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De tener una pistola de agua a quedar en medio de fusiles

«Por un espacio de casi 12 horas deambulé de un lado a otro. De estar en la iglesia con mi familia a pasar a estar en un crucero donde solo se sentían hojas secas que al dar pasos se escuchaba el chasquido… pasos que no superaban más de cinco porque no sabía a dónde ir, qué camino tomar, sin entender qué era lo que pasaba. No sabía tampoco qué era el Ejército de Liberación Nacional (Eln) pero lo único que sabía, era que me estaban separando de mi familia, sin saber el por qué, si se supone que cada niño debe estar con sus padres y no debe sentirse solo.

Salí de casa a misa de domingo, el 30 de mayo de 1999, con mis padres Alfredo e Isabella y mi hermano Thomas. Nos fuimos en el carro. Mi madre, decidió irse caminando hasta la iglesia. Era un día que siempre ha identificado a Cali, soleado, con una temperatura que no creo que supere los 28 grados centígrados y prefirió disfrutar, además hace menos de un año, nos habíamos mudado a este sector de Pance, al sur de la ciudad.

En 1999 tenía 11 años y como niño juguetón llevé conmigo una pistola de agua, para la iglesia- eso sí, sin que mi madre se diera cuenta, porque me regañaba-. Tomás simplemente estaba dispuesto a estar en la eucaristía y no aparentaba los 14 años que tenía. Él se veía mayor, le estaba empezando a salir barba, era alto y musculoso. Yo por el contrario, sí me veía menor. Los cuatro estábamos sentados en una sola banca, mientras yo jugaba con mi pistolita a tirarle de este líquido a las personas que tenía cerca.

Juan Daniel Otoya, artista visual.

Foto:

Juan Bautista Díaz. EL TIEMPO

A pesar que no estaba concentrado en lo que decía el padre en la misa, sí sentía que en la iglesia se vivía un ambiente muy familiar, me encontraba con compañeros del colegio, vecinos, además de personas de la tercera edad. De repente, estaba mirando hacia afuera, vi que llegaron dos camiones muy grandes, con carrocería algo oxidada, las barandas en hierro eran color blanco pero ya desgastado. Las personas que se bajaron de esos vehículos, se hicieron en la entrada principal de la iglesia, la única que tenía, estaban uniformados y armados. En mi inocencia de niño pensé que eran las Fuerzas Armadas, la Policía o los soldados.

Cuando giré hacía adelante, vi la cara del sacerdote, que se quedaba atónito al escuchar lo que le decía, al oído, un hombre vestido de camuflado y con un gran arma. En menos de dos segundos el padre nos estaba comunicando que el señor era del Ejército o el Gaula- ya no recuerdo bien-, pero que había un peligro de bomba en la iglesia y debíamos evacuar enseguida por seguridad. Mis padres por cuidar de la vida de nosotros, nos tomaron a cada uno de la mano, yo quedé con mi madre y Tomás con mi papá. Entre los que estábamos en la iglesia, se empezó a generar todo tipo de rumores, no sabíamos nada, por ende, salimos al parqueadero debido a la recomendación por este y porque la confusión nos invadía en ese momento. Al salir del recinto religioso, ellos- los guerrilleros. empezaron a tirar tiros al aire, mis papás ni las demás personas querían dejar los carros ahí tirados, todo preocupaba en ese momento.

Justo en ese momento, en el parqueadero de la iglesia donde había mucha arena porque la estaban construyendo, nos empezaron a subir a los camiones sin importar si era niño, joven o adulto. Así fue, como inició el camino de todas las familias que no sabía lo que ocurría hasta que se identificaron como el Ejército de Liberación Nacional y que sería un secuestro convirtiéndose en el primer reclutamiento ilegal y masivo del país.

Obra: un grupo de secuestrados liberados ese mismo día en medio de la operación militar son conducidos por unidades del Ejército Nacional a la sede de la Tercera Brigada.

Foto:

Juan B. Díaz. EL TIEMPO

Usted camine, le gritó un guerrillero a mi hermano y mi mamá en ese momento intercedió, diciéndole «no, pero usted, ¿cómo se lo va a llevar a él?, él es un niño menor de edad»-pero yo tengo 13

«Usted camine», le gritó un guerrillero a mi hermano y  mi mamá en ese momento intercedió, diciéndole «no, pero usted, ¿cómo se lo va a llevar a él?, él es un niño menor de edad»- y este hombre camuflado le respondió, «pero yo tengo 13, ¡hágale!, así que se lo llevaron junto con mi padre y los montaron en un campero de color verde y el rostro de mi padre retractaba angustia al ver que él se iba y yo me quedo con mi madre. Justo ahí llega una guerrillera, empezó a ver a quién más se podía llevar además que fuera apta para el secuestro, no se estaban llevando gente mayor de edad, enfermos o niños, en ese momento pensé mi familia se acabó, porque a mi mamá también se la llevaron.

Sin mi pistola de agua, ya que la solté en el momento que empezaron a hacer los tiros al aire, quedé solo en ese cruce vial, en el que no reconocía dónde estaba, porque la zona boscosa era preponderante. En ese instante, apareció una mujer que no superaba los 45 años, y digo que apareció, porque no la recuerdo físicamente, no la había visto antes y no sabía dónde estaba. Ella me dijo que me quedara con ella, que nada me iba a pasar, porque notó que yo estaba perdido.

Ante el fuego cruzado entre el Ejército Nacional- que ya había llegado- y el Eln, corrí a una escuela que ella me dijo que quedaba en la zona, para abrir la puerta, para que el resto del grupo, pudiera ingresar y salvaguardarse ahí. Así, fue como terminó esa noche, la cual nunca podré olvidar y durante los seis meses de secuestro lo único que hacía era dibujar super héroes para ir a salvar a mi familia, es ahí donde el arte se convirtió en un catarsis y ventana para expresar todo lo vivido ese día que no es deseable por ningún niño y menos que una familia debería pasar.

Juan Daniel Otoya con sus padres Alfredo e Isabella, junto con Tomás, pasaron por días amargos. Ahora expresan lo que significó para sus vidas.

Foto:

Juan Bautista Díaz. EL TIEMPO

¿Qué ha pasado en 20 años en la vida de Juan Daniel Otoya Vernaza?

En este trasegar del tiempo, se he dedicado a dibujar, a visibilizar este suceso y como profesional de Artes Visuales, vio en la técnica de acrílico sobre lienzo, la mejor forma de retractar este hecho que inició siendo individual pero si bien, se convirtió en un colectivo.

Su trabajo como artista «cambió radicalmente cuando me atreví a pintar mi dolor como víctima de este secuestro», así que ‘Pintar para no olvidar’ 20 años del secuestro en la Iglesia La María, «esta obra es la narración de los acontecimientos vividos en Cali durante esos meses, del accionar de la guerrilla, del apoyo de la Iglesia, del dolor de los familiares, de las movilizaciones ciudadanas y de mi propia historia», explica.

@Eltiempocali
@natacha_8