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El asesinato de joven grafitero del cual no se tiene ni una sola pista

Cuando Olga Chaverra llegó con su esposo a su casa en el barrio Aranjuez, al nororiente de Medellín, eran las 10 de la noche del miércoles 27 de junio de 2012. Lo primero que hicieron fue conectar los celulares, los cuales se habían quedado sin batería, tras un día de paseo en Porce, a unas tres horas de la ciudad. En el aparato de ella vio decenas de llamadas perdidas y supo que algo grave había sucedido. Marcó el número que se repetía en su pantalla y una excuñada le dio la noticia: su hijo Juan Manuel Otálvaro Chaverra estaba en la clínica León XIII.

Al principio pensó que era uno más de los accidentes que el joven, con quien no hablaba desde las 2 de la tarde, había tenido en su motocicleta. Se dirigió de inmediato al servicio de urgencias del centro asistencial. La imagen de su primogénito, acostado, lleno de tubos, con la cabeza vendada e inconsciente se sumó al sonido de las palabras de alguien que le contaba que estaba allí porque le habían disparado.

A las 2 de la mañana, luego de que le practicaran varios exámenes a su hijo, Olga tuvo el presentimiento de que no se salvaría y que esa única bala que atravesó su cabeza acabaría con los sueños del joven, de apenas 20 años, diseñador gráfico, grafitero y amante de la ilustración, el tatuaje y la fotografía. Fue una madrugada eterna. Cinco horas después, los médicos confirmaron los temores de la madre y les recomendaron a los familiares que se despidieran de Juan Manuel. “Todos entraron a la habitación. Yo me despedí, le agradecí por todo, le pedí perdón por lo malo, le dije que estuviera tranquilo, le di besos, le cogí las manos. A las 8:30 de la mañana murió”, relató la mujer, con la voz ahogada por el llanto.

La muerte de un hijo significa perder la mitad de uno. Solo lo entiende quien es madre

Seis años después, el homicidio de Juan Manuel, quien firmaba sus murales y grafitis como ‘Zirka’, sigue siendo un misterio. Ese 27 de junio no quiso salir de paseo con su familia y se quedó en casa con su novia. De acuerdo con la abuela, los dos estuvieron todo el día lavando una de las dos motos del joven y escuchando música. A las 6:30 de la tarde, tomaron una motocicleta y salieron hacia la comuna 13 (San Javier), donde ella vivía. Él acostumbraba llevarla hasta su casa. Pero ese día no se devolvió tras dejarla, sino que se desvió para visitar a una amiga que también vivía en el sector, la misma que lo escuchó por teléfono poco antes de que le dispararan.

La versión de la joven indica que Juan Manuel la llamó y le dijo que se tardaría unos minutos porque agentes de tránsito lo habían detenido, pero al parecer, alguien le estaba ordenando que diera esa versión. Ella se extrañó porque no era muy común ver guardas de tránsito en esa zona de la ciudad a esa hora. Colgaron y nunca más pudieron volver a hablar. En la reconstrucción de los hechos que logró conocer la madre, una patrulla de la Policía llevó a su hijo herido a la Unidad Intermedia de San Javier y que, por la gravedad del paciente, lo trasladaron a la clínica León XIII.

Los restos de Juan Manuel reposaron en el cementerio Campos de Paz hasta 2016, cuando fueron exhumados y cremados. Durante esos cuatro años, amigos y conocidos le rendían un homenaje al joven cada junio. Su tumba se llenaba de colores y dibujos, pues era recordado por la pasión que sentía por los grafitis, muchos de los cuales plasmó en distintas partes de la ciudad y que se han borrado con el paso del tiempo. En el primero de esos homenajes, Olga escuchó cosas de la personalidad de su hijo que no conocía y ratificó lo que siempre le hizo creer su amor de madre: que era un gran ser humano y un artista innato.

Los amigos de Juan Manuel Otálvaro rinden homenaje cada año al joven en alguno de sus grafitis en Medellín.

Foto:

Miguel Ángel Otálvaro

Ella lo recuerda como un joven inquieto y creativo, quien además de estudiar y trabajar como freelance en publicidad, daba clases de grafiti y dibujo, en semilleros para niños y adolescentes. Fue un buen estudiante y no temía subirse a lo alto de edificios y puentes para dejar su marca de colores. Su tío Miguel Ángel Otálvaro no recuerda que hubiera tenido problemas por ser grafitero, excepto detenciones normales con otros amigos que no terminaban en complicaciones de ningún tipo. Uno de sus sueños era ser admitido en la Universidad de Antioquia para estudiar Artes Plásticas.

“Juan Manuel era una persona muy seria, muy callada, pero en ocasiones molestaba, charlaba. La mayor parte del tiempo se la pasaba haciendo bocetos. Con los amigos era un poco más extrovertido, por días estaba en la casa entretenido, otras veces salía a acampar, salía mucho a pasear en moto”, recuerda su madre, quien también relata que su hijo tenía dos motocicletas, una de las cuales le habían robado en alguna ocasión y le fue devuelta por la Policía tras recuperarla en un operativo. En esa particularmente estaba Juan Manuel el día de su asesinato y era la que a Olga no le gustaba que usara, pues temía que mientras estuvo robada se hubiera cometido algún delito con ella. Por ello, estaban pensando venderla.

Esa motocicleta negra y pintada con diseños propios de la víctima nunca apareció en la escena del crimen y desde ese día no se tienen noticias de ella. Sin embargo, la billetera y el celular estaban con él cuando fue transportado al centro asistencial. Sobre el asesinato no se encontraron mayores pistas de parte de testigos de la zona y aún hoy no se tienen mínimas ideas de qué fue lo que pasó para que cegaran la vida de Juan Manuel con una bala.

Ya no hay cómo avanzar en una investigación

La madre aseguró que tras interponer la denuncia del caso, la primera vez que la llamaron a rendir una declaración fue casi cinco meses después del hecho. En la Fiscalía General de la Nación contó todo lo que sabía, reconstruyó los últimos pasos de su hijo. Pero nunca obtuvo respuestas que la dejaran satisfecha. Con el paso del tiempo, ella y sus otros familiares empezaron a perder la esperanza y ya no querían que los llamaran más a dar la misma versión y a preguntarles si sabían algo nuevo. La investigación parecía no avanzar y, seis años después, el caso aún sigue en la impunidad.

De acuerdo con fuentes de la Fiscalía de Medellín, el caso está en archivo provisional, lo que implica que se podría reabrir en cualquier momento, si fuera que llegase alguna pista nueva. Esta figura se aplicó en vista de que hubo imposibilidad de seguir la investigación debido a que aún no se ha encontrado suficiente material probatorio que permita tener un indiciado del hecho. Es decir, no hay forma alguna de vincular a un sospechoso.

Mientras tanto, la familia de Juan Manuel expresa que no queda rastro de esperanza y no creen que el asesinato de quien fue el primer nieto, el primer hijo y que dejó un hermano cuatro años menor, amigos y un vacío imposible de llenar, se vaya a esclarecer. “Yo creo que mis hermanos y mi familia ya no estamos muy interesados en eso porque si no se hizo cuando tenía que hacerse, cuando estaban las cosas tan recientes, ya no hay cómo avanzar en una investigación”, dice su tío Miguel Ángel.

Este es uno de los grafitis de Juan Manuel Otálvaro en Medellín.

Foto:

Miguel Ángel Otálvaro

Por eso, lo único que queda es que, sin tener certezas, hayan construido sus propias hipótesis de lo que sucedió. Para Olga, un hurto es improbable, pues conocía a su hijo y está segura de que él no se hubiese hecho matar por una moto que ya había perdido una vez. Desde hace mucho cree que su hijo estuvo en el lugar y el momento equivocados, en una comuna que no era tan conocida por él. Su hipótesis es que siempre tomaba el mismo camino hacia la casa de su novia, pero que al desviarse para visitar a su amiga entró en zonas prohibidas, donde además era un extraño de pinta irreverente con una motocicleta que llamaba mucho la atención por sus diseños exclusivos. Hoy considera que nunca sabrá si eso fue lo que pasó en realidad.

Solo queda el recuerdo de que su hijo fue una persona especial. Sus restos ya no reposan en ningún osario. Por eso, aún algunos de sus amigos y conocidos se reúnen en cualquier sitio de la ciudad para rayar en su honor cada año, cuando se cumple el aniversario del homicidio. Tras exhumar el cuerpo, Olga se llevó las cenizas. Fue un proceso largo el poder dejarlas salir de su casa, donde las mantuvo durante unos seis meses. Un día, decidió que su hijo, amante de la libertad, el campo y los paisajes, merecía reposar eternamente en la naturaleza. Por ello, esparció las cenizas en una cascada, en Cocorná, en el Oriente de Antioquia, el mismo lugar donde quedaron las de su padre, hace 27 años.

Ese día, Olga dejó ir los últimos vestigios del cuerpo de su hijo. Pero no dejó escapar los recuerdos ni mucho menos el dolor. “Uno como persona no vuelve a ser la misma, yo perdí mucho mi alegría. La muerte de un hijo significa perder la mitad de uno. Solo lo entiende quien es madre. Después de muchos días del asesinato, seguía acostada, sin levantarme, deprimida. Pero tuve que levantarme porque me quedaba otro hijo”, cuenta entre lágrimas, mientras repite que ya siente una especie de resignación ante el hecho de que el crimen de uno de los amores de su vida haya quedado en la impunidad.

HEIDI TAMAYO ORTIZ
Corresponsal de EL TIEMPO
@HeidiTamayo
Medellín