Inicio Colombia Brigada de salud llegó a Sucre con una luz de esperanza

Brigada de salud llegó a Sucre con una luz de esperanza

—Veo oscuro, como unos humitos—, se lamenta Marcos Miguel Bautista, un campesino de 77 años cuya piel ha sido quemada por el sol.

—¿Ha usado gafas? –quiere saber Leidy Ortega, la optómetra y voluntaria que viajó desde Bogotá hasta el polvoriento corregimiento de Cuenca, municipio de San Marcos, Sucre–.

—Muy poco, no tengo con qué comprarlas.

—¿Y lo han operado de los ojos?

—Sí, de cataratas –revela el viejo, quien viste una sudadera, camisa por fuera y sandalias. Sus pies, de color café, se ven anchos y zanjados por el paso de la vida–.

La especialista le acomoda unas gafas propias para medir el nivel de miopía que padece, pues no solo la aquejan las cataratas. Uno tras otro, le cambia los lentes hasta que el labriego indica con cuál se le mejora la vista. Luego van a un escritorio, y ella le ofrece varias monturas. Tras escoger la que más le gusta, anota la fórmula: en pocos días le llegarán a su casa, listas para usar. “Se le va a corregir la miopía con las gafas. Pero debe ser remitido para que la EPS le haga la operación de las cataratas”, explica Leidy.

Puede que no lo sanen del todo en esta ocasión; sin embargo, al menos podrá ver televisión y observar mejor todo lo que le rodea en su terruño.

La fundación Alas para la Gente, la cual lleva profesionales de la salud voluntarios a los rincones más abandonados y necesitados de Colombia, visitó el corregimiento de Cuenca, los pasados 29 y 30 de marzo, con el apoyo estratégico de la Fundación Entretejiendo.

Con 22 médicos de distintas especialidades y 30 voluntarios, lograron adelantar 813 consultas y 346 procedimientos: 30 citologías, 50 de medicina interna, 102 en dermatología, 157 en medicina general, 117 en optometría (87 gafas entregadas), 56 en otorrinolaringología, 40 en ginecología (45 ecografías), 126 en pediatría, 77 pacientes en odontología (297 procedimientos) y 30 cirugías veterinarias. Entregaron 7.191 medicamentos.

Marcos Miguel fue uno de tantos beneficiados.

La población deja los zapatos llenos de polvo a quien camina por sus calles destapadas. Las pieles morenas, bronceadas por el sol que rara vez desciende de los 25 grados Celsius (lo normal es de 30 para arriba), son la constante. Y la guerra, como en otras cabeceras de la zona, también dejó sus huellas.

Por ejemplo, el colegio transformado temporalmente en hospital fue testigo del conflicto:

“Al ingeniero que estaba haciendo este colegio lo mataron”, cuenta el conductor de una de las camionetas que trasladaron a los médicos. “No quiso pagar una vacuna que le pedían por trabajar aquí. Cosas injustas: allí le dispararon”, agrega el joven, mientras su índice apunta a un terreno semiárido, a unos 500 metros de la institución educativa.

Pesea a la pobreza (casas de madera y tejas de zinc, falta de acueducto, niños con parásitos y cerdos que resaltan por sus costillares forrados en piel), la comunidad se muestra optimista, como lo dicta un cartel pintado con colores y marcador, en el que un niño deja volar a una paloma: ‘El primero en pedir disculpas es el más valiente. El primero en perdonar es el más fuerte. El primero en olvidar es el más feliz’. El mensaje cuelga en lo más alto de un aula en donde los pediatras atienden a los niños, como Santiago Miguel, de 7 años (aunque su talla indica unos 5). Sonia Calderón, la pediatra que lo observa, le pregunta a la madre, Luz Any, qué lo aqueja.

“Como ya está grande, no se deja bañar ni mirar por mí”, comienza la mamá. “Pero la semana pasada me dijo que le picaba mucho el pene”.

La profesional inicia la evaluación y tras unos minutos de observación identifica qué tiene el menor: dermatitis atópica de contacto. Se da cuando los chicos se tocan los genitales con las manos sucias. “Tiene que revisarlo, mamá”, aconseja Sonia. “No importa que él diga y se crea grande, hay que hablarle”, agrega, mientras le formula una loción para sanar al chico.

FELIPE MOTOA FRANCO
EL TIEMPO​@felipemotoa