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Buscan apoyo para dar de nuevo misa a habitantes de calle en Medellín

Cuando la noche cae y el Centro de la ciudad se transforma, empieza cada martes una cruzada de solidaridad con quienes habitan las calles a esa hora. Parados en las esquinas, aspirando pegamento, reunidos en los sectores más peligrosos, deambulando, expuestos al frío y la lluvia reciben a un sacerdote que guía a un grupo de voluntarios, la mayoría jóvenes, para entregar el placer de un pan con chocolate caliente y brindar un abrazo, una sonrisa, una palabra amable, una oración.

Hace 13 años, recién ordenado, el padre Felipe Escobar empezó a recorrer algunas calles de la ciudad en compañía de un médico, un odontólogo, una enfermera y algunos profesores. Todos movidos por la solidaridad con los habitantes de calle, las personas en ejercicio de prostitución y los travestis que conviven en el corazón de Medellín.

Sabían que el acompañamiento que esta población necesitaba iba más allá de un plato de comida o una merienda, por lo cual también daban espacios para la espiritualidad. Se movían por distintas zonas con una pequeña carretilla. Más adelante, en 2012, el padre seguía su labor con una jaula de caballos amarrada a su vehículo, pero quería una capilla que pudiera trasladarse.

Fue hasta 2016 cuando lo logró, luego de que dos jóvenes arquitectos diseñaran y construyeran una capilla móvil. Y así se gestó una iniciativa en la que decenas de voluntarios ponen el corazón. La obra social creció más con esta especie de tráiler de comidas rápidas, que tiene sonido, luz, sacristía, zona de aseo y capacidad para transportar hasta 2.000 panes y grandes tinajas de chocolate.

La iniciativa de recorrer las calles del centro para llevar un espacio de espiritualidad empezó en el año 2005.

Foto:

Esneyder Gutiérrez

La capilla empieza a rodar en Niquitao y se moviliza por el sector del inquilinato, cerca a la avenida Oriental. Luego va hacia La Bayadera, los bajos de la estación Prado del metro y termina en la avenida de Greiff. La jornada empieza a las 8 p. m. y termina a la 1:30 a. m.

Sin embargo, hace un poco más de dos meses, la capilla móvil está frenada, parqueada en el Seminario Mayor, en Las Palmas, por lo cual la labor se redujo solo a dos sectores: los bajos de la estación Prado del metro y la entrada del Centro Día 2, espacio de la administración municipal que brinda albergue temporal, alimentación y posibilidades de higiene a los habitantes de calle. Con ello también se reducen la entrega de pan y chocolate y el acompañamiento espiritual.

La razón por la cual la capilla móvil no está funcionando es que no han encontrado un lugar adecuado en el que puedan lavarla y parquearla.

La obra social creció más con esta especie de tráiler de comidas rápidas, que tiene sonido, luz, sacristía, zona de aseo y capacidad para transportar hasta 2.000 panes y grandes tinajas de chocolate.

Foto:

Cortesía Padre Andrés Escobar

“Hace dos meses fui nombrado párroco en Enciso, es una loma muy fuerte para subir allá la capilla y el primer día que la llevé no había cómo parquearla en la parroquia; así que la dejé en la calle, pero me tocaron la puerta y me dijeron que tenía que pagar una vacuna de 5.000 pesos por cada noche de parqueo”, cuenta Escobar, quien añade que no tiene recursos económicos para costear este cobro, más cuando la capilla queda a la intemperie, sin la seguridad que brinda un garaje verdadero.

Por eso, decidió guardarla en el Seminario, pero tampoco es posible que la traiga y la lleve cada martes. Lo que hoy buscan, tanto él como los voluntarios, es un parqueadero ubicado en el Centro, con capacidad para el tráiler de 3,15 metros de alto, en el que haya agua para lavarlo y que abra sus puertas a la 1:30 a. m., cuando terminan las actividades.

Es martes. Son las 9 p. m. y el sacerdote empieza su labor en los bajos de la estación Prado. Tras su llegada, empiezan a acercarse habitantes de calle de todas las edades, hombres y mujeres, incluso menores de edad, quienes buscan una oración. También se acercan vendedores ambulantes, con sus carritos cargados de termos con café, cigarrillos y dulces, que piden que el sacerdote les bendiga los negocios. Él, atento y cordial, levanta su mano derecha para dar la bendición. Brinda abrazos, sonrisas y palabras de apoyo a las personas que lo rodean.

Hace 2 meses fui nombrado párroco en Enciso (…) El primer día que la llevé no había cómo parquearla en la parroquia; la dejé en la calle, pero me cobraron 5.000 pesos por cada noche de parqueo

Mientras tanto, el grupo de voluntarios entrega de manera ordenada el pan y el chocolate. Ese es el gancho que encontraron para llamar la atención de las personas, pero en el fondo la intención es otra. Así lo explica Laura Erazo, una joven de 28 años, administradora de empresas y analista en una importante compañía de la ciudad. Hace tres años llegó por primera vez a la obra social y no quiso retirarse.

“Desde la primera vez que vine, sentí que la misión principal es la evangelización y lo hacemos por medio del pan, del chocolate, que es algo corporal necesario, pero el alimento que más interesa es el espiritual, compartir con ellos, poder escucharlos, mirarlos sin rechazo”, expresa la joven.

Buscan la resocialización

La estadía en los bajos del viaducto del metro muestra la realidad que se vive en la calle: esclavos de las drogas que no han encontrado retorno, mujeres adultas dedicadas a la prostitución y niñas víctimas de explotación sexual, personas que aun con pasados exitosos cayeron en las garras del vicio y no han logrado salir de allí.
Tal es el caso de Camila, una joven de 18 años, que se acerca donde el sacerdote. Con el rostro hinchado y surcado por las lágrimas, y huellas de golpes en el cuello, los brazos y las piernas, relata cómo la noche anterior un hombre desconocido intentó abusar de ella, la golpeó cuando se resistió, antes de que lograra escapar.

Son varios los jóvenes voluntarios que apoyan la labor social del padre Felipe Escobar.

Foto:

Esneyder Gutiérrez

Esa vez tuvo éxito. Pero ha tenido sucesivos fracasos en sus intentos por huir de las calles, donde encuentra el refugio de las drogas. Por más que lo ha intentado, no ha podido culminar con éxito un proceso de resocialización.

Justamente, ese es uno de los objetivos de la labor que cumplen el sacerdote y los voluntarios: promover la resocialización, por medio de invitaciones al Centro de Atención Básica (Centro Día), que tiene capacidad para atender a 1.200 personas cada día, con espacios de atención sicosocial, alimentación, aseo personal y dormitorios para 450 personas.

La iniciativa, que se cumple todos los martes, está dirigida a habitantes de calle, personas que ejercen la prostitución y travestis que conviven en el centro de Medellín.

Foto:

Esneyder Gutiérrez

Este forma parte del Programa de Atención e Inclusión Social para el Habitante de Calle, liderado por la secretaría de Inclusión Social, Familia y Derechos Humanos, que ha permitido que desde 2016, un total de 558 personas superaran su situación de calle. Catalina Rivas, de 18 años, llega ese martes por primera vez a la actividad y quiere seguir asistiendo. Es estudiante de Contaduría Pública de la Universidad de Antioquia y considera que con su labor dan un primer paso para lograr que otras personas en situación de calle tengan logros similares.

“Me gusta mucho que podamos ir por varios sectores. Esto no se trata solo de ayudarlos a ellos, también recordamos cosas como la importancia de agradecer el desayuno que tenemos cada día, que abrimos los ojos y estamos en una cama, que no nos mojamos, no pasamos calor. A nosotros la cotidianidad no nos deja ver esas pequeñas cosas”, dice.

Para los habitantes de calle, la labor también es valiosa. Anderson Bedoya, un joven de 22 años que lleva pocos días viviendo allí, cuenta que sintió el calor humano de las personas que hicieron las actividades. Y es que en medio de las oraciones y la entrega de alimentos, también tuvieron tiempo para aplaudir, bailar y cantar las canciones decembrinas que empiezan a ser habituales en esta época.

Esto no se trata solo de ayudarlos a ellos, también recordamos cosas como la importancia de agradecer el desayuno que tenemos cada día, que abrimos los ojos y estamos en una cama, que no nos mojamos

En general, ese es el sentir de los habitantes de calle, muchos de los cuales hablan bajo los evidentes efectos de las drogas. “El padre nos da una reflexión, nos está brindando comida y él y sus compañeros están haciendo una labor muy bonita”, expresa Santiago, un hombre de 33 años que afirma que lleva 22 viviendo en las calles.

Por el momento, todos siguen soñando con volver a sacar la capilla móvil, esa que en octubre pasado fue reconocida con el premio de la Bienal Colombiana de Arquitectura y Urbanismo, por el diseño que materializaron Tomás Vega y Camilo Ramírez, los dos jóvenes que se enteraron de la iniciativa del sacerdote y quisieron sumarse.

HEIDI TAMAYO ORTIZ
Redactora de EL TIEMPO
Medellín
En Twitter: @HeidiTamayo