyente llamó a decir que Charco Huevo está repleto de gente. De muchachos saltando en la quebrada.
Ni idea de si sea verdad. Nada, nunca, podrá ser descabellado en este pueblo.

JOSÉ ALBERTO MOJICA PATIÑO
Redactor de EL TIEMPO