Inicio Colombia El coleccionista de bicicletas en Medellín que sueña con un museo

El coleccionista de bicicletas en Medellín que sueña con un museo

Cuando Álvaro Ospina Gallego era niño, en su casa no había bicicleta. Hoy tiene 54 años y 848 bicicletas.

Ese pequeño vehículo de dos ruedas siempre ha significado algo especial en su vida.
—Cuándo será que tengo mi bici —se decía—. Mil pesos, solo necesito mil pesos y por fin tendré una.

Había aprendido a montar en una cicla que le prestaban a su papá en la textilera en la que laboraba en el municipio de Bello, en el norte del valle de Aburrá.

Eran cinco hermanos que se turnaban para dar una vuelta en ella por el barrio Obrero. Había que esperar bastante. Tenía 11 años. A punta de trabajo con su mamá, que vendía helados, le compró al vecino por mil pesos una Arbar de rin 22, una de esas que llamaban turismera.

—Fue un juguete que cambió mi niñez ­­—dice este hombre de rostro rectangular, pómulos hundidos, ojos verdosos, dientes blancos y desiguales, de mediana estatura, delgado como un ciclista y hablador impenitente, nada más entrar a su museo particular.

Otro de las iniciativas que se ha implementado es el ciclopaseo los martes en el que se alquilan las ciclas del museo para generar conciencia ambiental.

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Esneyder Gutíerrez/ EL TIEMPO

Actualmente este proyecto cuenta con el apoyo de las donaciones de los visitantes del establecimiento y la familia de Ospina.

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Otro de los objetivos de esta iniciativa es poder enseñarle a los niños a montar cicla con un sitio que se llamará ‘chao rueditas’.

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El sueño de Ospina es poder contar con un mejor lugar para poder abarcar sus bicicletas y organizarlas de una mejor forma, para que los visitantes tengan la oportunidad de mejorar su experiencia.

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Desde los 11 años Álvaro Ospina ha empezado a coleccionar ciclas. Cabe recordar que entre sus planes no estaba pensado montar un museo sino que con el transcurso del tiempo se fueron dando las cosas.

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» Hoy en día la bicicleta es la transformación de la movilidad de las grandes ciudades y le aportamos al medioambiente. El transporte del futuro llegó hace tiempos.» afirmó el coleccionista.

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En el museo Biciclásicas también podrá encontrar una de las primeras empresas colombianas en fabricar ciclas con la marca Jurime. Esta empresa fue fundada el 7 de agosto de 1940.

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Álvaro Ospina Gallego tiene 54 años y es el fundador del museo Biciclásicas.Su pasión por las bicicletas desde su infancia lo ha llevado a tener actualmente 848 bicicletas.

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La Fundación Museo Biciclásicas Antiguas es un vetusto parqueadero en piso de cemento y baldosas amarillas resquebrajadas, cubierto con tejas de Eternit y de zinc; de muros en adobe blanqueados con cal y desconchados, metido en una calle de talleres de mecánica automotriz y cafeterías desaliñadas, en Bello.

En el lugar lleva 23 años. Antes de ser un parqueadero, fue una cancha de tejo que tuvo que cerrar porque dejó de ser el buen negocio que soñó. Se hizo ventero ambulante y después de otra temporada sin fortuna volvió a abrir el lugar, pero esta vez como un estacionamiento de vehículos.

—Tengo licencia, pero no carro, y solo los muevo. No soy amante a ellos —afirma, mientras camina por el museo mostrando la colección desperdigada de ruedas, rines, cadenas, pedales, manubrios, piñones, marcos y bicicletas que cuelgan del techo o están clavadas en las paredes o arrumadas en un rincón. Otras permanecen estacionadas en un corredor—. Me movilizo en bici. Hoy en día la bicicleta es la transformación de la movilidad de las grandes ciudades y le aportamos al medioambiente. El transporte del futuro llegó hace tiempo.

El afán por adquirir bicis le llegó casi sin darse cuenta. La turismera de mil pesos la perdió y no recuerda cuándo ni cómo ni dónde. Sin embargo, le quedó desde entonces el arrebato por comprar y coleccionar bicicletas, no pensando en un museo.

Hoy las bicicletas son un aporte al medioambiente y a la movilidad y merecen ser rescatadas como patrimonio cultural

Las compraba animado por un desvarío tan inefable como romántico y nostálgico, a recicladores, a personas que tenían talleres y los cerraban, y a oferentes por internet.

La más rara es una Jurime de 1940 que se la compró a un amigo por 300.000 pesos. El triciclo era un juguete para niños, algunos venían con una canastilla, y era fabricado por la primera empresa de creaciones de Colombia, Jurime, fundada el 7 de agosto de 1940.

La adquisición más costosa de su colección es una Humber, producida en el Reino Unido en 1950. Por esta pagó 1’200.000, pesos. Hoy vale 4 millones de pesos.

La más vieja de su colección, sin embargo, es una Coventry Eagle, también inglesa, de 1935. Esta la consiguió en un intercambio con un amigo que quería una Monark que tenía.

Pero la compra más disparatada la hizo hace apenas siete meses. Se trató de un lote de 14 bicicletas por las que pagó 3’200.000 pesos
. En unas fichas que le ayuda a elaborar su amigo Eduardo Sánchez, un diseñador especialista en bicicletas, tiene clasificadas técnicamente una serie de marcas de bien entrado el siglo 20, cuando se da una democratización de las bicicletas: una Esgue, alemana, de 1940, Cinelli, Phillips, Caloi, Cicloby, Arbar y Monark, que fabricó un clásico setentero como fue la monareta, traído del Niño Dios por excelencia en ese entonces y muy apreciada por la mujeres.

La bicicleta que más añora tener es el velocípedo. Aquella máquina cuya rueda delantera era tres veces más grande que la rueda trasera y tenía los pedales de manera fija en la rueda delantera.

Actualmente solo existe un modelo en Bogotá y una réplica, que puede conseguirse en Uruguay, tiene un precio de 1.300 dólares, más el envío.

Hace cinco años exactamente Álvaro comenzó a darle un orden al caos de su pasión cuando consiguió una bicicleta hindú de marca Easmant, de 1985, con parrilla, guardabarro y tapacadena. La llama ‘La colombianita’ y la tiene pintada de amarillo, rojo y azul, con una bandera de Colombia flameando en la parte posterior y pito de corneta y farola, en el manubrio.

Entendió, entonces, que su entusiasmo es una sumatoria de eventos: una vuelta al pasado de niño cuando no podía tener una bicicleta, que hay un aporte al medioambiente y a la movilidad estimulando su uso, que se fortalece la unión familiar saliendo (juntos) a montar en ellas, que hay un reconocimiento a la historia que existe detrás de cada bicicleta que logra restaurar y que merece ser rescatada como patrimonio cultural.

La idea es reorganizar el espacio, restaurarlas todas para llegarles a más personas

Aunque el origen de los caballitos de acero se remonta al siglo XIX, desde el momento en que el barón alemán Karl Drais impulsaba el rudimentario aparato que creó apoyando los pies de manera escalonada sobre el suelo, como una alternativa al caballo, sin frenos ni pedales; pasando por el velocípedo, con la enorme rueda delantera, hasta la del británico John Kemp Starley, quien patentó la primera con pedales, lo que Álvaro tiene en el espacio improvisado de exhibiciones es la historia resumida de la bicicleta en el país.

—Queremos montar un lugar más adecuado, más organizado, dice y se queda absorto contemplando el cobertizo destartalado en que, bajo una lona, resguarda de la lluvia, el polvo y las telarañas un muestrario de bicicletas oxidadas y descoloridas que a personas que visitan el lugar les despiertan recuerdos de los primeros pedaleos en la vida.

En un principio le decían que estaba loco, que qué iba a hacer con toda esa chatarra, que no sabía en qué se estaba enfocando. Sin embargo, hoy genera un ciclopaseo los martes por las calles de su natal Bello en el que presta las bicicletas del museo y es uno de los animadores del colectivo Bellocicleta, que promueve el uso de este medio de transporte limpio.

Por ahora, el sueño solo cuenta con el respaldo de su esposa y sus dos hijos, y con lo que eventualmente le dona la gente que entra a recorrer el lugar.

—La idea es reorganizar el espacio, restaurarlas todas para llegarles a más personas. Tener un salón de artes y oficios, con auditorio, y un sitio que se llamará ‘chao rueditas’, en el que se les enseñará a los niños a montar en cicla.

JORGE IVÁN GARCÍA J.
Editor de EL TIEMPO Medellín
[email protected]@jorgar_eltiempo