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El drama de una madre perseguida por la violencia

Primero fue a su papá al que vio morir baleado por paramilitares, después huyó de Bello, Buriticá y Cáceres por amenazas de grupos delincuenciales. De Medellín se refugió en Buenaventura, de donde regresó hace un mes con miedo y el cadáver de su hija.

Entre las cinco personas que fueron asesinadas en la madrugada del pasado domingo 26 de septiembre, en Tumaco, Nariño, se encontraba, Valeria Osorio, una joven antioqueña de 15 años.

Su mamá había llegado el año pasado al puerto buscando una mejor vida para sus seis hijos, luego de no conseguir empleo en Medellín y ser desplazada como víctima del conflicto armado.

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A principios de este 2021, Valeria viajó para acompañar a su mamá y se encontró con la muerte.

Paola Andrea es el retrato vivo de una madre que sufre las consecuencias de un conflicto que no comprende pero que sin embargo, continua cobrando vidas. 

Valeria Osorio estudiaba en el colegio Fe y Alegría, en Medellín, antes de irse para Tumaco.

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A finales de los noventa, cuando grupos armados que extorsionaban a los habitantes del municipio de Bello, Paola era una menor de edad. En julio de 1999, justo el día en que se iba a encontrar, a las 7:45 de la mañana, con su papá, este fue asesinado de en el parque de esa localidad. “Mi papá era una persona conocida, muy radical y él decía que no iba a financiar nunca la guerra”, recuerda Paola Andrea.

Terminó su bachillerato en el colegio Fe y Alegría en la comuna 1 de Medellín. Después estuvo trabajando en un almacén de ropa en el centro de la ciudad y conoció al papá de sus dos primeros hijos. Luego de tener a Valeria, el hombre estuvo inmerso en las drogas y terminó en la cárcel. Por eso, huyó al municipio de Buriticá.

Allí trabajó como vigilante en una pequeña empresa minera, de la que pasó a ser socia. Todo duró hasta el 2016, cuando un bloque paramilitar les exigió una cuota. “Allá las autodefensas Gaitanistas empezaron a subir el 10 por ciento de cada producción que hacíamos. Teníamos cerca de 250 trabajadores, sin contar a los socios, y como no me daba la producción para poder pagarles, nos desplazaron”, cuenta Paola.

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No obstante, en venganza por el no pago, le quemaron la casa. Ella tuvo que volver a huir con sus hijos. Llegó a Cáceres, Bajo Cauca antiqoueño.

“Las autodefensas Gaitanistas empezaron a subir el 10 por ciento de cada producción que hacíamos”.

Pasado un mes de estar allí escondida, enviados del grupo armado la encontraron, hirieron a su hijo mayor y le ordenaron abandonar el pueblo.

Regresó a Medellín. La Unidad de Víctimas, programa del que hace parte, le daba cada cuatro meses una ayuda económica. Pero, cuando empezó la pandemia, las ayudas mermaron totalmente.

Por esa razón, y porque necesita recursos para el tratamiento autista de uno de sus hijos y el de ella, por un riñón que ya no le funciona, decidió irse de nuevo de Medellín.

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Una amiga, que trabajaba en un bar, le comentó sobre la oferta laboral en un billar en el puerto de Tumaco. Llegó y en el lugar le daban un subsidio de vivienda y alimentación, lo cual le servía para ahorrar su sueldo y enviarles dinero a sus hijos.

A la joven antioqueña de 15 hacia parte de un grupo de baile en la comuna 1 de Medellín.

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Suministrada

A principios de septiembre, estando con Valeria, volvió a recibir el subsidio que le debía la Unidad de Víctimas. Dinero que usó para trasladar a la capital antioqueña el cuerpo de su hija asesinada en la masacre de una discoteca en Tumaco.

El ataque ocurrió a las 3:30 de la madrugada de ese domingo en el corregimiento de Llorente, ubicado a una hora del casco urbano de Tumaco, por hombres armados, presuntamente del grupo ‘Bolívar Rendón’ de las disidencias de las Farc.

Valeria Osorio pertenecía a una academia de baila de la comuna 1 en Medellín, le gustaba mucho bailar. La noche del sábado le pidió permiso a su mamá para ir a bailar con sus amigos en una discoteca en la zona rural de Tumaco. “Allá siempre avisan que desde los 12 ó 13 años todos los jóvenes tienen acceso tanto a los bares como a las discotecas, no hay ningún tipo de problema por eso”, comenta la mamá de Osorio.

“Desde los 12 ó 13 años todos los jóvenes tienen acceso tanto a los bares como a las discotecas”.

La última vez que se comunicaron fue a medianoche de sábado para domingo, porque ella iba a recoger a su hija.

Pasadas las dos de la madrugada, una de las amigas de Valeria le avisó sobre el tiroteo que hubo. “Me dijeron que la niña había recibido un tiro, pero no me dijeron que estaba muerta”, recuerda.

El cuerpo de la menor fue llevado al centro de salud de la localidad. Cuando Paola llegó, los pasillos estaban llenos de gente herida y vio había mucho desorden. La Policía, entonces, le confirmó que en la discoteca y en el monte de los alrededores habían quedado más personas, por eso desconocían quién podía ser Valeria Osorio.

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“Me dijeron que entrara a reconocer el cuerpo y sí, mi niña estaba entre los cuerpos que ya habían recogido”, dice Paola.

Le pidieron los documentos de identidad de la niña. Las autoridades se quedaron con ellos y se llevaron el cuerpo que ella levantó del piso y tapó con una sábana para hacer el levantamiento.

Durante todo el domingo, Paola no volvió a recibir razón de su hija muerta hasta el día lunes. Según la funeraria Fátima, que recibió el cuerpo en Tumaco, debido a los actos de violencia el acta de defunción tuvo más demora de entrega y por eso se complicó su traslado a la funeraria Gómez, en Medellín, la que recibió el cadáver.

Desplazada de nuevo

Con el saldo que contaba de los bonos que le debía Unidad de Víctimas y la ayuda de vecinos, tanto en Tumaco como en Medellín, Paola completó los tres millones de pesos que le pedía la funeraria Gómez para trasladar el cuerpo y hacer su debida sepultura.

Paola no tiene familia en Nariño y por eso no quiso enterrar a su hija allí. El miedo de volver a ser perseguida y continuar en el torbellino de violencia que ha girado a su alrededor dejándola aturdida y confusa la obligaron a desplazarse de nuevo a su comuna en la capital antioqueña.

Ahora Paola Andrea espera que la funeraria Fátima, en Tumaco, le envíe el acta de defunción de su hija sin que ella tenga que desplazarse hasta el puerto. La funeraria le está exigiendo un derecho de petición para hacerle el envío por correo.

Pero, también, busca superar la crisis nerviosa que la acosa y que le generó una arritmia cardiaca, así como vencer la incertidumbre de no conseguir un empleo que le sirva para el sustento de otros hijos.

MEDELLÍN

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